El Papa Francisco, en su Exhortación Apostólica “La alegría del amor” (2016) nos recuerda que “uno de los desafíos fundamentales frente al que se encuentran las familias de hoy es seguramente el desafío educativo”. ¿Cuántos no hemos sufrido las consecuencias de un proceso de enseñanza-aprendizaje deformado? ¿Cuántas familias priorizan la educación en valores? ¿A qué lugar de la escala de valores ha sido relegada la inteligencia emocional?
En la búsqueda de las múltiples causas que pueden contribuir a deformaciones en el complejo proceso de la educación de las futuras generaciones se pueden identificar responsables, pero no debemos olvidar que la educación integral de los hijos es obligación principal de los padres. En muchas ocasiones, al menos en la realidad cubana, nos encontramos con padres que delegan la función educativa en las instituciones del Estado. No debe confundirse la instrucción con la educación y al parecer, por estos tiempos, algunos saturan a sus hijos con repasadores particulares de diferentes asignaturas (a veces entendible por la baja calidad de la enseñanza en las escuelas), cursos de idioma, manifestaciones artísticas, deporte, mientras que el cultivo de una formación vocacional desde pequeños, o formación en valores y virtudes, queda en otros planos menos ventajosos. El intelecto y el espíritu deben ir juntos en la formación ciudadana para lograr el discernimiento de las opciones fundamentales de vida y trazarnos proyectos de vida, que se basen en la civilización del amor, la comprensión y la transmisión del mejor acervo de padres a hijos, y entre todos los seres humanos en el conjunto de relaciones que dan vida a las sociedades en que vivimos.
La educación, en cuanto a la participación de los padres, a la vez que obligación constituye un derecho, por lo que las comunidades educativas han venido demostrando que son la solución para lograr esa integralidad entendida como fusión de saberes y valores, mezcla de lo que es más práctico con aquello más espiritual. En este sentido, el Papa Francisco en la mencionada Exhortación, recuerda que “se ha abierto una brecha entre familia y sociedad, entre familia y escuela, el pacto educativo hoy se ha roto; y así, la alianza educativa de la sociedad con la familia ha entrado en crisis”. La diferenciación de roles no queda muy clara cuando una institución básica y primigenia como lo es la familia se flexibiliza in extremis, o un Estado o sociedad educativa mira al sector como un “entidad-masa-cantera” para fomentar una ideología, un pensamiento, un único estilo, metodología y plan de estudios. La ruptura de la fuerte interacción entre padre-hijo-Estado en torno a una comunidad educativa cierra la puerta al diálogo entre las partes, limita la generación de propuestas, convierte a los sujetos de la interacción en personas replicadoras de una idea que puede no representar los intereses propios o de la mayoría.
Quejarnos de la crisis de valores, referirse a ella como el justificante de todos los fenómenos negativos que no nos acomodan, no es la solución al problema de la intensidad y calidad de la educación. Mirar con corazón limpio cada proceso de nuestras vidas, pero en especial la formación que nos conduce a ser mejores personas y, por tanto, mejores ciudadanos, podría resultar un itinerario que nos conduzca a salidas viables ante problemas concretos. Desterremos de una vez la desidia y la falta de participación en los asuntos de “la cosa pública”. Trabajemos juntos, desde el rol que nos corresponda, padres, familias en general, instituciones educativas de la Iglesia o el Estado, en la generación de un modelo de educación abierto donde contemos con una escuela para la libertad, la paz y la inclusión.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsablede Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.