La intransigencia: ¿solución o problema?

Yoandy Izquierdo Toledo

Jueves de Yoandy

La intransigencia ha entrado en nuestras vidas de la mano de aquellos que hicieron de esa actitud un valor supremo.

La intransigencia no tiene necesariamente que identificarse con la fidelidad a los principios. Estos, como su nombre indica, son la raíz y el inicio de cada discernimiento que debemos hacer para tomar las decisiones en la vida. Pero el tronco de nuestras actitudes, que se alimenta por la raíz de los principios, no se mimetiza con ella. Ni las ramas de nuestras relaciones personales se tienen que “radicalizar” a causa de atrincherarse en principios que se han convertido en ideologías, y estas en “religiones seculares”.

Cada parte del árbol de nuestra vida la completan y la equilibran. Si la flor se quiere convertir en raíz (radicalizar), se entierra y no puede brindar su perfume y belleza. Si los frutos de nuestra vida quieren ser raíces (ser radicales), se pudrirán y no alimentarán a los demás. En resumen, tener a nuestros principios y valores como inicio, savia inspiradora y raíz de nuestro comportamiento es éticamente aceptable, pero cuando no somos capaces de abrirnos a la luz de la verdad, a la “justicia, ese sol del mundo moral”, como dijera Luz y Caballero, entonces nos convertimos en fanáticos, no en hombres y mujeres de principios.

El mundo de hoy, y la conciencia cívica universal, apuestan más por el entendimiento, por el diálogo auténtico, por la negociación justa, por la convivencia pacífica, por el pluralismo cultural, social y religioso.

La solución pacífica de los conflictos le ha ganado espacio a las intransigencias y fanatismos. El entendimiento civilizado ha ganado el campo de las relaciones humanas e internacionales al “no nos entendemos”.

Por otro lado, los hechos históricos de los siglos pasados ni pueden ser juzgados o evaluados con la mentalidad de hoy, ni la mentalidad de hoy puede formarse con los esquemas del pasado.

Aupar hoy actitudes intransigentes, inspirados en mentalidades que han demostrado su obsolescencia, es protagonizar la historia en sentido contrario al desarrollo. Tampoco pueden aislarse algunas actitudes de personas que por su formación, talante u opción personal decidieron algo en un momento determinado, ni sacarlas del contexto, de lo que ocurrió antes, de lo que aconteció después, porque los hechos puntuales no pueden constituirse en procesos históricos, y estos son mucho más complejos que una propuesta o una respuesta aislada.

Por ejemplo, la protesta de Baraguá, el 15 de marzo de 1878, fue un acto valiente de Maceo y habla de una opción intransigente de su devenir histórico, pero esa decisión no puede ser aislada del contexto anterior: los demás jefes del mismo Ejército Libertador ya habían negociado la paz. La protesta del corajudo Titán tampoco puede separarse de lo que sucedió muy poco tiempo después: Maceo tiene que salir al exilio el 11 de mayo de 1878, a solo 56 días de la renombrada Protesta, con el fin de recaudar fondos para reanudar la contienda. No obstante, la Guerra de los Diez Años se terminó, y Maceo se reincorporó después a la gesta independentista organizada por Martí, que unió tanto a los que habían firmado la Paz del Zanjón como a los que junto a Maceo la rechazaron.

Otros muchos ejemplos de moderación, de negociación, o de diálogo se han producido a lo largo de nuestra historia: las negociaciones para el fin de la guerra de Angola, el diálogo de Mandela para el cese del régimen del apartheid en Sudáfrica, el diálogo y la negociación para la independencia de la India con Gandhi, el diálogo y la negociación para el restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre Cuba y Estados Unidos.

Todos estos hechos históricos y otros muchos, independientemente de sus resultados, de los que también debemos aprender, pueden servir de ejemplo e inspiración para demostrar que la intransigencia no conduce a la solución pacífica de los conflictos, sino que los alargan y agravan.

¡Vivamos y trabajemos siempre por el diálogo y la paz!

 

 


  • Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
  • Licenciado en Microbiología.
  • Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
  • Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
  • Responsable de Ediciones Convivencia.
  • Reside en Pinar del Río.

 

Ver todas las columnas anteriores

Scroll al inicio