Fe, comunidad y pandemia

Yoandy Izquierdo Toledo

Jueves de Yoandy

Desde el pasado domingo los cristianos celebramos la Semana Santa, periodo del año en que conmemoramos la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesucristo. Por segunda ocasión llegamos a esta fecha con restricciones por la pandemia de Coronavirus, y estas alcanzan también el espacio de los templos que no están abiertos, en su mayoría, para las celebraciones habituales con los feligreses. Las preguntas centrales de esta columna son: ¿cómo vivir la dimensión comunitaria de la fe? ¿Cómo vivir a través de signos visibles la presencia de Dios en nuestras vidas? ¿Cómo entender las restricciones para el culto y no para otras actividades que convocan a grupos de personas?

Con dolor volvemos a vivir la Semana Mayor desde nuestras casas, como la Iglesia primitiva, como las primeras comunidades. Cierto es que el primer nicho para la transmisión de la fe es la familia, el hogar; pero la parroquia es el complemento necesario para desarrollar, fortalecer y madurar esa fe. La parroquia es el lugar donde queda evidenciada la dimensión comunitaria de la fe, donde se viven las dos dimensiones que nos caracterizan: hijos de Dios, y hermanos unos de otros. El cristiano necesita sentir la pertenencia a su comunidad, sentirse acogido en el espacio donde puede cantar junto a la Asamblea, escuchar la Palabra compartida entre los hermanos y razonada entre todos. La parroquia viene a ser como la extensión de nuestra familia. Esa familia ampliada que se junta al menos una vez a la semana para compartir el pan, darse la paz y llenarse de esperanza en el comienzo de una nueva jornada. Hace varios meses, desgraciadamente, quienes vivimos en algunas de las provincias más afectadas por el Coronavirus, carecemos de ese espacio para juntarnos en la fe. Los templos no tienen la autorización del gobierno para realizar celebraciones con el público habitual, y en la mayoría de los casos ni siquiera con un número reducido de personas. Un periodo corto quizás pudiera ser entendido, pero este largo tiempo de “encierro” debió servir para trazar nuevas estrategias que posibilitasen acercarse a los templos, al menos en la semana más importante del año, para las celebraciones centrales, cumpliendo con las medidas sanitarias que se establecen en todos los lugares donde concurre público. Solo quien vive la fe interior valorando a su vez la dimensión comunitaria, reconoce la necesidad de juntarse para rezar y alabar.

Los sacramentos, signos visibles de una Gracia invisible, requieren precisamente de esa señal que nos acerca a la presencia de Dios. Si anulamos esas señales sería como andar en el desierto sin mapa ni brújula. En medio de la Semana Santa, que es el tiempo ideal para la meditación sobre nuestras vidas y la cercanía a la Iglesia y a Dios, para autoanalizar nuestras acciones y proyectarnos en el camino de la fe, la esperanza, la comunión y el bien, requerimos, con más razón, ese espacio de acogida, ese silencio del templo en oración, esa mirada a la cruz que nos fortalece y ayuda a vivir con mayor ánimo en medio de situaciones extremas como la actual.

Es muy difícil, para quienes sistemáticamente asistimos a las celebraciones públicas de la fe, y sobre todo para quienes podemos pensar con cabeza propia, comprender por qué en un lugar de silencio y oración puede existir mayor posibilidad de adquirir el virus que en otros escenarios más favorables para el contagio. Si comparamos un templo con una larga y amontonada cola para adquirir alimentos, una caravana enardecida contra el bloqueo, una tángana espontánea en un parque, nadie dudaría dónde está el riesgo mayor. Pero nos han querido endilgar a los ciudadanos la culpa de todo, que incluye, por supuesto, la tasa de incidencia del virus. ¿Qué hay indisciplinas? Sí. ¿Qué deben evitarse las aglomeraciones? También. Pero no hemos visto que en este difícil año de Coronavirus en Cuba haya sido cerrada una tienda de las que venden por MLC, que ya son más que las que venden en la moneda nacional. Cerrar escuelas y templos ha sido la práctica más frecuente.

En este Jueves Santo, primer día del Triduo Pascual, pidamos a Jesús que, con su infinita misericordia, nos ayude a entender los signos de estos tiempos difíciles por los que atraviesa Cuba. Al conmemorar la última cena de Jesús con sus discípulos, la institución de la eucaristía, el orden sacerdotal y el lavatorio de los pies pensemos en los cubanos que viven en el sufrimiento que supone llevar alimento a la mesa del hogar; meditemos sobre qué significa compartir el pan nuestro de cada día; recordemos que todos hemos sido llamados a ser sacerdotes y profetas; y vivamos con la humildad necesaria para ver fortalecida nuestra vocación de servicio.

 


  • Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
  • Licenciado en Microbiología.
  • Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
  • Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
  • Responsable de Ediciones Convivencia.
  • Reside en Pinar del Río.

 

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