Lunes de Dagoberto
Como cada año estamos en vísperas del natalicio de José Martí y Pérez (La Habana, 1853-Dos Ríos, 1895). Martí, el hombre, el patriota, el Apóstol de nuestra independencia, es uno de los fundadores de la nación cubana junto a Varela, Céspedes, Maceo, Gómez y Agramonte. Cada pueblo tiene en sus raíces esos padres que nos dieron Patria y Libertad.
Cuando ese panteón de los fundadores se cierra con su muerte, y el tiempo desemboca en eternidad, no debe abrirse jamás, no debemos incluir en las raíces a los que son, somos y debemos ser sus ramas, flores y frutos de hoy. Todos los que vinieron y vendrán después de los fundadores somos y debemos ser sus herederos, sus continuadores, los que pongamos su savia en nuestras venas de hoy y los que coloquemos su ejemplo entre los paradigmas inspiradores del mañana de Cuba.
Los que amamos esta Nación y queremos el proyecto vareliano-martiano que le dio origen en la mente y el corazón de aquellos patricios, le debemos respeto y honor, sino que estamos convocados por su ejemplo y virtudes a convertir el homenaje en vida cotidiana coherente con sus enseñanzas y sus imágenes en perpetuo recordatorio y señales que le den dirección y sentido a nuestros sentimientos y acciones patrios.
Para ello, debemos vivir cada aniversario como un memorial actualizador de sus visiones y proyectos para Cuba. Hoy quiero recordar tres enseñanzas fundacionales del Maestro Martí que nos refieren a los ejes centrales de su magisterio: la dignidad de la persona, el carácter incluyente de todos en el proyecto, y el Amor como la fórmula triunfante en el devenir de Cuba. Honrar a Martí es honrar, por lo menos, estos tres principios.
• La dignidad y los derechos de toda persona humana
En ese año trepidante en que el Apóstol pronunció gran parte de sus discursos programáticos que nos permiten conocer su proyecto de País, podemos encontrar, diáfano, contundente, sin dudas este primer principio, piedra angular de su visión de Cuba, hasta llegar a decir de él que si no se observa, de nada valdrían las lágrimas y la sangre que costó nuestra independencia. Evaluamos nuestro hoy en Cuba a la luz de esta primera ley de la República:
“Porque si en las cosas de mi patria me fuera dado preferir un bien a todos los demás, un bien fundamental que de todos los del país fuera base y principio, y sin el que los demás bienes serian falaces e inseguros, ese sería el bien que yo prefiriera: yo quiero que la ley primera de nuestra república sea el culto de los cubanos a la dignidad plena del hombre. En la mejilla ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba cualquier mejilla de hombre: envilece a los pueblos desde la cuna el hábito de recurrir a camarillas personales, fomentadas por un interés notorio o encubierto, para la defensa de las libertades: sáquese a lucir, y a incendiar las almas, y a vibrar como el rayo, a la verdad, y síganla, libres, los hombres honrados. Levántese por sobre todas las cosas esta tierna consideración, este viril tributo de cada cubano a otro. Ni misterios, ni calumnias, ni tesón en desacreditar, ni largas y astutas preparaciones para el día funesto de la ambición. O la república tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí y el respeto, como de honor da familia, al ejercicio íntegro de los demás; la pasión, en fin, por el decoro del hombre, o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros bravos.”
Debemos también tener en cuenta lo que Jacques Maritain (1942), pensador de inspiración cristiana que coincide con nuestro Martí cuando expresó: “La persona humana tiene una dignidad absoluta porque está en relación directa con el Absoluto, en el cual puede encontrar su pleno cumplimiento (acabamiento, realización, fin).”
Maritain describe así la diferencia entre individuo y persona, categoría esencial del humanismo cristiano, y tan necesaria para dar la dimensión integral al estudio y alcance del daño antropológico que sufre Cuba: “Cuando decimos que un hombre es persona, no queremos decir sólo que es un individuo… El hombre es un individuo que se rige con la inteligencia y con la voluntad; no existe solamente en modo físico, sino que sobreexiste espiritualmente en conocimiento y en amor, y con el amor puede darse todo entero a seres que están ante él como otros tantos él mismo… La persona humana posee estos caracteres porque en definitiva… existe desde el ‘útero hasta el sepulcro’, por obra de la existencia misma de su alma que domina el tiempo y la muerte. Es el espíritu la raíz de la personalidad.”
Todo lo demás que va contra la dignidad de la persona humana dice Martí que es falaz e inseguro.
• La inclusión y la unidad en la diversidad
La otra columna que debe sostener el edificio de nuestra República si quiere ser martiana es la unidad en la diversidad y la inclusión de todos sin diferencia de credo, forma de pensar, opciones políticas y otras características o preferencias personales. Este fragmento es todo un monumento a la inclusión y a la búsqueda del bien común:
“Aquí velábamos; aquí aguardábamos; aquí anticipábamos; aquí ordenábamos nuestras fuerzas; aquí nos ganábamos los corazones; aquí recogíamos y fundíamos y sublimábamos, y atraíamos para el bien de todos, el alma que se desmigajaba en el país. Con el dolor de toda la patria padecemos, y para el bien de toda la patria edificamos, y no queremos revolución de exclusiones ni de banderías, ni caeremos otra vez en el peligro del entusiasmo desordenado ni de las emulaciones criminales. Todo lo sabemos y todo lo evitaremos, Razón y corazón nos llevan juntos. Ni nos ofuscamos, ni nos acobardamos. Ni compelemos, ni excluimos. ¿Qué es la mejor libertad sino el deber de emplearla en bien de los que tienen menos libertad que nosotros? ¿Para qué es la fe, sino para enardecer a los que no la tienen?… ¡Es cierto que las primeras señales de los pueblos nacientes, no las saben discernir, ni las saben obedecer, sino las almas republicanas! Y esto hacemos aquí, y labramos aquí sin alarde un porvenir en que quepamos todos.”
Evaluemos nuestras actitudes y las formas de convivencia que existen hoy en Cuba. ¿Se ajustan a esta visión de Martí? ¿Podemos decir que el sistema político, económico y social en que vivimos los cubanos hoy se parece a este modelo de sociedad narrado aquí por Martí?
• La fórmula del Amor triunfante
El tercer principio y el que da cimiento y sentido a los otros dos es el amor como valor supremo y virtud capital de nuestra nación cubana:
“Para Cuba que sufre, la primera palabra. De altar se ha de tomar a Cuba, para ofrendarle nuestra vida, y no de pedestal, para levantamos sobre ella… ¡Basta de meras palabras! De las entrañas desgarradas levantemos un amor inextinguible por la patria sin la que ningún hombre vive feliz, ni el bueno ni el malo… Pues alcémonos de una vez, de una arremetida última de los corazones, alcémonos de manera que no corra peligro la libertad en el triunfo, por el desorden o por la torpeza o por la impaciencia en prepararla; alcémonos, para la república verdadera, los que por nuestra pasión por el derecho y por nuestro hábito del trabajo sabremos mantenerla…Y pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula de amor triunfante: “Con todos, y para el bien de todos.”
Revisemos las virtudes predominantes en la sociedad cubana de hoy: ¿Es el amor o el odio? ¿Es la paz o la violencia y la represión de los diferentes? ¿La “arremetida de corazones” de Martí ha sido el método para mantener la república soñada por el Apóstol?
Los remedios para hoy y para siempre
Pero no nos quedemos en la constatación de nuestra realidad, sea cual fuere, es necesario poner remedio al daño, sanar lo herido, lavar las heridas y curarlas con el único ungüento y en el único hábitat en que una nación deshiela sus errores y corruptas raíces adventicias: esa cura es el Amor. Así lo previó y lo recomendó Martí, al que todos debemos honrar con la vida y en sus imágenes:
• En las entrañas, raíces e interior de cada cubano:
“Hay que deshelar, con el calor de amor, montañas de hombres; hay que detener, con súbito erguimiento, colosales codicias; hay que extirpar, con mano inquebrantable, corruptas raíces…”
• En las estructuras con las que se edifica el hábitat de nuestra sociedad:
“Ahora se necesitan más que nunca templos de amor y humanidad que desaten todo lo que hay en el hombre de generoso y sujeten todo lo que hay en él, de crudo y vil.”
Cuba tiene la dicha de tener al libertador de la dignidad plena y al apóstol del Amor triunfante. Un libertador que ofrece la rosa blanca al “amigo sincero que me da su mano franca” y también la ofrece para “el cruel que me arranca el corazón con que vivo”. Honrémosle siempre con la verdad, la inclusión universal y el bien de todos ceñidos con el lazo más fuerte, universal y duradero: el Amor.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. - Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
- Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.