Martes de Dimas
La planta del tabaco, conocida en América del Sur desde hace miles de años, era utilizada por los aborígenes cubanos como medicamento o narcótico, la fumaban, aspiraban por la nariz, bebían en brebajes y la empleaban en rituales religiosos.
A diferencia del ganado y el café, que llegaron de España a América, el tabaco hizo el trayecto en dirección contraria. Fue llevado de Cuba a España por Rodrigo de Jerez y Luis de Torres, dos de los acompañantes de Cristóbal Colón durante su primer viaje al Nuevo Mundo en 1492.
Su producción con fines comerciales fue iniciada a la orilla de los ríos por los inmigrantes españoles que, devenidos criollos, dieron origen al campesinado cubano. El cultivo de la hoja, imposible mediante el empleo de mano de obra esclava por la esmerada atención y delicadeza que exige, fue realizado por esos inmigrantes, conocidos como vegueros.
A causa de la demanda de Europa y de la apropiada calidad de los suelos en zonas como Vuelta Abajo, ubicada en la occidental provincia Pinar del Río, y la región de Sancti Spíritus, en el centro de la Isla, desde fines del siglo XVII hasta el primer cuarto del XVIII el tabaco se ubicó como primera fuente de ingresos del país.
Aunque entre fines del siglo XVIII y principios del XIX su primacía fue desplazada por el azúcar y el café, integró e integra el pelotón de avanzada de los bienes que aportan al producto interno bruto del país hasta el presente.
En 1958 la producción de tabaco ya había llegado a la cifra de 58 202 toneladas. Sin embargo, posteriormente se produjo un declive, al punto que en el presente año 2016 se habla, como si ello fuera un gran logro, de producir 27 000 toneladas, menos de la mitad de lo alcanzado hace casi seis décadas y similar a la producción obtenida como promedio anual entre 1904 y 1910, que fue de 27 384 toneladas.
Para ese objetivo, el Estado cubano decidió facilitar a los propietarios y usufructuarios de la tierra los recursos mínimos, pero sin renunciar al control del monopolio establecido, de forma similar a como lo hizo España hasta el año 1817, año en que gracias a las luchas de los vegueros se eliminó el Estanco del Tabaco y los propietarios de las tierras comenzaron a vender libremente su cosecha en dependencia de la calidad.
Con el tabaco, al igual que con el resto de las producciones agropecuarias, el gobierno revolucionario que asumió el poder en 1959, desconociendo las características de ese cultivo y las leyes que rigen los fenómenos económicos, intentó aumentar la producción en tierras estatales con mano de obra asalariada. Al fracasar en el propósito, intentó hacerlo dentro de las UBPC, las que, al conservar la propiedad del Estado sobre las tierras, también fracasaron. A partir de 2008 se comenzó a entregar parte de esas tierras de forma individual en usufructo, con el objetivo de estimular el interés de los productores, lo que tampoco ha traído el resultado esperado. Lo inútil de esas medidas se puede verificar por la producción obtenida entre los años 2009 y 2014, que descendió un 21%.
Hay una relación de menor a mayor eficiencia entre el trabajador asalariado en tierras del Estado, el usufructuario de una tierra que no le pertenece y el campesino propietario. Campesinos del municipio San Juan y Martínez, en Pinar del Río -una de las zonas de excelencia en la producción del tabaco cubano, que aporta aproximadamente el 70 % de las hojas empleadas en la industria para fabricar las emblemáticas marcas de puros Habanos torcidos a mano-, me explicaron que a causa del daño causado por la lluvia fuera de época y a la alta humedad relativa, la cosecha del tabaco en la provincia sufrió pérdidas que se reflejaron en una reducción de la producción en la campaña 2015-2016. Sin embargo, resulta revelador que, entre propietarios y usufructuarios, las mayores pérdidas las han sufrido los segundos, lo que nos trae a la memoria el viejo refrán que reza: «No hay peor ciego que el que no quiere ver».
Las causas del declive en la producción tabacalera están en la similitud de las condiciones actuales con las que existían hace dos siglos: el campesino tiene que vender todo el tabaco que produce al monopolio del Estado y al precio que este establece. A cambio, le permiten quedarse con el 1% de la producción para fumar (consumo personal), pero con la prohibición de venderlo libremente a terceros, lo que obliga a realizar esa venta de forma oculta (en Cuba se dice por la izquierda) para compensar sus bajos ingresos y sobrevivir. También se les impide participar en el proceso productivo después del secado de las hojas, con lo cual el Estado se ocupa, de forma exclusiva, del resto de las actividades productivas que son las que aportan las mayores utilidades.
Esas condiciones impuestas a los productores de tabaco en rama resultan más abusivas porque los funcionarios del Estado, encargados de su comercialización, son quienes deciden la calidad que determina el precio de compra, por lo cual casi siempre el campesino es afectado.
En esos factores negativos radica la esencia de la baja en la producción tabacalera. Para salir de ese atolladero -según los campesinos con los que he conversado acerca del tema- hay que tener en cuenta cuatro elementos fundamentales que intervienen en la producción: la cooperativa, el banco, el seguro y las ventas, sin los cuales es imposible lograr el crecimiento sostenido de la producción y la productividad tabacalera que el país y sus productores necesitan. Elementos que se traducen en: entregar la tierra en propiedad a los usufructuarios, y a partir de ahí permitirles, junto a los ya propietarios, su participación en todo el proceso productivo y no solo en la producción de la hoja; reconocer el derecho de libre asociación para la cooperación y defensa de sus intereses; otorgarles personalidad jurídica para recibir créditos directamente y no solo a través de las cooperativas creadas por el Estado para esos fines, y autorizarlos a vender sus cosechas libremente.
En ausencia de esos requisitos será imposible aumentar de forma sostenida la producción tabacalera, un rubro en el que el país cuenta con todas las características climatológicas, experiencia humana acumulada y una tradición que hace brillar al Habano en cualquier parte del mundo.
- Dimas Cecilio Castellanos Martí (Jiguaní, 1943).
- Reside en La Habana desde 1967.
- Licenciado en Ciencias Políticas en la Universidad de La Habana (1975), Diplomado en Ciencias de la Información (1983-1985), Licenciado en Estudios Bíblicos y Teológicos en el (2006).
- Trabajó como profesor de cursos regulares y de postgrados de filosofía marxista en la Facultad de Agronomía de la Universidad de La Habana (1976-1977) y como especialista en Información Científica en el Instituto Superior de Ciencias Agropecuarias de La Habana (1977-1992).
- Primer premio del concurso convocado por Solidaridad de Trabajadores Cubanos, en el año 2003.
- Es Miembro de la Junta Directiva del Instituto de Estudios Cubanos con sede en la Florida.
- Miembro del Consejo Académico del Centro de Estudios Convivencia (CEC).