A día de hoy, donde la pandemia ocasionada por el Coronavirus muestra un escenario de enfermedad, contagio y muerte, nadie duda que con la propagación por casi todos los países del planeta las afectaciones serán cuantiosas en el plano espiritual y material. Ya lo estudian los economistas, lo predicen los analistas de cada uno de los sectores, lo auguran los gobiernos y lo imaginan los ciudadanos que aclaman a Dios y a los hombres encargados de la conducción de los pueblos en la tierra, la generación de estrategias de contención a este fenómeno.
La Covid-19, según muchos medios, expertos o no, ha venido a demostrar la debilidad humana, la fragilidad de los sistemas que diseña, maneja y evalúa el hombre. Otros analistas, escritores, personal de los de medios de comunicación e información de cada país, inclinados más hacia uno u otro color político, personificando al ente viral argumentan que este le ha asestado un duro golpe al capitalismo. Prefiero no ser tan categórico, y referirme a la crisis, indiscutible, que genera la situación que se vive, como un llamado al trabajo de cada uno de los Estados en función de su ciudadanía, una alerta para quienes aún no han tomado en serio las cuotas de responsabilidad personal y social, un examen de conciencia personal y nacional para el discernimiento sobre qué hacemos en este mundo en función propia, del prójimo y de todos los que nos rodean. ¿Que somos humanos y falibles? Una obviedad. ¿Que somos frágiles y necesitamos la ayuda de los demás? Otra obviedad. ¿Que la naturaleza y la biología juegan su papel en la interacción hombre-entorno? Pues es una reflexión que deberíamos incentivar una vez que transcurran estos días aciagos de enfermedad, muerte y dolor.
Si no pensara de esta forma, es decir, en clave de que todos somos responsables y que nunca aporta, menos ahora, la división, la manipulación y la desinformación, creo que con los hechos que estamos viviendo, la depresión fuera en aumento. Pero no, prefiero mantenerme informado, leer de todas las fuentes para poder comparar, discernir libremente y sacar las propias conclusiones. Estos son tiempos de valorar más a la persona, a la vida.
Me entristece ver cómo en ciertos ambientes, como los medios de prensa, se disputa la primicia de “algo”. Y entrecomillo la palabra algo porque ya Covid-19 no es noticia, es una triste realidad. Creo que a esta altura todos los reportes son necesarios, por supuesto; el periodismo de investigación también. Pero ningun actor debe considerarse a sí mismo dueño de la verdad, o de una parte de ella, ni debe incentivar en sus espacios de creación, del tipo que sean, un ambiente para la discusión y la polémica incisiva que no conduce a nada agradable, productivo ni útil. Sinceramente en estos días, donde quedarse en casa es la mejor medida preventiva, se ha generado en algunos o potenciado en otros un ambiente agresivo en el lenguaje. Y pareciera que no afecta, porque tenemos los cubanos la concepción de que solo hace daño la violencia física, o todo se justifica con los niveles de susceptibilidad personal que seguro exageran, o se quedan con todo para sí, como si no importasen la forma y el contenido.
Entonces vemos una especie de guerra en las redes, donde los representantes de cada gremio enarbolan su verdad como única, su método como el válido, y hasta en algunos casos alegan que la verdadera información es de la Revolución. Luego, en plena Semana Santa, el diario oficial del Partido Comunista de Cuba pone en uno de sus titulares “Solo el socialismo salva”. Ya lo decía el Papa Francisco en la bendición Urbi et Orbi del pasado 27 de marzo: “Nadie se salva solo”. Y es que ciertamente “en esta barca estamos todos”.
Aunque tampoco me gusta hablar de enemigos, esta vez lo hago desde el conocimiento biológico: tenemos un enemigo común, que no entiende de raza, nacionalidad, religión e ideología. Covid-19 sobrepasa los Estados-nación, supera las fronteras y une al mundo con una meta común.
En los múltiples artículos que he leído en este período he encontrado una compilación, que de paso recomiendo, llamada “Sopa de Wuhan”. Esta reúne pensamiento contemporáneo en torno a la pandemia y responde a ASPO (Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio), iniciativa editorial que se propone perdurar mientras se viva en cuarentena. Uno de sus textos inicia con una frase que describe dos realidades paralelas: “La propagación continua de la epidemia de coronavirus también ha desencadenado grandes epidemias de virus ideológicos que estaban latentes en nuestras sociedades” (Žižek, 2020). Ojalá esa efervescencia ideológica sea menos viral que el Coronavirus, o dure menos, o no perdure; porque de un virus podemos saber su ciclo de vida, pero las ideologías pueden dividir, hacer mucho daño y, sobre todo, tienen una durabilidad impredecible.
Así como se intenta controlar el virus, controlemos nuestro lenguaje, bajemos la guardia en el ciberespacio y, sobre todo, pensemos en el futuro. Mañana, si Dios quiere habrá pasado la pandemia. Será hora de hacer balance y sacar las conclusiones que estas grandes crisis generan. Aguardemos y actuemos. Actuemos y aguardemos.
Slavoj Žižek. Coronavirus es un golpe al capitalismo al estilo de ‘Kill Bill’ y podría conducir a la reinvención del comunismo. Publicado en Russia Today el 27 de febrero, 2020.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.