Muchos de los males que trae consigo la pérdida de valores de la postmodernidad son intangibles. Calan muy hondo en la persona humana, pero esta tarda muchas veces en reconocerlos. La propia vorágine del día a día, o la falta de una conciencia recta, verdadera y cierta hacen que actitudes extremadamente negativas dejen de serlo y, por el contrario, se consideren prácticas diarias positivas.
El facilismo, uno de los ismos contemporáneos, se refiere a lo que en buen cubano llamamos “tomar el camino más corto”, frase que se refiere a entregar poco, no dejarse la piel en cada tarea cotidiana o aplicar lo que también se conoce como la ley del menor esfuerzo.
Lo vemos con frecuencia cuando en los centros de enseñanza, por ejemplo, se fomenta un tipo de educación basada en la escolástica o enseñanza memorística. Lo más importante no es ya tomar las notas de siempre en cada conferencia o encuentro con el profesor, sino poder tener los recursos necesarios para acceder a la información digital que se obtiene al final de cada charla. Se copia, se lee en la computadora (que ya casi todos los estudiantes poseen o tienen acceso a ella) o se imprime en el mejor de los casos; luego se aprende de memoria y se recita en la evaluación si es oral. Si es escrita, se intenta volcar todo lo aprendido en cada pregunta del examen. Eso sí, en muchas ocasiones las respuestas no son acertadas, porque los patrones aprendidos no se corresponden con los estilos de preguntas. Y luego vienen los fiascos. En otros casos, como a la hora de confeccionar un trabajo, llueven las referencias bibliográficas, el famoso “copia y pega”, en muchas ocasiones sin revisar formato ni ortografía.
También el facilismo lo vemos con frecuencia cuando en los centros laborales, por ejemplo, no se le pone empeño a las tareas ordinarias, porque “total, de todas formas voy a cobrar lo mismo al final del mes”. De esta forma se presta un servicio de mala calidad si se trata de atención al cliente, o no queda bien el informe, el balance o la tarea en general si se trata de otro tipo de trabajo.
Es cierto que en muchas ocasiones nuestros esfuerzos no son compensados como se merece, pero debe primar la satisfacción personal del deber cumplido, de entregar en cada acto lo mejor de sí. Debemos poner nuestro empeño en hacer las cosas lo mejor posible y enmendar los errores que, inconscientemente, se van haciendo actitudes ante la vida.
Estas podrían ser algunas de las acciones para luchar contra el facilismo:
- Concientizar el verdadero valor de las acciones que realizamos.
- Valorar cada acción en la justa medida; es decir, colocar en una escala de importancia lo que hacemos, para entregarle a cada tarea la energía que necesita.
- Evadir los caminos cortos, la réplica ante lo original y la cultura de “cualquier cosa que hagas estará correcta”.
- Recompensar el esfuerzo con justicia y sinceridad.
- Superarse diariamente en la labor que se realiza.
Recuerdo regularmente un poema que aprendí hace algunos años y que repito cada vez que veo que el empeño es nulo y que el sacrificio escasea: “… y si un pececillo solo fueras, sé el encanto del lago donde mores”.
Evitemos que el facilismo se convierta en una forma más de medir la mediocridad.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.