Decía Martí, que escribió para todos los tiempos: “La Patria es agonía y deber”. Este aforismo podría ser extrapolado también a la vida, y así transitar por este mundo conociendo que nuestra entrega a las causas y proyectos que escogemos por el camino, o decidimos para siempre, llevan implícitas determinadas cuotas de sacrificio.
Como uno de esos ejemplos agónicos, que se mezclan con la satisfacción del deber cumplido, está la libertad de expresión. Mucho se ha hablado de este derecho fundamental, y no por ello podemos decir que está garantizado en Cuba. Con el uso de las nuevas tecnologías y el aumento de la conectividad a internet (todavía caro, muchas veces lento, y por tanto sin alcance a todos) este derecho se ha hecho más preciado. En la medida que cada ciudadano ha notado que las redes sociales son un espacio de libertad, ha manifestado lo que quizá nunca dijo, pensó decir, o jamás dirá en espacios reales y no virtuales.
Considero que es muy positivo que todo ciudadano, a través del uso de un lenguaje respetuoso, coherente y fundamentado, exprese sus criterios; pero, eso sí, bajo la concepción de que, nuestra libertad de expresión termina donde comienzan los espacios de libertad de los demás. Y me refiero, claramente, a la proliferación excesiva de mensajes, comentarios, publicaciones en las redes sociales que, lejos de comunicar, parecen estar funcionando como tribunales supremos o espacios de lapidación pública.
En la realidad cubana, compleja por demás en cuanto a este tema de libertad de expresión, y otros tantos, los ciberataques están en auge. Ante la campaña guberbamental de digitalización e informatización de la sociedad, uno de los principales resultados que se presenta es la existencia de una especie de “brigadas de respuesta rápida” o “brigadas de enfrentamiento” en la red. Y así encontramos usuarios que solo aparecen en el espacio virtual para desvirtuar la obra de los demás. Sus perfiles mayormente responden a ciudadanos que defienden la Patria, sus símbolos, el sistema económico, político y social, dicen estar orgullosos de Cuba, ser 100% cubanos, y una serie de descripciones a veces cargadas de epítetos heroicos y exageradas expresiones de fidelidad. Conozco a muchos y buenos cubanos que también aman la tierra que les vio nacer, que no quieren emigrar, ni escalar en la sociedad, no aspiran a cargos públicos, ni a mejor posicionamiento laboral, y mucho menos tienen un teléfono celular “petrolero” (como le llaman en Cuba a los móviles asignados por determinadas instituciones con servicio de llamadas y mensajería gratuita). Sin embargo, estos “otros” cubanos cuando se conectan a la red de redes, con el esfuerzo que muchas veces implica, lo hacen para aportar un análisis concreto, informar de un suceso con seriedad y profesionalismo o, sencillamente, publican contenidos que no son agresivos, no implican negativamente a terceros, ni descalifican constantemente a quien piense, crea o se proyecte, incluso por este mismo medio, de forma diferente.
Son ya muy antiguos estos métodos de poner, en voz de quienes por lo general no tienen ni rostro en las fotos de perfil, un mensaje oficial que se basa más en lo personal que en lo profesional, en la crítica adjetivizada que en el fundamento concreto y respetuoso. Un consejo que recomiendo a todos mis amigos, sobre todo para el cultivo de la estabilidad emocional (y no sería pecar de tontos, o ser extremadamente ingenuos, como también me han dicho algunos) es, primero, no leer estos comentarios que están desgastados, no tienen nombre o sí, pero ya sabemos que todos se llaman igual. O, segundo, una vez leído, hacer uso de esa maravillosa opción que tienen las redes sociales que con un sencillo “bloquear” nos ahorra desgaste de energías en lo que no vale la pena, no construye ni fortalece la profesión ni el espíritu.
Por mi parte, seguiré con esta vieja costumbre que he aprendido de los grandes avatares o las escaramuzas propias y de otros colegas en las redes: quien no hace frente, ni puede defender su criterio con dignos y sólidos argumentos, con frecuencia carece de sentido y razón. Los cubanos todos tenemos muchas cosas de qué ocuparnos para perder el tiempo en esta especie de anónimos que ni se abren, ni se contestan, para no dar paso al espiral negativo que genera un simple exceso o, mejor dicho, una deformación de la libertad de expresión en la red.
La sabiduría popular atribuye una famosa frase al Quijote: “Ladran, Sancho, señal que cabalgamos”. Si bien no la dijo el ingenioso hidalgo frente a sus detractores, podemos tenerla presentes todos los ciudadanos en las diferentes facetas de nuestra vida, particularmente los colegas que trabajamos en medios de comunicación alternativos.
Otra arista de la agónica situación de los comunicadores alternativos es ver violado nuestro derecho a la libertad de expresión, a través de la censura de las plataformas digitales; pero de este tema escribiré el próximo jueves. Entretanto, ¡respeto y más respeto en las redes!
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II. - Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.