Estudiando a Martí, suenan con especial impacto unas palabras que escribe refiriéndose a lo que significa ser verdaderamente un país independiente y soberano. Su visión de una patria nueva significaba también una forma de vivir nueva en la que los valores que dignifican y promueven a la persona humana alienten una convivencia diferente a la que se vive cuando la libertad es oprimida de cualquier forma.
Así dice el Apóstol:
“Un pueblo no es independiente cuando ha sacudido las cadenas de sus amos,
empieza a serlo cuando se ha arrancado de su ser los vicios de la vencida esclavitud,
y para patria y vivir nuevos, alza e informa conceptos de la vida
radicalmente opuestos a la costumbre del servilismo pasado,
a las memorias de debilidad y de lisonja que las dominaciones despóticas usan
como elementos de dominio sobre los pueblos esclavos.”
(Martí, J. Escenas mexicanas. Revista Universal. México. 1895, mayo 25. Tomo 6. p. 209).
En los momentos coyunturales que Cuba enfrentará, espero que con la serenidad y el orden que sus fundadores sembraron en las raíces de nuestra cultura, resulta de capital importancia comprender y asumir que no basta con cambios económicos o políticos o de liderazgos. Es absolutamente necesario un cambio de ser, es decir, de mentalidad, de conceptos obsoletos, de escala de valores, de costumbres viciadas, de formas violentas de relacionarse, de los daños antropológicos y la debilidad de carácter que fomentan el paternalismo y el autoritarismo.
El asunto no es solo de cambio generacional, no es solo de transformaciones del modelo económico, de apertura política, de progreso social. Todo esto es muy importante y decisivo, pero todo puede volver a perderse, o a corromperse por dentro, si no podemos respirar durante y después de esos procesos medulares, un aire renovado y limpio de las diversas formas de contaminación del pasado porque, sin esa voluntad de cambio de mentalidad y renovación del alma, podemos regresar a las viejas y malas costumbres. Todos los cubanos debemos permanecer despiertos, atentos y diligentes en el espíritu y la profundidad del cambio, porque el pasado es terco y siempre intenta regresar.
Todo cambio estructural y profundo, aunque gradual, ordenado y pacífico, puede fracasar o conducir a otros vicios o deformaciones, si no se promueve, antes, durante y después de esas transformaciones, una educación renovadora y liberadora, una siembra de valores que pueda fructificar en virtudes, la creación de un hábitat jurídico, de una atmósfera cívica y una convivencia fraterna, respetuosa y feliz de las diferencias. En una palabra, se debe fomentar esa “amistad cívica” que es y debe ser la base fundacional de la Patria nueva que solamente lo será de verdad si logramos entre todos un “vivir nuevo”.
¡Colosal tarea! A la que se puede entregar toda la vida.
Hasta el lunes próximo, si Dios quiere.
Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.