Muchas veces escuchamos en voz de los cubanos “a mí no me interesa la política”. Es una frase que motiva a una reflexión profunda en cada una de las personas que la emplean. Vale preguntarse si, ciertamente, quien evoca estas palabras es un desinteresado de la política, si se trata de alguien que no vive en comunidad o insertado en la vida social de su barrio, municipio, provincia y país. Vale preguntarse también si, con la misma pasividad que habla de la política, enfrenta los avatares de la cotidianidad, los asume sin críticas y vive en ese constante desinterés que coloca la “bola” en el “terreno” donde juegan los “otros”.
Quizás esa frase, que desemboca en actitud de una gran parte de la población cubana, haya provocado, al menos, dos consecuencias igual de graves y lesionadoras.
La primera consecuencia, está relacionada con un tema que trató el Presbítero Félix Varela y Morales, fundador de la nacionalidad cubana. No sería mejor dicho que con sus propias palabras: “Cuando los mejores hijos de la Patria abandonan la cosa pública, esta cae en manos de los peores hijos de la Patria”. Varela se refiere a la delegación de responsabilidades, al miedo al compromiso cívico, que cuesta pero edifica, nutre el alma y da sentido a nuestro paso por este mundo. Ya lo expresaba también durante su visita a Cuba, hace ya dos décadas, el Papa polaco san Juan Pablo II, a modo de exhortación en la Plaza Cívica José Martí de La Habana: “Ustedes son y deben ser los protagonistas de su propia historia personal y nacional”. Esta primera consecuencia está relacionada con todas las personas como “animales políticos” y su efecto podríamos llamarlo indirecto, ya que viene dado justamente producto de la no participación en la vida social y por tanto política de la nación.
La segunda consecuencia podría considerarse un efecto directo sobre aquellas personas que han adquirido un compromiso social. Cuando muchos dicen no interesarse por la política o estar alejados de la cosa pública, se hace más visible el trabajo de grupos de derechos humanos, grupos de protección del medio ambiente, proyectos socioculturales, medios de comunicación social alternativos, movimientos y partidos políticos, y cuanto grupo independiente se organice en torno a una idea y programa. También es mucho más fácil arremeter contra esos grupos dado que, incluso los demás ciudadanos que forman la nación, en ocasiones igualmente atacan, producto de miserias humanas, falta de educación y desconocimiento.
A veces hay que replantearse el desinterés y la apatía política, porque parece incierto. Ante el compromiso y la responsabilidad hay desinterés. Ante el cambio de presidente, el rumbo de las relaciones Estados Unidos-Cuba y el flujo migratorio, por solo poner unos ejemplos, hay preocupación. Entonces la sentencia “a mí no me interesa la política” se tambalea. Habría que sustituir la palabra desinterés por conveniencia.
Es imposible vivir a espaldas de la política, haciendo como que no existe y viviendo la vida como si nada nos concerniera a los que no estamos directamente implicados en ella. El Papa Francisco recientemente nos dice: “La Iglesia considera la política como «arte noble e invita a todos los cristianos a prepararse y a ejercitarla como servicio para el bien de todos»… Aunque no todos están llamados a trabajar de una manera directa en la política, sí pueden preocuparse por el bien común. ”
Es así. Salgamos de la parálisis social y estemos siempre en el camino, dispuestos a cambiar, desde dentro, todo lo que debe ser cambiado.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.