Cuba estaba inmersa en la crisis económica y política más grande de su historia, que aún no termina, a consecuencia de la caída del “campo socialista” y la extinción de la Unión Soviética. Del 21 al 25 de enero de 1998, ocurrió lo que nadie hubiese creído 20 años atrás en medio de una mayor persecución religiosa. Todo pasa.
Aterrizaba en Cuba un Papa polaco, el primer Sumo Pontífice de la Iglesia Católica que llegaba a la Perla de las Antillas. Había contribuido, según su papel y nacionalidad, a aquellos cambios en Europa. Se presentaba como Mensajero de la Verdad y de la Esperanza, y todo el mundo vio a un anciano venerable y endeble, que enarbolaba un crucificado y hablaba en español. Desde el primer momento magnetizó al pueblo cubano de tal suerte que, hasta hoy, ocurridas otras dos visitas pontificias, la gente sencilla habla de “la visita del Papa”, para referirse a aquella primera ráfaga del viento del Espíritu Santo que el mismo san Juan Pablo II identificó para todos los que, tirios y troyanos, estábamos absortos y desbordantes en la Plaza Cívica José Martí de La Habana. Al arreciar el viento terminada la homilía el Papa santo dijo con voz potente: “Ese viento de hoy es muy significativo, porque el viento simboliza al Espíritu Santo. Spiritus spirat ubi vult. Spiritus spirare in Cuba” (El Espíritu sopla donde quiere. El Espíritu quiere soplar en Cuba).
Aún recuerdo con un estremecimiento entrañable los momentos siguientes a este, cuando, en uno de sus abundantes gestos, el Papa nos entregó, uno a uno, a 20 laicos de toda Cuba una Biblia bendecida por él frente a las máximas autoridades y al mundo entero que veía subir lentamente al altar a una veintena de cristianos que representábamos, modestamente, al resto fiel que había salido de las “catacumbas” de los 60s y 70s para seguir anunciando el Evangelio en Cuba. Fui el último y llevaba del brazo a la señora Lola Careaga, anciana de las Minas de Matahambre donde yo había servido de ministro de la Palabra y de la Eucaristía. Ella fue la única que mantuvo aquel templo abierto y a la Iglesia viva en aquellas montañas remotas. Iba con una manta tejida a mano al estilo de nuestras abuelas y rompiendo todo ceremonial, rodeó al Santo Padre con su brazo por el cuello y le estampó en su cara, con total cariño y sencillez, lo que inmediatamente la prensa internacional llamó: “El beso de Cuba”.
No es posible reflejar en una columna lo que fue y lo que es “la visita” del Papa san Juan Pablo II a Cuba. Recuerdo que unas semanas después surgió una campaña política soterrada que pretendía “despapizar” a Cuba, destinada a borrar su memoria y tirar un pesado manto sobre sus enseñanzas. Todos fuimos en parte responsables de aquel silencio. Recuerdo siempre a un joven laico cubano que al preguntarle que me sugería decir al Papa en mi visita a Roma, me dijo sin titubear: “Dile, Santo Padre por Usted no ha quedado”. Por eso, recomendaría vivamente que nos acerquemos nuevamente a esas enseñanzas, especialmente dirigida por el sucesor del apóstol Pedro al pueblo de Cuba y a su Iglesia. Mantienen toda su vigencia, aún más, creo que ahora es el mejor momento para estudiarlas, orarlas y aplicarlas al momento histórico que vive nuestra Patria en 2018.
Pero no puedo dejar de subrayar varios temas y gestos de su visita aún inacabada: Solo siete temas y siete gestos:
- Su mensaje a Pinar del Río al sobrevolar esta Diócesis antes de aterrizar en La Habana:
“Me complace dirigir un cordial saludo a los hijos e hijas de esa región occidental de la Nación, cuyos atractivos naturales evocan aquella otra riqueza que son los valores espirituales que les han distinguido y que están llamados a conservar y transmitir a las generaciones futuras para el bien y el progreso de la Patria.”
- El mensaje a su llegada al Aeropuerto:
“Quiera Dios que esta Visita que hoy comienza sirva para animarlos a todos en el empeño de poner su propio esfuerzo para alcanzar esas expectativas con el concurso de cada cubano y la ayuda del Espíritu Santo. Ustedes son y deben ser los protagonistas de su propia historia personal y nacional.”
- La Misa y homilía en Santa Clara dedicada a la familia:
“La familia, la escuela y la Iglesia deben formar una comunidad educativa donde los hijos de Cuba puedan “crecer en humanidad”. No tengan miedo, abran las familias y las escuelas a los valores del Evangelio de Jesucristo, que nunca son un peligro para ningún proyecto social. Por tanto, los padres, sin esperar que otros les reemplacen en lo que es su responsabilidad, deben poder escoger para sus hijos el estilo pedagógico, los contenidos éticos y cívicos y la inspiración religiosa en los que desean formarlos integralmente. No esperen que todo les venga dado. Asuman su misión educativa, buscando y creando los espacios y medios adecuados en la sociedad civil. ¡Cuba: cuida a tus familias para que conserves sano tu corazón!”
- La Misa, homilía y mensaje a los jóvenes cubanos en Camagüey:
“Queridos jóvenes, el testimonio cristiano, la “vida digna” a los ojos de Dios tiene ese precio. Si no están dispuestos a pagarlo, vendrá el vacío existencial y la falta de un proyecto de vida digno y responsablemente asumido con todas sus consecuencias. La Iglesia tiene el deber de dar una formación moral, cívica y religiosa, que ayude a los jóvenes cubanos a crecer en los valores humanos y cristianos, sin miedo y con la perseverancia de una obra educativa que necesita el tiempo, los medios y las instituciones que son propios de esa siembra de virtud y espiritualidad para bien de la Iglesia y de la Nación… La felicidad se alcanza desde el sacrificio. No busquen fuera lo que pueden encontrar dentro. No esperen de los otros lo que Ustedes son capaces y están llamados a ser y a hacer. No dejen para mañana el construir una sociedad nueva, donde los sueños más nobles no se frustren y donde Ustedes puedan ser los protagonistas de su historia… acojan el llamado a ser virtuosos. Ello quiere decir que sean fuertes por dentro, grandes de alma, ricos en los mejores sentimientos, valientes en la verdad, audaces en la libertad, constantes en la responsabilidad, generosos en el amor, invencibles en la esperanza.”
- La Misa y homilía en Santiago de Cuba, dedicada a la Patria:
“Los laicos católicos, salvaguardando su propia identidad para poder ser “sal y fermento” en medio de la sociedad de la que forman parte, tienen el deber y el derecho de participar en el debate público en igualdad de oportunidades y en actitud de diálogo y reconciliación. Asimismo, el bien de una nación debe ser fomentado y procurado por los propios ciudadanos a través de medios pacíficos y graduales. De este modo cada persona, gozando de libertad de expresión, capacidad de iniciativa y de propuesta en el seno de la sociedad civil y de la adecuada libertad de asociación, podrá colaborar eficazmente en la búsqueda del bien común.”
- El mensaje al mundo de la cultura en su visita a la tumba del Padre Félix Varela en el Aula Magna de la Universidad de La Habana:
“Es de justicia recordar la influencia que el Seminario de San Carlos y San Ambrosio, de La Habana, ha tenido en el desarrollo de la cultura nacional bajo el influjo de figuras como José Agustín Caballero, llamado por Martí “padre de los pobres y de nuestra filosofía”, y el sacerdote Félix Varela, verdadero padre de la cultura cubana…Hijo preclaro de esta tierra es el Padre Félix Varela y Morales, considerado por muchos como piedra fundacional de la nacionalidad cubana. Él mismo es, en su persona, la mejor síntesis que podemos encontrar entre fe cristiana y cultura cubana. Sacerdote habanero ejemplar y patriota indiscutible, fue un pensador insigne que renovó en la Cuba del siglo XIX los métodos pedagógicos y los contenidos de la enseñanza filosófica, jurídica, científica y teológica. Maestro de generaciones de cubanos, enseñó que para asumir responsablemente la existencia lo primero que se debe aprender es el difícil arte de pensar correctamente y con cabeza propia. Él fue el primero que habló de independencia en estas tierras. Habló también de democracia, considerándola como el proyecto político más armónico con la naturaleza humana, resaltando a la vez las exigencias que de ella se derivan.Entre estas exigencias destacaba dos: que haya personas educadas para la libertad y la responsabilidad, con un proyecto ético forjado en su interior, que asuman lo mejor de la herencia de la civilización y los perennes valores trascendentes, para ser así capaces de emprender tareas decisivas al servicio de la comunidad; y, en segundo lugar, que las relaciones humanas, así como el estilo de convivencia social, favorezcan los debidos espacios donde cada persona pueda, con el necesario respeto y solidaridad, desempeñar el papel histórico que le corresponde para dinamizar el Estado de Derecho, garantía esencial de toda convivencia humana que quiera considerarse democrática.”
- El mensaje al mundo del dolor en el Rincón:
“El sufrimiento no es sólo de carácter físico, como puede ser la enfermedad. Existe también el sufrimiento del alma, como el que padecen los segregados, los perseguidos, los encarcelados por diversos delitos o por razones de conciencia, por ideas pacíficas aunque discordantes. Estos últimos sufren un aislamiento y una pena por la que su conciencia no los condena, mientras desean incorporarse a la vida activa en espacios donde puedan expresar y proponer sus opiniones con respeto y tolerancia. Aliento a promover esfuerzos en vista de la reinserción social de la población penitenciaria. Esto es un gesto de alta humanidad y es una semilla de reconciliación, que honra a la autoridad que la promueve y fortalece también la convivencia pacífica en el País…los cubanos necesitan de la fuerza interior, de la paz profunda y de la alegría que brota del “Evangelio del sufrimiento”. Ofrézcanlo de modo generoso para que Cuba “vea a Dios cara a cara”… El dolor llama al amor, es decir, ha de generar solidaridad, entrega, generosidad en los que sufren y en los que se sienten llamados a acompañarlos y ayudarlos en sus penas. La familia, la escuela, las demás instituciones educativas, aunque sólo sea por motivos humanitarios, deben trabajar con perseverancia para despertar y afinar esa sensibilidad hacia el prójimo y su sufrimiento,… esto se refiere a los sufrimientos físicos, pero vale todavía más si se trata de los múltiples sufrimientos morales y del alma. Por eso cuando sufre una persona en su alma, o cuando sufre el alma de una nación, ese dolor debe convocar a la solidaridad, a la justicia, a la construcción de la civilización de la verdad y del amor. Un signo elocuente de esa voluntad de amor ante el dolor y la muerte, ante la cárcel o la soledad, ante las divisiones familiares forzadas o la emigración que separa a las familias, debe ser que cada organismo social, cada institución pública, así como todas las personas que tienen responsabilidades en este campo de la salud, de la atención a los necesitados y de la reeducación de los presos, respete y haga respetar los derechos de los enfermos, los marginados, los detenidos y sus familiares, en definitiva, los derechos de todo hombre que sufre… La indiferencia ante el sufrimiento humano, la pasividad ante las causas que provocan las penas de este mundo, los remedios coyunturales que no conducen a sanar en profundidad las heridas de las personas y de los pueblos, son faltas graves de omisión, ante las cuales todo hombre de buena voluntad debe convertirse y escuchar el grito de los que sufren.”
Además de sus sabias palabras el Papa nos regaló unos gestos que son igualmente elocuentes, menciono estos siete:
– Coronar la imagen original de la Virgen de la Caridad.
– Visitar la tumba del Padre Félix Varela: encuentro entre dos santos.
– Bendecir la Cruz de la Parra en Santiago.
– Entregar una Biblia y bendecir a 20 laicos en la plaza pública.
– El encuentro con el mundo del dolor en el Santuario de San Lázaro en Rincón.
– El encuentro con representantes de otras denominaciones cristianas y judías.
– El encuentro con las autoridades y su familia en el Palacio Presidencial.
Veinte años después, la Iglesia en Cuba también vive grandes desafíos y retos ante el momento histórico que se presenta a la Nación al terminar la etapa de la llamada “generación histórica” y la incertidumbre de lo que vendrá. La misma Iglesia vive, además de esa encrucijada, los desafíos que ella le presenta y los de su vida como comunidad, su laicado, sus pastores, su misión aquí y ahora. El discurso a los Obispos cubanos que es todo un sugerente programa pastoral aún no suficientemente orado, meditado y practicado. Su espíritu y su contenido, en mi opinión y la de muchos, es de una urgencia mayor que cuando fue pronunciado hace dos décadas.
Tengo la certeza de que el espíritu y la letra de las enseñanzas del Papa san Juan Pablo II pueden ser un sugerente subsidio para vivir esos retos como mensajeros de la verdad y de la esperanza. Sencillamente porque fueron oradas, escritas y proclamadas desde el Evangelio de Cristo, el mismo ayer, hoy y siempre. Y porque han sido acompañadas con el testimonio personal de un santo y de una Iglesia local que ha vivido su propia experiencia martirial. Que eso significa ser testigos de la verdad y de la esperanza que no defrauda.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.