Lunes de Dagoberto
Una de las realidades que nos permite evaluar la actual situación de Cuba es el incremento de la violencia. En efecto, a diario y con mucha más frecuencia que hace unos años, nos llegan noticias e imágenes del uso de la violencia en una sociedad que se caracterizaba por su carácter noble, pacífico y seguro.
Algunos argumentan que no es que haya aumentado la violencia, sino que ha aumentado la transparencia en la sociedad cubana gracias al uso de internet, las redes sociales y los teléfonos celulares que convierten a cada persona que lo usa, en un periodista ciudadano, en un reportero de barrio, en comunicador espontáneo. Esta es otra realidad indiscutible: el ciudadano y el periodista independiente han cambiado la percepción de la realidad, la formación de una opinión pública más plural e inmediata. De hecho, lo que antes reportaba solo la prensa internacional acreditada en Cuba, hoy estos mismos medios utilizan como fuente primaria las imágenes subidas a la red, los reportes y los análisis que produce ese periodismo ciudadano y libre.
Esto ocurre en todos los ámbitos de la vida cotidiana, pero hoy quiero centrarme en un fenómeno social que resulta altamente peligroso y merecedor de la atención de todos: familia, educadores, Iglesias, Estado. Cada uno de los cubanos, cada institución y organización de la sociedad civil debemos reflexionar en este problema creciente: la violencia.
Primero, resolver las causas que provocan la violencia. Estas son de muy variadas características, comenzando por el abandono temprano del hogar familiar, la falta de educación en los primeros años de vida porque la familia deja en manos del Estado y de la escuela lo que es una obligación primaria, insustituible y urgente de los padres y abuelos: educar a la prole mediante la siembra de valores, el cultivo de las virtudes y la transmisión de principios. Otra de las causas es la propaganda de la violencia, la exaltación absoluta de los héroes que usaron la violencia para alcanzar sus fines, descalificando como “flojos” o como “traidores” a aquellos que intentaron, sinceramente, otros caminos de negociación pacífica y diálogo con resultados. Otro de los orígenes de la violencia es la presentación de la vida como una batalla, de la justificación de la violencia como un medio para alcanzar nobles fines. Una vez más resulta necesario repetir aquella sentencia básica de la ética: el fin no justifica los medios. Nunca. Lo contrario es la filosofía del “todo vale”, del relativismo moral, del “matonismo” y la “guapería”, física, psicológica, mediática, que vienen comboyados con un machismo violento y muchas veces solapado o justificado, que enarbola “el machete”, la “trinchera” y el “suelo anegado en sangre” como escenarios posibles, de un lado y del otro, en Cuba y en potencias hegemónicas. Otra de las causas puede ser la falta de libertad interior y la falta de libertades civiles y políticas, económicas, sociales y culturales. En una palabra, la falta de espacios para que cada ciudadano pueda realizar sus proyectos de vida sin ser coartado, amedrentado o reprimido. La represión excesiva, injusta y violenta conduce inevitablemente a la violencia acumulada. La persona humana ha sido creada para la libertad, la justicia, la fraternidad y cuando estas faltan, se va creando un hábitat asfixiante por la acumulación de frustraciones, prohibiciones absurdas, arbitrariedades del poder, parcialización de la justicia e indefensión ciudadana que van creando un sedimento en el interior de las personas y los grupos humanos que un día, quizá por una gota insignificante, o por una causa inmoral, se desbordan, se precipitan, se manifiestan como un boomerang: regresando con mas saña, devolviendo inesperadamente, vomitando sin poderlo evitar, una violencia acumulativa y soterrada que sorprende y asusta, que preocupa y amenaza con desatar nuevos ciclos de violencia por cualquier causa, especialmente por aquellas que hacen irrespirable la vida cotidiana, la insatisfacción de necesidades básicas y de libertades inalienables y la crispación que produce la falta de salida, el empecinamiento en la trinchera, el miedo al cambio y el no escuchar a tiempo la voz del pueblo, atribuyendo siempre y únicamente a un enemigo externo, real o sobredimensionado, lo que es, principalmente y en primer lugar, consecuencia del bloqueo interno, de la represión como último recurso, de la falta de negociación cívica con sus propios ciudadanos, de esa flexibilidad y pragmatismo ético que caracteriza a los gobiernos que se abren al cambio, que ceden ante los justos reclamos ciudadanos y buscan el progreso y la felicidad de su pueblo.
Una vez más y sin cansarnos, debemos convocarnos unos a otros a cerrarle la puerta a la violencia, a abrirle los caminos de la libertad y de las libertades a nuestro pueblo, al respeto de todos sus derechos, a parar en seco las arbitrariedades y la violación de las propias leyes, a crear un ambiente de sosiego, de diálogo, de negociación pacífica entre cubanos, que somos los primeros y principales responsables de nuestra actual situación y de nuestro destino. Si lo resolvemos entre cubanos por vías pacíficas, ordenadas y graduales, la comunidad internacional se abrirá a Cuba y seremos respetados y admirados por nuestra sabiduría y apertura al interior de la nación.
El Estado debe cuidar de sus ciudadanos y debe crear y respetar y cumplir, como el primero, su propia legalidad, porque cuando los funcionarios o autoridades actúan con arbitrariedad, pierden autoridad moral y no se gana el respeto debido.
Los ciudadanos todos, sin distinción, debemos desterrar la violencia verbal, ideológica, psicológica, familiar y social, aunque algunos confundan esto con “desmovilización”. Otra vez asoma la cabeza ese lenguaje militar, guerrerista, que va sembrando violencia. Nadie puede ni debe tomarse la justicia por su mano. Todos debemos respetar el orden, la seguridad ciudadana y la convivencia pacífica. Todos, las autoridades dando el ejemplo, los ciudadanos manteniendo el camino pacífico y la fraternidad entre cubanos. Si este equilibrio es violado tanto por los ciudadanos como por el Estado, la precipitación por la pendiente de la violencia se hace impredecible y perjudicial para todos. Esto debemos evitarlo a toda costa, todos tenemos responsabilidad, pero la responsabilidad es mayor en aquellos que ostentan mayor poder.
Tengo la convicción de que entre cubanos podremos desterrar la violencia si cesa la represión, si se emprende la negociación para un cambio estructural y pacífico, si todos cuidamos nuestro lenguaje, desterramos la descalificación, abrimos nuestra mentalidad y nuestros métodos a las transformaciones que Cuba necesita urgentemente. “Estirar la liga” es sumamente peligroso. Las explosiones sociales de un lado y del otro del mundo, son un grito de alerta y precaución.
Escuchémoslo. Escuchémonos.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. - Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
- Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.