Hace unos días, un amigo español me preguntó en tono jocoso que si la pereza era un pecado de los cubanos. Respondí, también siguiendo la rima, que más que un pecado es una característica de los cubanos. Él se refería también a la falta de compromiso serio, a la impuntualidad, a la irresponsabilidad y a una serie de rasgos que les hace a algunos establecerse un perfil negativo de los habitantes de esta isla caribeña.
Pude conversar con mi amigo sobre las causas que han dado origen a esas situaciones convertidas en actitudes. No pude revocarle con muchos ejemplos positivos como hubiera querido, pero al menos, estuvimos de acuerdo con el diagnóstico del problema y las posibles vías de solución. Es difícil tapar el sol con un dedo, como dice el refranero popular. Y cuando nos movemos en los diferentes ámbitos de nuestra vida cotidiana nos encontramos con múltiples ejemplos que nos hacen mirar hacia el interior y motivan a la autocrítica que reconstruye.
En el estudiantado se evidencia esa pereza en la entrega de las tareas asignadas, en el retraso de los trabajos individuales y en equipo y en el finalismo que caracteriza el estudio ante un examen. Muchas veces este mal se produce aparejado a la falta de exigencia de los docentes y la permisividad y flexibilidad extrema que llega a relativizar la más importante y principal función de esta etapa: estudiar.
En el centro de trabajo la pereza se va colando como una justificación ante aquello de que “ellos hacen como que me pagan y yo hago como que trabajo”. Los bajos salarios, la carencia de recursos, la afiliación y papel de los sindicatos de trabajadores, en ocasiones, son motivos para no esforzarse lo necesario ni entregar mucho del tiempo ni de los talentos que se poseen.
En el país la pereza, al parecer y a juzgar por la impresión que damos hacia quien nos intenta conocer, resulta un pecado de los hombres de esta tierra. Pero yo no diría que está en la genética del cubano como algunos dicen. La prueba está en que miles de coterráneos han emprendido sus vidas en otras latitudes, han crecido personal y profesionalmente y han ejercido su libertad con responsabilidad sin el menor atisbo de la “dejadez”, el inmovilismo o la indiferencia.
Creo que cuando se respeta la libertad personal y se le pone todo el empeño a cada tarea que realizamos, las cosas salen mejor. Creo que para salir de esa falta de incentivo, que se traduce en lentitud en el obrar y escaqueo de las responsabilidades, se necesita una compensación acorde con lo que se realiza, y más que ello, respetar el valor intrínseco que tiene cada paso de nuestra vida personal y social.
Entonces no hablaríamos más de “perezosos” y primaría el concepto de que los cubanos somos estrictos cumplidores de los horarios y emprendedores natos, pero eso sí, en nuestra propia tierra.
Que no nos agarre la pereza para cambiar muy pronto hacia actitudes positivas.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.