Estadísticas y verdad en Cuba

Yoandy Izquierdo Toledo
Jueves de Yoandy

El tema de la transparencia de las estadísticas en Cuba siempre ha sido muy polémico. La ausencia de agencias encuestadores nacionales independientes del Estado hace que las encuestas pierdan credibilidad cuando son realizadas, porque dejan de ser un instrumento de medición de la opinión publica para convertirse en un nuevo mecanismo de control y censura. Cualquier interesado en investigar datos en Cuba deberá regirse por los números de la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI), que sabemos que pasa por el filtro del gobierno, pero es la fuente reconocida oficialmente.

Lo sucedido con la gestión de la COVID-19 en Cuba ha venido a demostrar, a aquellos que aún mantenían la confianza, que actuar con reticencia ante cada número que se emite en la Isla, es una cuestión ciudadana importante, más allá de la cifra o el cálculo matemático. La COVID-19 ha evidenciado lo endeble de nuestro sistema de salud, lo deprimida que está la economía cubana que no aguanta una crisis más y, sobre todo, lo alejada que está la cúpula de poder de la ciudadanía, que clama a gritos ayuda y escucha por respuesta un llamado a la resistencia y una justificación constante de lo mal hecho.

Quizá en este largo período de pandemia ha sido el momento en que más estadísticas hemos escuchado a lo largo de nuestra vida. Desde los partes epidemiológicos nacionales hasta el emitido en cada una de las provincias del país. Muchas veces han sido cifras desalentadoras, sobre todo cuando se habla de gravedad y de muerte. En los inicios era comentada, antes de comenzar a ofrecer los datos nacionales, la situación internacional, que colocaba a las grandes potencias del mundo en puntos críticos de acuerdo al número de contagios y de muerte. La rápida vacunación que siguieron muchos países, y el acceso de otros a fondos de cooperación, se anunciaba a la par de la noticia que presentaba la apuesta cubana por obtener varios candidatos vacunales autóctonos. El resultado lo estamos corroborando en estos momentos: a un año y 8 meses de reportados los primeros casos de Coronavirus en Cuba, aproximadamente un 85% de la población ha recibido al menos una dosis de alguna de las vacunas aprobadas por la agencia reguladora nacional y, también aproximadamente, un 60% ha concluido el esquema de inmunización. Apostar por la producción nacional de vacunas es una estrategia loable, pero bien se pudo investigar, diseñar y escalar el producto, a la par que se comenzaba a inmunizar, al menos a la población más vulnerable, con vacunas que habían mostrado seguridad, efectividad y ya estaban en el mercado. La salud y la vida no pueden mezclarse con ideologías. Más allá de lecciones de soberanía están la dignidad y el derecho humano a la vida.

La situación fue cada vez más crítica en Cuba. Los picos más altos de incidencia colocaron al país en máximos mundiales de acuerdo a la densidad de población. Desaparecieron en los partes epidemiológicos diarios las referencias al mundo (que mejoraba paulatinamente) para seguir hablando de las indisciplinas sociales como si las personas desearan enfermarse o fuera su responsabilidad el irreconocido colapso del sistema sanitario. Poco a poco, y sin un reconocimiento tácito, las acciones del gobierno fueron demostrando que el colapso es real, y que el barco hace aguas por todos lados. Parte del personal sanitario que cumplía misión en Venezuela fue traído a la Isla para “apoyar a sus compañeros”; otros trabajadores del sector fueron movidos de una provincia a otra, donde la situación se tornara más difícil.

Enfermarse de COVID hoy en Cuba, desgraciadamente se ha convertido en un problema muy serio. Entrar a una institución hospitalaria es un vía crucis que, como el de Jesús, muchas veces termina en la cruz. No son una exageración los mensajes de las redes criticando, presentando u ofreciendo evidencias de la situación de los hospitales y centros de aislamiento. Cada persona que ha sufrido este calvario tiene su propia experiencia que puede contar dolorosamente como algo que nunca pensó vivir, y que no se parece a ese visión presentada por los medios de comunicación con aires triunfalistas.

La falta de medicamentos, de insumos médicos que pueden ir desde una simple jeringuilla hasta una máscara para ventilación artificial, y la mayoría de las veces hasta de camas, no es una realidad paralela. Es el panorama al que se enfrentan pacientes y familiares a quienes el virus, que no entiende de colores políticos, les ha tocado de cerca. Si eso no es el colapso de la “potencia médica” entonces ¿cómo debe llamársele? ¿Mala gestión? ¿Crisis sobre crisis? ¿Crisis estructural?

Algo muy curioso es que en Cuba, cuando se acercan las fechas de apertura de determinados servicios, el levantamiento de restricciones nacionales y locales, o cuando se realiza una manifestación convocada por el gobierno con la consecuente aglomeración de personas, las estadísticas bajan. Por estos días, próximos a la apertura de los aeropuertos y la reanudación de muchos otros servicios en la Isla, la cifra de personas contagiadas y de muertos ha disminuido considerable y repentinamente. Aclaro que para mí, como persona, ciudadano y microbiólogo, es una noticia alentadora porque insisto, nadie quiso nunca contagiarse, ni contagiar a los demás; pero no deja de rondarme la duda, por la experiencia de otras tantas veces, de lo acomodaticio de los números, y de aquel amoral preceptomaquiavélico de que el fin justifica los medios.

Se trata de la vida primero que la economía, de la vida primero que la política, de la vida primero que cualquier ideología. Se trata de la relevancia, la neutralidad, y sobre todo la transparencia, también a la hora de informar en Cuba. El reclamo ciudadano no debe cesar. La gobernanza es una poderosa herramienta para que los que vivimos en sistemas autoritarios podamos ejercer nuestra soberanía plenamente. Ya lo dijo Martí: “Pueblo que se somete, perece”. Sigamos exigiendo la verdad y la libertad por el camino de la justicia y de la paz. Que así sea.

 


  • Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
  • Licenciado en Microbiología.
  • Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
  • Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
  • Responsable de Ediciones Convivencia.
  • Reside en Pinar del Río.

 

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