La impuntualidad de los cubanos

Jueves de Yoandy

Hace muchos años escuchamos hablar del daño antropológico que provocan los sistemas totalitarios. Existen evidencias del efecto negativo que causan en la mentalidad de los ciudadanos y la vulnerabilidad que presentan estos ante la gran institución que es el Estado, quien todo lo controla, todo lo dirige e influye directa o indirectamente en el estilo de vida del soberano. 

Para quién tenga duda, desconozca el concepto, le parezca grandilocuente o enciclopédico, basta con hacer una radiografía que permita describir algunos rasgos, adquiridos, en la personalidad del cubano. Existe una serie de cualidades, a modo de deformación de las virtudes, que muchos emplean, a pesar nuestro, para caracterizar a los habitantes de la mayor de las Antillas.

El paternalismo de Estado lejos de fomentar la espontaneidad, la creación propia de la naturaleza humana y la libertad en sentido amplio, aplasta las iniciativas personales, subordina lo particular a lo general, confunde a la persona con la masa y genera comportamientos que pasan a ser normales, aún sabiendo que distan demasiado de una digna actitud. 

Quisiera referirme, por ejemplo, a uno de esos males que nos toca a todos: la impuntualidad. 

¿Quién no ha esperado en una oficina de atención a la ciudadanía varias horas con el fin de que “aparezca” la persona indicada para atender nuestro particular? Casi siempre está “trabajando fuera”, “salió un momentico a la calle”, o “está en provincia”. 

¿Cuántas veces usted o yo hemos madrugado para hacer una larga “cola” y garantizar alcanzar puestos para un turno médico, sacar un boleto de ómnibus o realizar determinado trámite en una oficina estatal , etc.? En muchas ocasiones llegada la hora de apertura no se inician las labores. El responsable puede llegar tarde, usted no, porque la hora de entrada del trabajador sí puede variar; la de salida no, en todo caso lo hace para acortar la jornada laboral porque “van a fumigar”, “el sistema se cayó” o “tenemos reunión del sindicato”. 

¿Cuántas veces usted o yo hemos violado los plazos establecidos para la entrega de una tarea específica? Cuando no se le da el valor necesario a lo que se hace, cuando no se está a gusto o no se cree en el fruto del trabajo porque no hay incentivo, porque lo que se recibe son órdenes “de arriba” y no decisiones consensuadas en equipo, poco importará “quedar bien”, “estar en tiempo” o cumplir el plazo”. 

Ante estas situaciones que tan solo son breves ejemplos del mundo del trabajo, casi se ha ido enraizando una conciencia tanto en el trabajador como en el usuario o consumidor de que se está en el camino correcto porque “total, yo hago como que trabajo, y ellos hacen como que me pagan”. Esta actitud no tiene en cuenta que, nuestra impuntualidad afecta a los demás. Somos responsables de pérdidas de tiempo, abuso de las cuotas de paciencia y sobre todo del deterioro de las relaciones humanas basadas en el respeto mutuo. 

Este mal que vemos en nuestros centros de trabajo, estudio y a veces en situaciones particulares de nuestro propio hogar, se puede reparar, desde el seno de la familia, con una buena educación en valores. Se trata de una tarea difícil, continua y ya estamos tarde, pero no es imposible. 

Tengo fe que en la reconstrucción de Cuba, si lo tomamos en serio, llegaremos a tiempo.

 


Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.

Ver todas las columnas anteriores

Scroll al inicio