No estamos ajenos al poder que ejercen los medios de comunicación en las sociedades contemporáneas. Información es poder. Esta función se potencia mucho más en aquellos sistemas donde, para sobrepasar la censura informativa, los espacios virtuales brindan un nicho favorable a la noticia, a la comunicación casi en tiempo real y propician un espacio de debate que no puede tener lugar de forma presencial.
Los medios de comunicación social reconocidos oficialmente en Cuba presentan una realidad muy favorable, que mayormente se torna negativa a lo foráneo y positiva hacia lo interno, cuando más, a un reconocimiento de que debemos ser más críticos y autocríticos, o a la denuncia con pocas propuestas, escasas soluciones o investigaciones que no tienen los desenlaces esperados. Conozco a personas que expresan con frecuencia que no siguen las noticias de los medios oficiales porque “los problemas siempre son de los demás y nuestra realidad es perfecta”. Esto no concuerda con la crítica situación que vive la población cubana en cuanto a la alimentación y el transporte, por solo citar los sectores esenciales; ni con los altos índices de emigración hacia cualquier destino mundial.
Y es que la prensa oficial engalana la noticia, no se muestra imparcial, como debe ser la máxima aspiración de cualquier comunicador. Nos presentan ciertos titulares que son capaces de captar al lector con facilidad. Luego no resulta tan sencillo cuando se accede al cuerpo del mensaje y se logra captar el objetivo de cada publicación. Son los efectos de la manipulación ideológica y la propaganda en diversos sectores.
Uno de los ejemplos más recientes que puede sustentar la tesis de esta sencilla columna de opinión, es el artículo firmado por Frei Betto en la edición del periódico Granma del pasado 21 de agosto de 2019, bajo el título: “De los medios de comunicación del consenso a los del conflicto”. La fuerza del titular puede enganchar desde un inicio; sin embargo, cuando el lector se adentra en sus líneas puede llegar, incluso, a estar totalmente en desacuerdo con lo que en un principio parecía ser positivo: la búsqueda de consensos, la unidad en la diversidad, el respeto a lo diferente, en pos de evitar todo tipo de relación de conflictividad. Digo esto porque si la posición es aunar voluntades, juntar criterios, “democratizar” la información, no se debe combinar este objetivo con la hipótesis de que en los pasados siglos XIX y XX la información cumplía un objetivo y ahora, con el avance de las redes digitales, “se pulveriza la noticia”.
Cuando se habla de los efectos negativos de las comunicaciones a través de las redes sociales, se expresan algunos indicadores como “el descrédito de los métodos científicos” y “total desprecio por los principios éticos”. Absolutizar, sobre todo, cuando se está generando opinión pública, no es muy saludable. Las redes digitales también sirven para difundir resultados, investigaciones, noticias, textos en general, que han sido producidos bajo el más estricto rigor científico; de hecho, han devenido en los últimos tiempos como el canal más oportuno para acercar el conocimiento, la metodología y los avances de la ciencia al ciudadano, que es su beneficiario principal. Por otro lado, el total seguimiento de los principios éticos en cada publicación es responsabilidad personal, que se hace colectiva cuando somos capaces de denunciar la violencia verbal, y esta en ocasiones también proviene de los responsables de los grandes medios y forma parte de las líneas editoriales de algunos de ellos.
No comparto que una “salida ética” ante la nueva era digital sea “dejar que se revuelquen en el fango, pero sin ofenderlos”. Creo más necesario y urgente un análisis y posicionamiento del problema, para en conjunto buscar una solución a esa conflictividad, que no siempre viene del individuo, sino que muchas veces prolifera en las instituciones y desde los círculos de poder. Si las redes digitales son tan nocivas, que no aportan ni a la cultura ni a la espiritualidad, entonces ¿cómo se justifica su uso en el siglo XXI? Más aún, ¿cómo se justifica el auge de estos recursos digitales en la sociedad cubana: para propiciar el debate o para posicionar un criterio? ¿Para que funcione como un campo de batalla, una guerra virtual, un escudo de protección de la idea jerarquizada, o para fortalecer la democracia que significa escuchar a todos?
Existen otros argumentos en el artículo con los que, obviamente, discrepo; pero no es mi objetivo rebatir cada uno de ellos. En líneas generales creo que las redes, como cualquier espacio de socialización, requieren del compromiso ciudadano con la verdad y la decencia. Hacer un uso responsable de ellas es abrirse a un nuevo horizonte donde cada persona puede acceder directamente a la información, y convocar a un escenario sin máscaras y sin banderas. Estoy a favor del consenso y en contra del conflicto, pero en la búsqueda de esta combinación no debemos generar más división, y mucho menos vivir aislados de lo que el ingenio del hombre y el desarrollo de las ciencias han puesto en nuestras manos como recursos para mejorar nuestro paso por este mundo.
Sí, pasemos del conflicto al consenso, pero en todos los ambientes, con la preparación necesaria y la certeza de que en los tropiezos del camino también se sacan enseñanzas y aportes al fortalecimiento de nuestro espíritu.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsablede Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.