Todos somos de los derechos humanos

Jueves de Yoandy

“Las ventanas del frente de la casa permanecen abiertas. Desde fuera se logran ver el cuadro de la crucifixión y un tapiz de navidad que se cuelga cada año por estas fechas. Se escucha el diálogo de dos jóvenes que al pasar por la acera, e introducir sus miradas hacia el interior, dicen: 

Viste que bonitos esos cuadros, parece que esa “gente” es religiosa. 

A lo que el otro joven responde: 

No, esa es la casa de los derechos humanos”. 

Un sencilla anécdota que puede ser repetida, y de hecho se repite muchas veces en Cuba, desde hace algún tiempo. 

El objetivo: satanizar a todo el que piense diferente, espantar de su alrededor a toda persona que desee acercarse para conocer e interactuar; ver fantasmas donde no los hay y hacer juicios erróneos sobre las personas y los hechos. 

Las causas: la profunda falta de educación ciudadana que imposibilita darse cuenta de que los derechos humanos son universales, de todos y para todos; la carencia de instituciones reconocidas para la defensa de los derechos humanos; la doble moral que hace sucumbir ante lo mal hecho, alzar la mano y decir estar de acuerdo cuando no se está y manifestarse en contra de los propios principios porque “es lo que toca en estos tiempos”. 

Si se habla con cualquier cubano de a pie, en la calle, en el barrio, en su centro de trabajo o en su hogar, recitará un rosario de vivencias negativas, una sarta de quejas de esto y de aquello, un cúmulo de críticas basadas en su interacción con la sociedad que le circunda.  

Esto no demuestra más que la violación a los más elementales derechos de vida. Entonces ¿por qué hablar mal de quien abiertamente se declara en pos del respeto a las libertades fundamentales? ¿Por qué escuchar ese murmullo incómodo, a veces ignorante, y por supuesto desatinado que dice “ellos son de los derechos humanos”? ¿Por qué contraponer los conceptos de derechos humanos, persona humana y dignidad? 

A todas las personas que pasan por la acera, miran, hablan sin saber, no preguntan, pero censuran, vale recordarles que de los derechos humanos somos todos; que la casa de los cuadros religiosos puede ser la suya, la mía o la de todos; que la adecuada participación de las mayorías y las minorías es el mejor concepto de democracia; que las libertades de expresión, asociación y reunión, el pleno acceso a la información y la elección libre del sistema de gobierno, no son más que aspectos inherentes al tan vilipendiado concepto de derechos humanos. 

Todos los ciudadanos tenemos una alta cuota de responsabilidad en la construcción de una sociedad democrática, próspera y feliz, lo que significa, obviamente, el justo respeto y cumplimiento de los más elementales derechos de vida. Recordemos al Padre Félix Varela: “Un sistema de gobierno es como un plano de arquitectura, que bien ejecutado forma un hermoso edificio, mas supone la solidez de las piedras, pues si estas se deshacen la magnificencia de la obra solo sirve para hacer más espantosa su ruina” (Cartas a Elpidio. Carta II, pág. 58). 

Yo quiero ser parte de la construcción no de la ruina. Si ello supone, desde nuestra posición de proyecto sociocultural de inspiración cristiana, ser considerado de los derechos humanos, bienvenido sea, pues, ese nuevo calificativo. Siempre llevo presente un pensamiento de la Santa Madre Teresa de Calcuta: “Si en medio de las adversidades persevera el corazón con serenidad, con gozo y con paz, esto es amor”. Lo ratifico: amo lo que hago y amo a Cuba.


Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

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