Muchas veces escuchamos la efeméride del día y nos motiva a unirnos a la celebración de la manera más pasiva posible: replicando lo que escuchamos o compartiendo la noticia sin entrar a indagar algún detalle. En el mejor de los casos, porque en otros, agobiados por la fatiga diaria y el pan nuestro de cada día vivimos ensimismados en una rutina en la que se olvida qué día estamos viviendo.
El 17 de noviembre, por ejemplo, es una de esas fechas, que se repite y celebra cada año, pero que poco a poco gana más la categoría de festejo y pierde en sí su propia esencia e historia. Recordar a todos los estudiantes, de todas las enseñanzas y latitudes, el origen de esta fecha internacional es ser justos y consecuentes con la historia. Ese es el verdadero rescate de la memoria histórica.
Hablemos, brevemente, sobre por qué ha sido tomado el 17 de noviembre como Día Internacional del Estudiante. En marzo de 1939, en plena Segunda Guerra Mundial, el ejército alemán invadió Bohemia y Moravia (actual República Checa) siendo estas ciudades, en los meses posteriores, escenarios de resistencia contra la ocupación. Salieron a las calles miles de ciudadanos exigiendo sus derechos y entre ellos también miles de estudiantes. En muchos casos fueron protagonistas, como sucedió el 15 de noviembre de 1939, lo que trajo como consecuencia que en los días siguientes, los nazis detuvieran alrededor de 1200 estudiantes y los enviaran a campos de concentración. Las universidades fueron cerradas y el mismo día 17 fueron asesinados nueve estudiantes universitarios.
Desde entonces este día ha sido reconocido como el Día Internacional del Estudiante, aunque los checos también lo celebran como el Día de la Lucha por la Libertad y la Democracia. Mucho tiempo después, 50 años exactamente, una protesta estudiantil hizo detonar la que se conoce como Revolución de Terciopelo. Durante estos años muchos estudiantes pusieron todo su empeño en un cambio para su país. Hubo prisión, asesinatos e inmolaciones. La foto que ilustra esta columna es justo el monumento que ha erigido el pueblo checo a los estudiantes Jan Palach y Jan Zajíc que se inmolaron en 1969 como manifestación de protesta ante la censura y las condiciones de vida de entonces.
Contar la historia, sin tergiversaciones, acomodamientos o recortes es lo único que ayudará a amarla más. Beber la sabia de la historia permitirá continuar líneas que deben ser retomadas en algunos casos y superar obstáculos y errores cometidos en otros.
Quedarse con la fecha y no con el contenido seguirá siendo un error, sobre todo para aquellos que sabemos que es la historia quien atesora las mejores lecciones para el futuro.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.