El encuentro, el diálogo y la negociación entre las dos partes de Corea, del Norte y del Sur, en días pasados, han sido gestos y un ejemplo para el mundo entero. Un país dividido por las diferencias ideológicas, políticas, económicas y técnicamente en guerra, ha decidido superar las barreras que entorpecen la unidad y han comenzado a conversar y negociar.
Independientemente de los resultados y si se logra o no lo que se espera, este acontecimiento en sí mismo marca la diferencia de medio siglo anterior. Los diferentes se respetan, se aceptan, no se descalifican ni ofenden más, y a fuerza de voluntad y una visión alta y decorosa, se dan la mano, se sientan a dialogar, comparten la mesa y distienden la crispación con risas y símbolos compartidos. El pueblo coreano de ambas partes debe estar respirando más tranquilo. Hace un tiempo, esto que hemos visto con admiración y esperanza, era un imposible aparentemente inalcanzable. Todos los analistas esperaban una guerra inminente, incluso con uso de posibles armas nucleares. Algunos predijeron que podría ser el fin del mundo antes de un mundial de futbol. Pues bien, antes del ya próximo mundial del deporte más jugado y seguido en todo el mundo, lo que hemos contemplado es todo lo contrario. ¿Cómo es posible que, en ocasiones, seamos tan categóricos y pesimistas? La realidad en ese momento puede indicar una perspectiva, pero la historia nos ha demostrado más que frecuentemente que la continuidad más atada y bien atada puede comenzar a cambiar sin que nadie lo esperara.
La pregunta que se desprende de este ejemplo de las dos partes de Corea pudiera ser: Si un conflicto tan viejo, tan beligerante y con protagonistas tan atrincherados en su ideología y modelo político han podido sentarse a dialogar y negociar para buscar el bien de su Patria:
– ¿Por qué los cubanos no podemos dejar de ofendernos, de descalificarnos con epítetos como mercenarios, vendepatrias, servidores de una potencia extranjera, contrarrevolucionarios y otras ofensas mayores?
– ¿Por qué ponemos las diferencias ideológicas o políticas por encima de la unidad en la diversidad de la Patria en que quepamos todos
– ¿Por qué no toleramos que haya una parte de nuestro pueblo que desee hacer cambios políticos, económicos y sociales que contribuyan al bien de toda la Nación?
– ¿Por qué damos al mundo tan mal ejemplo de intolerancia, represión y repudio entre cubanos, hijos de una misma Nación?
– ¿Seremos los cubanos más excluyentes, ofensivos, inciviles y cerrados a la diversidad, que nuestros hermanos venezolanos, nicaragüenses, ecuatorianos, chilenos, colombianos, sudafricanos, angolanos y hasta los coreanos? Todos ellos han tenido y tienen conflictos y diferencias como nosotros o mucho mayores, pero se sientan a dialogar, se dan la mano y negocian alrededor de una mesa para buscar salidas y soluciones para el bien de sus respectivos países.
– ¿Es Cuba peor que todos ellos? ¿Somos incapaces de “despenalizar la discrepancia” como dice un periodista amigo? ¿Seremos menos que otros para no poder dejarnos de ofender, reprimir, repudiar entre cubanos? ¿O estamos enviando un mensaje equívoco al resto del mundo dando a entender que no somos el pueblo de Varela, de Luz, de Martí y tantos otros que superaron las diferencias y nos dieron una república “con todos y para el bien de todos”?
– ¿Estaremos dejando un mensaje equivocado a la comunidad internacional dando a entender que los gobiernos y pueblos solo se sientan a dialogar cuando los conflictos internos se hacen violentos y las presiones externas se acrecientan ante el aumento de la cerrazón y la represión interna?
Estoy seguro que la inmensa mayoría de los cubanos deseamos vivir en paz, convivir aceptando la diferencia, dejar las ofensas, las descalificaciones y las frases barrioteras y altisonantes. Eso no es de nuestra esencia ni de nuestra cultura.
Ojalá Cuba se una a esa voluntad mundial de dialogar entre cubanos diferentes, entre cubanos discrepantes política, económica y socialmente.
Ojalá no estiremos más la soga de la paciencia. El diálogo y la convivencia pacífica entre cubanos deben prevalecer.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.