Lo esencial del problema de la educación en Cuba no es el acceso a la instrucción sino la falta de pluralismo. Debemos analizar las opciones de una educación paternalista y manipuladora y una pedagogía liberadora y respetuosa de la dignidad y los derechos de la persona. La educación paternalista garantiza que todos los “alumnos-hijos” reciban del “Estado-padre” una instrucción segura cuya finalidad es repetir y continuar en los hijos ideas y actitudes idénticas a las de los mayores; esto también ocurre en el ámbito de una familia autoritaria, o una institución religiosa paternalista o no participativa. La educación paternalista y manipuladora conlleva fácilmente a la indecisión y la corrupción. La educación liberadora y pluralista, en cambio, es riesgosa e insegura hoy, pero es la garantía de la adultez cívica y la autonomía de la persona humana mañana. La educación liberadora no es apertura al libertinaje sino a la responsabilidad personal y social. La educación pluralista no es apertura al relativismo moral y a la cultura del “todo vale”, es descubrir la riqueza de la diversidad y respetarla como garantía del aprecio a los derechos de cada persona. Elegir el contenido ético y cívico de la educación es otro de los derechos de la persona humana. Se trata de que la educación vaya más allá de la instrucción y llegue a la transmisión de valores y actitudes.
No deja de ser relevante la amplia incidencia de la falta de educación en todas las áreas de desarrollo; pero que la familia cubana esté colocada en el centro del análisis es uno de los problemas más agravantes. La familia es el primer lugar y el más decisivo en la formación de la persona humana y en el proceso de socialización.
La educación y formación para muchas familias juega todavía un lugar destacado a pesar de las presiones, la falta de apoyo y acompañamiento, las autolimitaciones y autocensuras de los padres en cuanto a sus propios derechos. Los padres conocen y valoran la importancia de la instrucción y su calidad, aunque consideran al mismo tiempo el destacado papel que ejerce la educación tradicional inculcada por las generaciones anteriores de abuelas y abuelos dentro de la familia.
En la familia cubana se produce una fuerte manifestación de los llamados contravalores que conducen, en cierta medida, a la pérdida de su función educadora. En el marco de la familia debe ser favorecida la síntesis personal frente a la diversidad de mensajes que los hijos reciben de los demás ámbitos como son la escuela, la Iglesia, los grupos naturales, entre otros. No debe predominar un mensaje impositivo ni oficial venido desde ninguno de los ámbitos anteriores. La conjunción de las buenas enseñanzas de cada uno de ellos evita la creación de seres humanos frágiles y sin criterio propio para establecer proyectos de vida y discernimientos entre opiniones diversas. De lo contrario, el ser humano disminuye su capacidad de juzgar la realidad circundante y, por sobre todo, aumenta su pobreza espiritual.
Sobre el papel de las familias en su rol educativo, el Papa Francisco en su visita a Cuba, durante el encuentro con las familias cubanas en Santiago de Cuba (22 de septiembre de 2015), expresó: “Cuidemos a nuestras familias, verdaderos espacios de libertad. Cuidemos a nuestras familias, verdaderos centros de humanidad.” El mismo Sumo Pontífice en el discurso ante la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) también dijo: “El desarrollo humano integral y el pleno ejercicio de la dignidad humana no pueden ser impuestos. Deben ser edificados y desplegados… por cada familia, en comunión con los demás hombres y en una justa relación con todos los círculos en los que se desarrolla la socialidad humana -amigos, comunidades, aldeas y municipios, escuelas, empresas y sindicatos, provincias, naciones-. Esto supone y exige el derecho a la educación -también para las niñas, excluidas en algunas partes-, que se asegura en primer lugar respetando y reforzando el derecho primario de las familias a educar, y el derecho de las Iglesias y de agrupaciones sociales a sostener y colaborar con las familias en la formación de sus hijas e hijos.”
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.