Lunes de Dagoberto
Las autoridades del país han declarado que Cuba está en una situación coyuntural pero han “tomado medidas” similares a las que en la década de los 90s se implantaron por la caída del campo socialista de Europa y la extinción de la Unión Soviética y que entonces se llamó oficialmente “Período Especial en tiempo de paz”.
Como estas denominaciones largas no tienen arraigo popular, todo el mundo llamó “período especial” y ya algunos comenzaron, como ahora, a buscar en los diccionarios de sinónimos y antónimos porque lo que vino después no tenía ninguna sinonimia con lo que comúnmente se califica como algo especial, refiriéndolo generalmente a algo bueno, excepcional, entre otras acepciones positivas. Todo lo contrario, período especial ha quedado incrustado en el imaginario popular como algo muy malo, inhumano, crítico en extremo e inaguantable por segunda vez.
Quizá será por esa amarga e insoportable memoria popular que las autoridades huyen del término, lo niegan, lo renombran, argumentando que no son las mismas circunstancias nacionales e internacionales. Esto es verdad, las de ahora son aún peores para la continuidad, después de la desaparecida URRS y la empobrecida Venezuela no se encuentra en el horizonte marcado universalmente por las leyes del mercado a ningún otro patrocinador que sea capaz de subsidiar, “sine die”, a lo que se ha llamado modelo económico cubano. Además, algunas de las medidas que ahora se toman no son para una coyuntura, parecen pensadas para un largo período más allá de un desabastecimiento puntual de un portador energético.
Cuba vive principalmente de las remesas, del salario de los colaboradores cubanos en el exterior y de un decadente turismo asediado por los malos y caros servicios internos y por leyes externas que son consecuencia directa de decisiones cubanas pasadas o presentes.
Debemos reconocer las causas estructurales y funcionales que han provocado la caída de los 90 y la recaída de los últimos años:
Por la ineficiencia del modelo; por la mala administración y experimentos por décadas; por el bloqueo de las fuerzas productivas y la libre iniciativa empresarial de los cubanos emprendedores reducidos a una limitada lista de oficios medievales; por la no aceptación y la desconfianza en la propiedad privada y en una auténtica propiedad cooperativa; por no querer abrir el país y reconocer los derechos de todos los cubanos sin diferencia ni distinción, vivan donde vivan y piensen como piensen; por mantener la centralización, estatalización y planificación de la economía; por tener una economía que depende sobre todo del subsidio y las alianzas políticas primero de la URSS y luego no aprender de aquella fatal experiencia y caer en la dependencia del petróleo de Venezuela, hasta el paroxismo de poner a todas las estructuras de gobierno y a todo un país pendiendo de un hilo, por la llegada o no de un barco; por tener la oportunidad de hacer las verdaderas reformas económicas y políticas en la reciente Constitución y hacer todo lo contrario.
Estas son, entre otras, las principales y verdaderas causas de aquel “período especial” y del actual “período coyuntural”. Otras pueden ser: no querer ver la realidad, o no querer reconocerla, o no querer escuchar a los economistas serios, o no querer ceder cuotas de poder hegemónico, no querer la apertura y la integración verdadera a bloques económicos y políticos regionales o mundiales por razones ideológicas, o todas ellas juntas, mientras los ciudadanos toman cada día mayor conciencia de la realidad, la comparten en las redes sociales, las critican en las esquinas y espacios públicos, las sufren en el seno de las familias, las rezan con angustia en las iglesias, o se las tragan como un buche amargo cada mañana.
Lo que tenemos hoy se debe a estas causas, unidas, digámoslo también, a otras coyunturas que parece tampoco se quieren considerar en su justo impacto, algunas decisiones en la política exterior de Cuba, la situación de Venezuela y Nicaragua, así como las nuevas políticas de Estados Unidos, de numerosos países latinoamericanos, Canadá, la Unión Europea, las Iglesias, cada cual con su estilo y su ritmo, pero todos exhortando a realizar cuanto antes los cambios necesarios, a liberar y confiar en las propias fuerzas productivas y en la creatividad y los talentos emprendedores de los cubanos, con la convicción que compartimos la mayoría de que los hijos de esta Isla, los que vivimos aquí y los que están dispersos por el mundo, amamos a nuestra Patria, queremos y buscamos lo mejor para ella por encima de opciones políticas, ideologías o creencias religiosas. Todos coincidimos en que los protagonistas de estos cambios y todos los que sean necesarios para que Cuba sea feliz debemos ser nosotros los cubanos todos, sin exclusión, sectarismos ni partidismos.
Por otro lado, cuando se repite hasta la saciedad y el hastío que “somos continuidad”, se debería cuidar lo que significa para el receptor y no solo para el emisor del mensaje, lo que la semiología y la hermenéutica, como ciencias de la comunicación, llaman procesos de interpretación, vale decir, la peculiaridad del enfoque semiológico responde al siguiente interrogante: “¿Por qué y cómo en una determinada sociedad algo —una imagen, un conjunto de palabras, un gesto, un objeto, un comportamiento, etc.— significa?” (Magariños de Morentin, Juan Ángel. 1996. “Los fundamentos lógicos de la semiótica y su práctica”. Editorial Buenos Aires). Entonces, ¿qué podría significar para el pueblo cubano, o para parte de él, “ser continuidad” en estas difíciles coyunturas, sean las de los 90s, sea la de este año, sean las de largas seis décadas de experimentar y no tener resultados significativos de desarrollo integral? ¿Continuamos así (por lo general el continuismo ha sido interpretado como propio de conservadores y la renovación como de actitudes revolucionarias o por lo menos reformadoras) o nos decidimos por renovar, reformar, crear, innovar, con serena audacia y la mejor creatividad propia del carácter del cubano?
La coyuntura que, como ha aclarado un amigo periodista, Reinaldo Escobar, no siempre es antónimo de permanente, es también sinónimo de articulación, de conexión, de acoplamiento que permite, por ejemplo, al cuerpo humano caminar, trabajar, desarrollarse y relacionarse. Las medidas administrativas que hasta el momento se están tomando no van al fondo del problema, juegan con la paciencia y el sufrimiento de la gente, y paralizan un país y lo poco que queda de trabajo y estudio, como si estuviéramos en los noventa resistiendo a ver cuando aparece otro mesías salvador.
Sin embargo, este puede ser el momento privilegiado para convocar a todos al cambio, no a la resistencia estoica e inútil. Es un momento en que la coyuntura puede ser una conexión con la apertura de Cuba a los cubanos de la Isla y de la Diáspora, apertura estructural, profunda, no cosmética. Y puede ser la articulación de una política exterior que elimine las causas que dependen de la actuación de Cuba en la arena internacional, para así integrarse en un clima de confianza entre los hijos de este país y entre todos los miembros de la comunidad internacional.
Esa sería una excelente solución coyuntural de fondo. En una palabra, lo que otros países han llamado transición pacífica y ordenada, que evite las explosiones interiores y la inseguridad regional. Estoy convencido que en ese camino, si es verdadero y transparente, contribuiríamos cada cubano con sus talentos, sus ideas, su trabajo y su visión de futuro. Solo así es posible “pensar Cuba”.
Por cierto, nos alegramos que las autoridades hayan hecho suyo el lema que desde hace un quinquenio escogió nuestro Centro de Estudios Convivencia: “Pensar Cuba”. Sí, pero pensarla entre todos y con todos, en un “Itinerario de Pensamiento y Propuestas para el futuro de Cuba”.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017. - Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.