En sus “Cartas a Elpidio” el Padre Félix Varela nos dejó su más valiosa herencia espiritual a los jóvenes cubanos:
“Ustedes son la dulce esperanza de la Patria y no hay Patria sin virtud ni virtud con impiedad”.
De este sabio proverbio podemos deducir, por lo menos, tres aprendizajes concretos:
El primero: la relación entre los jóvenes y la esperanza de una Patria mejor.
Ningún país, menos Cuba en esta coyuntura histórica, puede construir su porvenir sin que las jóvenes generaciones asuman con libertad y responsabilidad el protagonismo “de su historia personal y nacional”. Está demostrado que un país se sumerge en la más paralizante decadencia si sus jóvenes huyen y lo abandonan, si su familia está desestructurada, si sus escuelas adoctrinan en una ideología, favorece la simulación y no educa en valores, si el Estado impone un férreo control sobre alma, conciencia y proyectos. Cuba debe cambiar abriendo espacios de libertad y emprendimiento para que sus jóvenes asumamos la edificación de un país libre, próspero y feliz.
El segundo: la relación entre una patria libre, próspera y feliz y la vida en la virtud.
Vivir en la virtud es “ser fuertes por dentro”, es cultivar uno mismo su escala de valores, despertar y educar su conciencia en la verdad y la rectitud, discernir su propio proyecto de vida basado en esos valores, es sacrificarse por lo que se ama y pasar por la vida haciendo el bien y proclamando la verdad. Todo esto con un esperanza a prueba de caídas, traiciones y opresión. No es fácil perseverar hasta el fin
El tercero: la relación entre la virtud y la religión.
No hay virtud perseverante y magnánima sin vivir la dimensión trascendente de la vida. Esta es demasiado dura y tiene demasiadas trampas y encrucijadas como para asfixiarse en su laberíntico camino.
Solo con el soplo oxigenante de una mística religiosa se tienen a mano todos los recursos y subsidios espirituales para no desfallecer en el trayecto, para aprender a vivir la resiliencia, para alimentar las virtudes de la fe, la esperanza y el amor. El amor que todo lo puede, que todo lo espera, que todo lo perdona, que hace nuevas todas las cosas.
Con solo esta frase del que Martí llamó “el santo cubano” nosotros, los jóvenes cubanos de hoy tendríamos un sólido y esperanzador proyecto de vida, y Cuba comenzaría el itinerario hacia la libertad, la prosperidad y la felicidad.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.