Los seres humanos contamos con un preciado recurso que nos diferencia del resto de los componentes del reino animal: el lenguaje a través de las palabras. A propósito del Día del Idioma, celebrado el pasado 23 de abril, me gustaría hacer algunas reflexiones sobre su uso actual.
Conscientes o no de la importancia de hablar correctamente, y más allá de las palabras “rebuscadas” o “sofisticadas” como algunos le llaman al vocabulario empleado por quien se empeña en hacerlo bien, la transmisión de un mensaje claro, conciso y ameno, es esencial para lograr los objetivos y comunicar con calidad; sobre todo en esta era de las sociedades de la información.
Comunicarse sin errores lleva implícito no solo el buen uso del idioma que se practique, sino darle el valor y el peso a cada palabra del mensaje. A veces escuchamos a quienes aluden hacerlo bien, por el hecho tan simple de no emplear palabras obscenas. Sin embargo, se agrede con el tono, con la intensidad, con la agudeza, y se cae en lo que conocemos como violencia verbal; considerada en muchas ocasiones peor que la violencia física. La segunda daña el cuerpo, pero la primera lacera el espíritu, corroe las emociones con esa hiel que envuelve en una espiral constante y, principalmente, entorpece el entendimiento y la razón.
Haciendo alarde de la autoctonía, el endemismo o las tradiciones culturales, escuchamos como se atropellan las palabras, a otras se les otorga un significado erróneo o sencillamente se reduce el acervo a unos pocos vocablos porque el medio propicia la mediocridad y la falta de superación. No importa ya si sucede en los espacios privados para el diálogo, en el seno del hogar, en la escuela, o a través de los medios de comunicación social. Recientemente escuchamos, por ejemplo, que en la Cumbre de las Américas la delegación cubana empleó como uno de sus lemas: “Con Cuba no te metas”. Por lo menos, me parece grotesco, beligerante y en actitud totalmente defensiva. Esta situación, a mi modo de ver, es aún más significativa, dado que se tolera en los medios, se confunde con identidad nacional y sucede lo que reza el refranero popular: “pagan justos por pecadores”.
Tenemos en Cuba también, ejemplos de ataques personales en los espacios televisivos estelares y en la prensa oficial. No se cuenta con ninguna institución de defensa ciudadana en la cual se pueda demandar el tratamiento irrespetuoso, la generación de falsos testimonios y el uso de frases difamatorias. No existen ni defensor del pueblo, ni instituciones imparciales. Cuando haces eco del derecho humano que es la libertad de expresión o como dijera el Apóstol de nuestra independencia José Martí “el derecho de todo hombre a pensar y a hablar sin hipocresía”, puede ser que el resultado se torne, incluso, en un ataque más intenso.
El lenguaje es como la inteligencia, puede ser empleado para el bien y también para hacer mucho mal. Nos corresponde trabajar para eliminar todo tipo de confrontación, las descalificaciones en las redes sociales, en las relaciones interpersonales, en la casa y en la escuela. Debemos decir menos que somos inclusivos, que respetamos las diversas opiniones, que somos pioneros de la coexistencia pacífica y llevar más a la práctica todas estas actitudes.
Educar para el diálogo respetuoso y la convivencia fraterna es uno de los caminos principales para construir un mundo donde la palabra pueda expresar ciertamente quiénes somos, hacia dónde vamos y qué queremos mostrar de nosotros mismos. Así decía nuestra poetisa y Premio Cervantes Dulce María Loynaz: “Yo dejo mi palabra en el aire, sin llaves y sin velos… para que todos la vean, la palpen, la estrujen o la expriman”.
Hablemos con mesura, disminuyamos la carga negativa de nuestros mensaje y no atropellemos el lenguaje; entonces sí podremos dejar nuestra palabra suspendida en el viento para que por ella seamos juzgados.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.