(PARTE II y final)
- CONFERENCIA PRONUNCIADA POR DAGOBERTO VALDÉS HERNÁNDEZ,
- DIRECTOR DEL CENTRO DE ESTUDIOS CONVIVENCIA
- EN LA V SEMANA SOCIAL CATÓLICA.
- SALÓN FÉLIX VARELA. ERMITA DE LA CARIDAD. MIAMI. 10 FEBRERO 2018.
- Hacia una eticidad en los procesos de cambios y proyectos futuros en Cuba: 5 principios y 4 valores
Dando un paso más en este itinerario sobre la aplicación del Evangelio social de Cristo en las condiciones de Cuba, Isla y Diáspora, podemos comenzar el descenso o inmersión del cristiano en la realidad temporal a la que somos enviados desde nuestro bautismo. Esa realidad para nosotros es, sobre todo, Cuba, la nación entera, y ella integrada en el mundo del que forma parte inseparable e interactuante.
La cuarta estación es asumir una eticidad de inspiración cristiana, y por tanto, autónoma y trascendente, que respete la libertad y la responsabilidad de cada persona y, al mismo tiempo, provoque un proceso de apertura, consciente y consentida, hacia el Absoluto Trascendente, en biunívoca relación paterno-filial-fraternal. El Papa emérito Benedicto XVI pronunció precisamente en Cuba esta enseñanza, quizá la de mayor calado y necesidad en un sistema totalitario en fase de desintegración: “Dios no solo respeta la libertad humana, sino que parece necesitarla”.
Pues bien, a partir de ese don de la libertad personal, intrínseco de la naturaleza humana, cada ciudadano puede y debe hacer el trayecto existencial que va de la moral formulada a la moral vivida, para así con libertad y su inseparable responsabilidad, conformar su “ethos” personal y contribuir a la formación o enriquecimiento del “ethos” social.
Como sabemos, una de las heridas del daño antropológico que ha producido el totalitarismo en Cuba durante 60 años es la crisis profunda de valores; otra herida es la pérdida de la virtud y de ellas se desprende la falta de civismo, la amoralidad y la despersonalización. Si definimos el Ethos como el “conjunto de rasgos y modos de comportamiento que conforman el carácter o la identidad de una persona o una comunidad” (RAE) entonces cada persona y nación, pueden y deben discernir, optar, purificar y cultivar su propia identidad sin camaleónicos relativismos morales, ni imposiciones heterónomas invasivas.
Las culturas relativistas o escuelas amorales de hoy, defienden con frecuencia, y difunden en los Medios y Redes sociales, un liberalismo moral del “todo vale” y del “nadie puede sentar cátedra, ni enseñar, ética y cívica”. Si bien es verdad, que nadie, y menos el Estado o las Iglesias, tiene derecho de imponer por la propaganda totalitaria ni por la fuerza, un código moral o una escuela ética determinada, ya que esto es prerrogativa soberana de cada persona y de cada comunidad, también es verdad que “todo” no vale, ni todas las actitudes “valen igual”. Existen escalas de valores que se han ido asentando, asumiendo libremente, lo que hoy se llama concienciando, es decir, integrando las conciencias bien formadas en la rectitud, la verdad y la certeza, sin doblez y sin máscaras.
La ley natural, inscrita en la naturaleza humana, nosotros creemos que por el mismo Dios que nos ha hecho a “imagen y semejanza” de Él, ya era aceptada por los clásicos griegos cuando enseñaban que ethos significa: “predisposición para hacer el bien”; asimismo, de la misma raíz griega proviene la palabra ethikos, que significa teoría de la vida. Esa “teoría de la vida” que el mundo de hoy acepta como significado profundo de la palabra “Ética”, tenía desde los clásicos por lo menos tres tipos o expresiones:
Areté. Virtud, bondad.
Eunoia. Bienquerencia y buena voluntad hacia la gente.
Frónesis. Habilidad práctica, saber anticiparse, conocimiento heredado de la experiencia.
Esta síntesis cristiana de la ética universal clásica, que ya hicieron en su tiempo, especialmente san Agustín con la escuela platónica, y santo Tomas de Aquino con la escuela aristotélica, nos toca a nosotros hoy, actualizarla, renovarla, pero sobre todo vivirla, como fuente de “agua viva” que no solo “salta hasta la vida eterna”, que es lo máximo, sino que incluso puede llegar a saciar nuestra sed temporal, y las sequías de este mundo que pasa. Es tarea de todos los cristianos, pero muy especialmente de los acompañantes espirituales y los intelectuales cristianos. Las Semanas Sociales Católicas, verdaderos “laboratorios de pensamiento” y los Centros de Estudios de inspiración cristiana tienen esta vocación y misión que da profundidad, coherencia, solidez y trascendencia a la vivencia de nuestra fe, a la entrega ardiente del Amor y a la visión futura que nos da la Esperanza.
Este esquema y la carne, tendones y espíritu que deben vivificarlo puede ser una buena guía para nuestros retiros espirituales y convivencias cristianas de jóvenes y adultos.
a) Ética, sociología y política
Para Cuba, la que vive en la Isla y la que peregrina en la Diáspora, es muy importante “saber”, es decir, “saborear” el auténtico significado de los conceptos. La semántica y toda la semiótica son de urgencia vital, aun cuando no se les llame así o cuando no se dominen estas ciencias específicas, porque uno de los problemas derivados del totalitarismo es la manipulación de las palabras y la confusión de los conceptos. La ética, la moral, las costumbres son algunos de ellos. Y por supuesto en esos regímenes con vocación de “Gran Hermano” se vive permanentemente en un juicio de valor o en una mascarada de apariencias. Ambos vicios deben ser curados con el estudio y la vivencia de verdaderas escuelas de pensamiento ético.
En la mística cristiana “no es bueno que el hombre esté solo”. Estamos llamados a vivir en comunidad familiar, grupal, eclesial, social. Nosotros no tenemos la concepción cerrada del “individuo” sino que creemos y promovemos la concepción de “persona” que trasciende el individualismo y establece la dimensión social de vida en comunidad. La misma esencia de Dios a cuya imagen hemos sido creados, “Imago Dei”, nos describe y nos ofrece esa vida de “personas en comunidad” que es la santísima Trinidad. En la que el Uno, se relaciona con el Otro y forman el Nosotros.
Ante el generalizado analfabetismo ético y cívico en que vivimos los cubanos de todas las orillas, quizá, nuestra más grave y perdurable herida antropológica, que llevará décadas en sanar y reconstruir, el humanismo cristiano perfilado en la DSI tiene, presenta, ofrece y vive, principios, valores, virtudes y actitudes, que inculturados y transculturados en ese mestizaje histórico que Ortiz llamó el ajiaco cubano, han venido conformando el sustrato ético de matriz cristiana que está siempre en gestación y en transformación. Enumeramos y aplicamos, a continuación los seis principios y cuatro valores de la DSI relacionados en el Capítulo Cuarto del Compendio y que pueden informar, fecundar, renovar y enriquecer el “ethos” social cubano:
b) Cinco principios de la DSI para una eticidad en el futuro de Cuba
El Capítulo Cuarto del CDSI nos propone cinco principios para que los cristianos vivamos y tengamos como herramientas al fundar o participar en cualquier proyecto económico, político, social o religioso y también como criterios de evaluación de la gestión, programa o proyección que nos propongan o que se nos intente imponer. Así lo dice en su primer acápite:
“Los principios permanentes de la doctrina social de la Iglesia constituyen los verdaderos y propios puntos de apoyo de la enseñanza social católica: todos brotan del principio de la dignidad de la persona humana… Estos principios, expresión de la verdad íntegra sobre el hombre conocida a través de la razón y de la fe, brotan «del encuentro del mensaje evangélico y de sus exigencias con los problemas que surgen en la vida de la sociedad»… Estos principios tienen un carácter general y fundamental, ya que se refieren a la realidad social en su conjunto: desde las relaciones interpersonales caracterizadas por la proximidad y la inmediatez, hasta aquellas mediadas por la política, por la economía y por el derecho; desde las relaciones entre comunidades o grupos hasta las relaciones entre los pueblos y las Naciones. Por su permanencia en el tiempo y universalidad de significado, la Iglesia los señala como el primer y fundamental parámetro de referencia para la interpretación y la valoración de los fenómenos sociales, necesario porque de ellos se pueden deducir los criterios de discernimiento y de guía para la acción social, en todos los ámbitos” (CDSI, 160-161).
- La búsqueda del bien común en Cuba (cf. CDSI, 160-170)
Si bien es cierto y primario la primacía de la persona humana, esto no debe restringirse a un individualismo egocéntrico. Según la visión cristiana sobre el hombre y la mujer estos son sujetos de vida en comunidad. A todos y no solo al Estado, nos corresponde trabajar por el bien común de la familia, de las organizaciones de la sociedad civil, incluidas las comunidades eclesiales y la Iglesia toda, de las comunidades locales y del conjunto de la sociedad. Así lo expresa el CDSI: en los números 164 y 167:
– Ser fieles al concepto de bien común:
Lo primero entre cubanos y en todo el mundo debería ser ponernos de acuerdo en el concepto del bien común en una sociedad que manipula con frecuencia el contenido de los principios, reduce sus alcances o vacía los conceptos de su plenitud. En la siguiente propuesta apreciaremos que no se trata de la suma del bien de cada uno, ni de un grupo, ni solo de condiciones socio-económicas que no tengan en cuenta la libertad, los derechos y el desarrollo humano integral de todo el hombre y de todos los hombres:
“Según una primera y vasta acepción, por “bien común” se entiende «el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección». El bien común no consiste en la simple suma de los bienes particulares de cada sujeto del cuerpo social. Siendo de todos y de cada uno es y permanece común, porque es indivisible y porque solo juntos es posible alcanzarlo, acrecentarlo y custodiarlo, también en vistas al futuro. El bien común se puede considerar como la dimensión social y comunitaria del bien moral… La persona no puede encontrar realización solo en sí misma, es decir, prescindir de su ser «con» y «para» los demás” (CDSI, 164-165).
– Abarcar todo el contenido del bien común y no visiones reductivas en función del Estado o del Mercado:
Para todo el trabajo de proyección del futuro de Cuba es necesario enumerar, arribar a consensos mínimos, e incluir en todo proyecto social, económico y político los contenidos plenos e interrelacionados del bien común. Esto es difícil, complejo y en ocasiones habrá que encontrar un sano equilibrio entre contrarios. Fijémonos en esta especie de listado de contenidos del bien común que nos propone la DSI:
“Las exigencias del bien común derivan de las condiciones sociales de cada época y están estrechamente vinculadas al respeto y a la promoción integral de la persona: Tales exigencias atañen, ante todo, al compromiso por la paz, a la correcta organización de los poderes del Estado, a un sólido ordenamiento jurídico, a la salvaguardia del ambiente, a la prestación de los servicios esenciales para las personas, algunos de los cuales son, al mismo tiempo, derechos del hombre: alimentación, habitación, trabajo, educación y acceso a la cultura, transporte, salud, libre circulación de las informaciones y tutela de la libertad religiosa” (CDSI, 166).
– Buscar y hacer el bien común entre todos: ciudadano, sociedad civil y Estado. Inclusión de las minorías
Además, de ponernos de acuerdo en el concepto y en los contenidos del bien común, es necesario significar a los protagonistas evitando con el derecho y la inclusión, la efectiva participación de todos: La democracia es la participación en convivencia armónica y complementaria de todos los miembros de la sociedad y de sus instituciones que deben estar a su servicio y no al contrario. No existe un bien común perfecto y acabado, no existe un proyecto ideal que excluya a los demás, la sociedad debe dar espacio, libertad con responsabilidad y derecho de expresión, asociación y reunión a la sociedad civil para que pueda tener las condiciones objetivas y subjetivas para edificar el bien común “posible” hasta la época histórica que nos ha tocado vivir, tal como lo expresa el CDSI:
“La responsabilidad de edificar el bien común compete, además de las personas particulares, también al Estado, porque el bien común es la razón de ser de la autoridad política. El Estado, en efecto, debe garantizar cohesión, unidad y organización a la sociedad civil de la que es expresión… El fin de la vida social es el bien común históricamente realizable… Para asegurar el bien común, el gobierno de cada país tiene el deber específico de armonizar con justicia los diversos intereses sectoriales. La correcta conciliación de los bienes particulares de grupos y de individuos es una de las funciones más delicadas del poder público. En un Estado democrático, en el que las decisiones se toman ordinariamente por mayoría… aquellos a quienes compete la responsabilidad de gobierno están obligados a fomentar el bien común del país, no solo según las orientaciones de la mayoría, sino en la perspectiva del bien efectivo de todos los miembros de la comunidad civil, incluidas las minorías” (CDSI, 168-169).
- El destino universal de los bienes, propiedad y lucha contra la pobreza en Cuba (cf. CDSI, 171-184)
Ver: Cuba sufre una deformación de este principio. La propiedad privada y cooperativa ha sido a lo largo de 60 años reducida al mínimo de lo personal y de pequeñas empresas de “trabajo por cuenta propia”, eufemismo para denominar a la pequeña empresa privada. La propiedad estatal abarca todas las esferas de la vida y constituye una forma más de control sobre los ciudadanos que dependen del paternalismo de Estado. La ineficiencia crónica de la empresa estatal no ha garantizado ni el destino universal de los bienes porque el Estado ha constituido un monopolio casi universal de los bienes y servicios y porque la mala administración ha introducido una distribución igualitaria de la pobreza primero, y en los últimos años ha contribuido a aumentar la brecha entre la inmensa mayoría pobre y una ínfima minoría privilegiada.
Iluminar: “El principio del uso común de los bienes, es el «primer principio de todo el ordenamiento ético-social» y «principio peculiar de la doctrina social cristiana»… Se trata ante todo de un derecho natural, inscrito en la naturaleza del hombre, y no solo de un derecho positivo, ligado a la contingencia histórica; además este derecho es «originario». Es inherente a la persona concreta, a toda persona, y es prioritario respecto a cualquier intervención humana sobre los bienes, a cualquier ordenamiento jurídico de los mismos, a cualquier sistema y método socioeconómico: «Todos los demás derechos, sean los que sean, comprendidos en ellos los de propiedad y comercio libre, a ello [destino universal de los bienes] están subordinados: no deben estorbar, antes al contrario, facilitar su realización, y es un deber social grave y urgente hacerlos volver a su finalidad primera»” (CDSI, 172).
Actuar: Cuba debe transitar hacia un modelo económico y social que combine lo más equilibradamente posible el destino universal de los bienes y las diferentes formas de propiedad. Esta nueva visión de la economía cubana debe encontrar un espacio posible y flexible entre la justicia social y la eficiencia del mercado.
- La subsidiaridad en el futuro de Cuba: el ciudadano, la sociedad civil y el Estado (cf. CDSI, 185-188)
Ver: Otra de las deformaciones estructurales que sufre Cuba es el modelo político, económico y social que ha invertido la escala de valores y de respeto a la gestión social y la gobernanza. El Estado totalitario abarca todas las esferas de la vida y ha buscado bloquear la iniciativa personal del ciudadano, ha prohibido su libre asociación y ha abolido la libertad de empresa. Ha creado un oxímoron que pudiéramos llamar sociedad civil estatal, contradicción per se construida con el fin de suplantar a las organizaciones no gubernamentales, desmembrar el tejido de la que fuera una sociedad civil fuerte y emprendedora antes de 1959. En el modelo actual cubano todo viene de arriba y todo debe elevarse para ser resuelto o para pedir permiso al más alto nivel para las más mínimas cosas. Es la negación de la subsidiaridad.
Iluminar: “Conforme a este principio, todas las sociedades de orden superior deben ponerse en una actitud de ayuda («subsidium») —por tanto de apoyo, promoción, desarrollo— respecto a las menores. De este modo, los cuerpos sociales intermedios pueden desarrollar adecuadamente las funciones que les competen, sin deber cederlas injustamente a otras agregaciones sociales de nivel superior, de las que terminarían por ser absorbidos y sustituidos y por ver negada, en definitiva, su dignidad propia y su espacio vital… El principio de subsidiaridad protege a las personas de los abusos de las instancias sociales superiores e insta a estas últimas a ayudar a los particulares y a los cuerpos intermedios a desarrollar sus tareas… la negación de la subsidiaridad, o su limitación en nombre de una pretendida democratización o igualdad de todos en la sociedad, limita y a veces también anula, el espíritu de libertad y de iniciativa… Con el principio de subsidiaridad contrastan las formas de centralización, de burocratización, de asistencialismo, de presencia injustificada y excesiva del Estado y del aparato público” (CDSI, 186-187).
Actuar: Fortalecer el incipiente tejido de la sociedad civil que se va formando en medio de la persecución y las presiones para que el Estado no pierda su poder central de control. Educar para la libertad y la responsabilidad mediante programas de formación ética y cívica. Fomentar microproyectos que adelanten y prueben la eficiencia, la conveniencia y el bien común que es una sociedad civil fuerte y productiva.
- La participación cívica y la democracia en Cuba: tradición, fallas y reconstrucción (cf. CDSI, 189-191)
Ver: Cuba es un país con un modelo estatista totalitario en decadencia que ha abandonado la relativamente breve pero eficaz democracia pluralista que viene del pensamiento y la visión de nuestros padres fundadores; Varela, Martí y otros. Fueron períodos de democracia con fallas interrumpidos por accidentes autoritarios con estilo caudillista hasta 1959 en que se implantó la llamada “dictadura del proletariado”. Esto ha provocado un grave daño antropológico, una anomia social que inmoviliza y un vasto analfabetismo cívico y político.
Iluminar:“La participación no puede ser delimitada o restringida a algún contenido particular de la vida social, dada su importancia para el crecimiento, sobre todo humano, en ámbitos como el mundo del trabajo y de las actividades económicas en sus dinámicas internas, la información y la cultura y, muy especialmente, la vida social y política hasta los niveles más altos… Desde esta perspectiva, se hace imprescindible la exigencia de favorecer la participación, sobre todo, de los más débiles, así como la alternancia de los dirigentes políticos, con el fin de evitar que se instauren privilegios ocultos;… La participación en la vida comunitaria no es solamente una de las mayores aspiraciones del ciudadano, llamado a ejercitar libre y responsablemente el propio papel cívico con y para los demás, sino también uno de los pilares de todos los ordenamientos democráticos, además de una de las mejores garantías de permanencia de la democracia” (CDSI, 189-190).
Actuar: Cuba necesita una raigal reconstrucción del modelo democrático moderno y nuevos canales de participación ciudadana, asociativa, cooperativa y comunitaria. Esta reconstrucción debe cimentarse en un programa sistemático, obligatorio y renovable de educación ética, cívica y política en todos los niveles del sistema nacional de educación sea pública o privada. Se necesita una nueva Ley de Asociaciones y Participación Ciudadana y legalizar nuevas formas de propiedad corporativas. En el plano político los laicos cristianos y todos los ciudadanos debemos superar el inmovilismo y el abstencionismo y ser activistas cívicos o políticos según la vocación de cada cual (cf. II Informe del CEC: Marco Jurídico).
- La solidaridad, la virtud y el amor en la reconstrucción ética y la visión de futuro (cf. CDSI, 192-196)
Ver: Cuba ha vivido durante décadas una solidaridad por decreto, selectiva y politizada. Es decir, se inducía un tipo de relación solidaria con los que pensaban, creían y apoyaban el único modelo político aceptado. En el plano de la deseada solidaridad internacional lo que pudo haber sido verdadera solidaridad se ha pervertido por una parte, en las únicas vías de los profesionales y otros ciudadanos de poder adquirir bienes que sus salarios en Cuba no le permiten y por otra parte se ha convertido en una venta de trabajo en régimen de explotación máxima del Estado que se queda con más del 50 por ciento de los salarios y retiene el resto en un sistema bancario a favor de que los fondos sean controlados por el mismo Estado. La realidad actual del país no favorece una atmósfera saludable para la virtud y el amor: la doble cara, la corrupción, el relativismo moral, la ideologización amoral de la formación, la desintegración de la familia y el fomento de la crispación social y la lucha de clases, son algunos contaminantes de ese enrarecido hábitat social cubano.
Iluminar: “Las nuevas relaciones de interdependencia entre hombres y pueblos, que son, de hecho, formas de solidaridad, deben transformarse en relaciones que tiendan hacia una verdadera y propia solidaridad ético-social, que es la exigencia moral ínsita en todas las relaciones humanas. La solidaridad se presenta, por tanto, bajo dos aspectos complementarios: como principio social y como virtud moral… debe captarse, ante todo, en su valor de principio social ordenador de las instituciones, según el cual las «estructuras de pecado», que dominan las relaciones entre las personas y los pueblos, deben ser superadas y transformadas en estructuras de solidaridad, mediante la creación o la oportuna modificación de leyes, reglas de mercado, ordenamientos…La solidaridad es también una verdadera y propia virtud moral, no «un sentimiento superficial» por los males de tantas personas, cercanas o lejanas. Al contrario, es la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común” (CDSI, 193).
Actuar: Los cubanos de aquí y de allende los mares, debemos trabajar para que las relaciones interpersonales de solidaridad no sean destruidas por la politización de la vida familiar, de los ambientes de amistad, de la interdependencia virtuosa y laboriosa. Atacar y descalificar a las personas en las redes sociales o en los espacios públicos, incluso con la intención de alertar o de prevenir males mayores, no es ni cristiano ni cívico. Debemos alertar sobre los errores salvando a la persona que ha caído en él. Debemos denunciar los vicios políticos, sociales, económicos, pero sin denigrar, ni excluir a las personas que han caído en ellos. Ni los sistemas penitenciarios que castigan los errores cometidos deben destruir al sancionado, sino que deben buscar su rehabilitación moral y su reinserción social cultivando, no descalificando su intrínseca dignidad de hijos de Dios. Poner la ética, la virtud, la amistad cívica y el amor fraterno por encima de cualquier relación interpersonal, en los Medios de Comunicación, en las redes sociales, en la vida pública y privada, por encima de cualquier otro interés, de cualquier opción política y de todas las ideologías, es el comienzo y el fin de la construcción de “una civilización del amor”, vocación, misión y mandato fundamental y central de todos los cristianos y de toda persona de buena voluntad, como nos pide el CDSI en su capítulo final:
“El comportamiento de la persona es plenamente humano cuando nace del amor, manifiesta el amor y está ordenado al amor. Esta verdad vale también en el ámbito social: es necesario que los cristianos sean testigos profundamente convencidos y sepan mostrar, con sus vidas, que el amor es la única fuerza (cf. 1 Co 12,31-14,1) que puede conducir a la perfección personal y social y mover la historia hacia el bien… El amor debe estar presente y penetrar todas las relaciones sociales… con la caridad, señora y reina de todas las virtudes… y que es el antídoto más seguro contra la insolvencia y el egoísmo del mundo»… Este amor puede ser llamado «caridad social» o «caridad política»… Si la justicia «es de por sí apta para servir de “árbitro” entre los hombres en la recíproca repartición de los bienes objetivos según una medida adecuada, el amor en cambio, y solamente el amor (también ese amor benigno que llamamos “misericordia”), es capaz de restituir el hombre a sí mismo». No se pueden regular las relaciones humanas únicamente con la medida de la justicia… Así lo expresó santa Teresita del Niño Jesús: «En la tarde de esta vida, compareceré delante ti con las manos vacías, pues no te pido, Señor, que lleves cuenta de mis obras. Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos. Por eso, yo quiero revestirme de tu propia Justicia y recibir de tu Amor la posesión eterna de Ti mismo” (CDSI, 580-583).
Cuidemos por tanto nuestras posturas, actitudes, nuestro lenguaje y acciones públicos y privados. Los fieles cristianos debemos desterrar toda palabra hiriente y descalificadora de la dignidad de toda persona sea cual fuere su error u opción política. “Todas nuestras justicias tienen manchas a tus ojos” -nos enseña el Catecismo de la Iglesia católica citando a santa Teresita. Limpiemos las legañas de nuestro lenguaje y de nuestros actos con el único colirio antibiótico de ese síndrome de la descalificación y de la exclusión: el amor en acción y en el corazón.
– Unidad, interrelación y guías para el discernimiento y la acción en Cuba
Así lo expresa, sin espacio para la duda, el citado Compendio:
“Los principios de la doctrina social deben ser apreciados en su unidad, conexión y articulación. Esta exigencia radica en el significado, que la Iglesia misma da a la propia doctrina social, de «corpus» doctrinal unitario que interpreta las realidades sociales de modo orgánico. La atención a cada uno de los principios en su especificidad no debe conducir a su utilización parcial y errónea, como ocurriría si se invocase como un elemento desarticulado y desconectado con respecto de todos los demás. La misma profundización teórica y aplicación práctica de uno solo de los principios sociales, muestran con claridad su mutua conexión, reciprocidad y complementariedad… Para su plena comprensión, es necesario actuar en la dirección que señalan, por la vía que indican para el desarrollo de una vida digna del hombre” (CDSI, 162-163).
Muchos de los errores históricos, proyectos fracasados o malas relaciones entre las personas y Estados, han ocurrido por separar, ignorar o no equilibrar alguno de estos cinco principios complementarios entre sí. La práctica, el bien común y el discernimiento en sociedad a través del debate público, son algunos modos para alcanzar la justicia y la libertad que emanan de este deseado equilibrio entre estos principios inalienables. En Cuba, a lo largo de su historia, ocurrieron estos errores de un lado y de otro. En el colonialismo: cuando se priorizó la voluntad de la metrópoli; en el capitalismo: cuando se priorizó el mercado sobre la justicia social; y en el llamado socialismo: en que se priorizó el Estado y una ideología sobre todo lo demás. En una palabra, todos han sido imperfectos porque no han colocado de verdad a la persona humana por sobre el capital, el mercado, el Estado y todo lo demás. Los nuevos proyectos en su espíritu, en su visión, en sus leyes, en sus estrategias y en sus acciones concretas, deben tener muy en cuenta la primacía de la persona humana y de estos cinco principios y los cuatro valores que los acompañan. Y como no hay en este mundo proyecto perfecto y acabado, estos mismos criterios y valores deben servir para evaluar continuamente y para tratar de ir mejorando todo proyecto humano.
a) Cuatro valores de la DSI para una eticidad en el futuro de Cuba:
Los cuatro pilares del Evangelio social sirven para edificar una sociedad próspera y feliz en cualquier lugar y cultura. También en Cuba donde una ideología atea, foránea y extraña a nuestra cultura e historia, ha intentado controlar la totalidad de nuestras vidas. Por el contrario, los cuatro valores que nos presenta la DSI forman parte de las raíces fundacionales cubanas y, para ser fieles a ese humus histórico-cultural, debemos colocarlos como los cuatro puntos cardinales de una auténtica eticidad en el presente y el futuro de Cuba. Veamos brevemente la realidad cubana a la luz de estos cuatro valores que son como coordenadas fundamentales para orientarnos en la vida personal y social:
- La verdad (cf. CDSI, 198)
Ver: Cuba vive en un hábitat de mentira. No se trata de mentir en este aspecto o en aquella noticia, se trata de una concepción de la persona humana que oculta, manipula y deforma la verdad sobre el hombre, la verdad sobre la sociedad y sobre la historia.
Iluminar: “Vivir en la verdad tiene un importante significado en las relaciones sociales: la convivencia de los seres humanos dentro de una comunidad, en efecto, es ordenada, fecunda y conforme a su dignidad de personas, cuando se funda en la verdad. Las personas y los grupos sociales cuanto más se esfuerzan por resolver los problemas sociales según la verdad, tanto más se alejan del arbitrio y se adecúan a las exigencias objetivas de la moralidad” (CDSI, 198).
Actuar: Las familias, las organizaciones laicales, las universidades católicas, los centros de estudio, la formación parroquial, deben poner fundamental acento e interés en la “educación en la verdad” de todos. Vivir en la verdad requiere una formación en los valores de la autenticidad, la coherencia y la transparencia. Las publicaciones católicas y de inspiración cristiana, así como el uso y la participación en los Medios de Comunicación y las TICs, deben hacerse sobre el valor fundamental de la verdad. Verdad y caridad, verdad y eticidad, son retos y deberes constantes de los medios para salvaguardar y promover la inalienable dignidad de la persona humana.
- La libertad (cf. CDSI, 199-200)
Ver: Cuba vive en un sistema que lesiona y restringe la libertad personal y las libertades civiles y políticas, económicas, sociales y culturales. No solo se restringen las libertades sino que se intenta controlar totalitariamente la entera vida de los ciudadanos. Libertad y responsabilidad que deben ir íntimamente unidos se han fraccionado en la Cuba de hoy.
Iluminar: “El valor de la libertad, como expresión de la singularidad de cada persona humana, es respetado cuando a cada miembro de la sociedad le es permitido realizar su propia vocación personal; es decir, puede buscar la verdad y profesar las propias ideas religiosas, culturales y políticas; expresar sus propias opiniones; decidir su propio estado de vida y, dentro de lo posible, el propio trabajo; asumir iniciativas de carácter económico, social y político. Todo ello debe realizarse en el marco de un «sólido contexto jurídico», dentro de los límites del bien común y del orden público y, en todos los casos, bajo el signo de la responsabilidad” (CDSI, 200).
Actuar: Educar para la libertad mediante métodos familiares y pedagógicos participativos, corresponsables y liberadores, de modo que cada ciudadano crezca en un proceso de personalización y socialización que le permita usar las herramientas éticas, religiosas y cívicas que lo hagan protagonista de su propia vida sin caer en libertinajes ni fundamentalismos aberrantes.
- La justicia (cf. CDSI, 201-203)
Ver: La sociedad cubana actual se puede describir como una sociedad autoritaria, sumida en la indefensión y bajo una legislación manipulada arbitrariamente por intereses políticos, por falta de profesionalidad jurídica, por corrupción generalizada y por las violaciones sistemáticas de los derechos humanos y de la propia legislación vigente. Esto provoca un pobre sentido de la justicia, una vulnerabilidad de los ciudadanos y un frecuente “tomar la justicia por su mano” amén de una creciente desconfianza en las instituciones penetradas por la corrupción y el burocratismo.
Iluminar: “La justicia resulta particularmente importante en el contexto actual, en el que el valor de la persona, de su dignidad y de sus derechos, a pesar de las proclamaciones de propósitos, está seriamente amenazado por la difundida tendencia a recurrir exclusivamente a los criterios de la utilidad y del tener. La justicia, conforme a estos criterios, es considerada de forma reducida, mientras que adquiere un significado más pleno y auténtico en la antropología cristiana. La justicia, en efecto, no es una simple convención humana, porque lo que es «justo» no está determinado originariamente por la ley, sino por la identidad profunda del ser humano” (CDSI, 202).
Actuar: Cuba necesita un nuevo y actualizado marco jurídico y un tránsito constitucional hacia una nueva Constitución de la República cercana a la de 1940 actualizándola. Los cubanos necesitamos una permanente educación jurídica basada en la Declaración Universal de los Derechos Humanos y en los Pactos y convenciones internacionales en esta materia. La familia, las iglesias, los centros educativos deben propiciar una educación jurídica que rescate el sentido de justicia con caridad, es decir con magnanimidad, que prepare el camino de un largo y paciente proceso de reconciliación nacional con memoria histórica, justicia restitutiva, compensación a las víctimas, abolición de la pena de muerte y un clima con gestos concretos de magnanimidad.
- El amor (cf. CDSI, 204-208)
Ver: En Cuba, en su historia y raíces culturales la virtud y el amor son dos pilares fundacionales propuestos, enseñados y afincados especialmente por Varela y Martí y por una pléyade de hombres y mujeres del panteón nacional que se educaron en matriz cristiana. Sin embargo, seis décadas de confrontación entre compatriotas, de descalificaciones a mansalva de todas partes, especialmente del poder impuesto, de fomento de un clima crispado de lucha de clases y exclusión del diferente y del discrepante, ha provocado que la virtud suprema y central del amor se haya desvalorizado hasta banalizarse y considerarse propia de “espíritus débiles” o de “concesiones al enemigo”. Estos criterios ya asumidos por muchos, quizá sin plena conciencia de ello, no se reducen a los cubanos que viven en ese clima asfixiante dentro de la Isla. Parece que fuera con nosotros donde quiera que vamos.
Iluminar: “La caridad… debe ser reconsiderada en su auténtico valor de criterio supremo y universal de toda la ética social. Los valores de la verdad, de la justicia y de la libertad, nacen y se desarrollan de la fuente interior de la caridad: la convivencia humana resulta ordenada, fecunda en el bien y apropiada a la dignidad del hombre, cuando se funda en la verdad; cuando se realiza según la justicia, es decir, en el efectivo respeto de los derechos y en el leal cumplimiento de los respectivos deberes; cuando es realizada en la libertad que corresponde a la dignidad de los hombres; cuando es vivificada por el amor… Ninguna legislación, ningún sistema de reglas… lograrán persuadir a hombres y pueblos a vivir en la unidad, en la fraternidad y en la paz… Para que todo esto suceda es necesario que se muestre la caridad no sólo como inspiradora de la acción individual, sino también como fuerza capaz de suscitar vías nuevas para afrontar los problemas del mundo de hoy y para renovar profundamente desde su interior las estructuras, organizaciones sociales y ordenamientos jurídicos. En esta perspectiva la caridad se convierte en caridad social y política” (CDSI, 204-208).
Actuar: Otra vez debemos acudir al recurso universal de la educación, del clima de tolerancia, de “la despenalización de la discrepancia”, de la reconstrucción del ambiente familiar, del cultivo de la amistad cívica, expresión social del amor fraterno, de la siembra de valores en el hogar, en las iglesias, en las escuelas, en las organizaciones de la sociedad civil. El amor no se aprende por decreto, ni con normas morales o leyes positivas… es una experiencia inenarrable que solo se puede cultivar en la escuela de la convivencia pacífica y fraterna. La crispación de los hogares, de los medios, de las redes, hasta de nuestras organizaciones laicales y comunidades cristianas cuando ponemos por encima de la fraternidad universal de Jesús, las opciones excluyentes y descalificadoras de la política, de la religión y de las diferencias sociales, económicas o internacionales.
II-El papel de los Centros de Estudios, las Semanas Sociales y las universidades católicas en el futuro de Cuba:
Traducir las enseñanzas sociales cristianas a los ambientes, al lenguaje cívico, a la visión y las propuestas de futuro en Cuba (Cf. CDSI, 209-533) (cf. CEC, Propuestas. www.centroconvivencia.org)
Una vez que hemos tratado de aplicar a la situación de Cuba, Isla y Diáspora, la mística social cristiana, la primacía de la persona humana de la que se derivan los principios y valores que nos propone la DSI, ahora intentaremos dar una mirada a las diversas formas en que los cristianos cubanos, estamos esforzándonos por poner en práctica la DSI, donde quiera que estemos, y en ocasiones, uniéndonos en trabajos mancomunados desde todas las orillas.
El CDSI, en los Capítulos Séptimo al Onceno, en sus números 209-520, nos recomienda vivamente un trabajo ingente, arduo, delicado y paciente: traducir las enseñanzas sociales cristianas a los ambientes, al lenguaje cívico, a la visión y las propuestas de futuro en Cuba. Esta es y deber ser la misión de los laboratorios de pensamiento y propuestas llamados contemporáneamente “think tanks”, tanques de pensamiento o talleres de pensamiento y propuestas. Aún son pocos, pudiéramos decir, exiguos, este tipo de servicios al presente y futuro de Cuba en ambos pulmones. La inmediatez, el estilo de vida, la urgencia del “cambio” y de los “cambios”, el debate público crispado y la falta de visión y previsión de futuro, son algunos de los principales obstáculos para que este servicio esencial y urgente, medio previsor y prudente para evitar nuevos y peores errores en el futuro de la nación cubana, pueda crecer y desarrollarse como requiere esa colosal tarea de “trasvasar”, es decir, inculturar el Evangelio social de Cristo en los diferentes ambientes, sectores e instituciones de la vida nacional e internacional de Cuba.
Créanme, se los digo con la mano sobre la Biblia, estoy profundamente convencido de que un Itinerario de Pensamiento y Propuestas para el futuro de Cuba con sus visiones, objetivos estratégicos y acciones de mayor impacto social, realizado conjuntamente como dos pulmones, como dos lóbulos de un cerebro, entre la Isla y la Diáspora, es la necesidad, la urgencia y la previsión más importante de los tiempos por venir relacionados con nuestra Patria. Vale la pena dedicarle la vida.
Sería como un pecado de omisión, una imprudencia cívica y un riesgo de volver a lo que no queremos o no sería bueno para Cuba, dejar para después de los cambios el “hacia dónde”, el “quiénes”, el “cómo” y con “qué medios”, que sean previsibles y posibles. No se trata de una camisa de fuerza ideológica, ni de una imposición voluntarista, se trata de previsión en lo posible, de propuestas para no comenzar de cero, de pensamiento concebido en el sosiego que da el “antes de que pase”. Se trata de un punto de partida, para comenzar el debate público y parlamentario con algo sólido que no sea fruto de la improvisación o de las ideologías sectarias o de las mafias que andan sin escrúpulo robándose la historia para sus fines espurios.
La historia pasada y reciente nos asegura con tozuda certeza que la improvisación cuesta caro: Cuba demoró hasta ser una de las dos últimas colonias de España por el caudillismo, las divisiones, los regionalismos, las ansias de poder entre militares y civilistas. Porque las previsiones de Varela, de Caballero, de Luz no fueron tenidas en cuenta suficientemente, ni se hicieron cultura, dando paso a improvisación. La República nació maltrecha porque hombres como Martí, Agramonte y otros líderes murieron prematuramente sin poder ser electos para conducir los primeros años de República. Porque las previsiones del sueño martiano y agramontista demoraron mucho en hacerse cultura. Solo al llegar la Constitución de 1940 la República estaba madura para recoger en ella todo el proyecto de pensamiento y propuestas desde Varela a Martí.
III. La Doctrina Social de la Iglesia, un reto a la coherencia de la Iglesia en Cuba y en el mundo (cf. CDSI, 521-583)
La Iglesia, en todas partes, también en Cuba y su Diáspora, tiene una Palabra que anunciar, compartir, hacer vida. Esa Palabra es Jesús, el Verbo encarnado. No se trata de presentar una teoría, ni siquiera solo una teología, se trata de anunciar un estilo de vida, el de Jesús, de compartir unas obras, las de Jesús, vivir la acción cotidiana con un Espíritu, el de Jesús. Luego nadie puede decir que la Iglesia “está solo para rezar”, o que “no puede meterse en política”, o que “debe ser un asunto privado”. En este sentido el CDSI nos dice:
La Iglesia “hace oír su voz ante determinadas situaciones humanas, individuales y comunitarias, nacionales e internacionales, para las cuales formula una verdadera doctrina, un corpus, que le permite analizar las realidades sociales, pronunciarse sobre ellas y dar orientaciones para la justa solución de los problemas derivados de las mismas. La intervención de León XIII en la realidad socio-política de su tiempo con la encíclica «Rerum novarum» «confiere a la Iglesia una especie de “carta de ciudadanía” respecto a las realidades cambiantes de la vida pública” (CDSI, 521).
Esta “carta de ciudadanía”, es decir, este Carné de Identidad, que le permite a la Iglesia identificarse como es ella, ejercer todos los derechos y todos los deberes no solo en materia “religiosa”, sensu stricto, verdades trascendentes y eternas, sino también respecto a “las realidades cambiantes de la vida pública” que es lo que le da, según la revelación judeocristiana, especialmente en el mensaje de Cristo, un verdadero y coherente contenido religioso a la vocación y misión de la Iglesia. Ya desde el Antiguo Testamento lo dejaba claro el profeta Isaías:
“¿No saben cuál es el ayuno que me agrada? Romper las cadenas injustas, desatar las amarras del yugo, dejar libres a los oprimidos, y romper toda clase de yugo. Compartirás tu pan con el hambriento, los pobres sin techo entrarán en tu casa, vestirás al que veas desnudo y no volverás la espalda a tu hermano. Entonces, tu luz surgirá como la aurora, y tus heridas sanarán rápidamente. Tu recto obrar marchará delante de ti y la Gloria del Señor te seguirá por detrás” (Isaías 58, 4-8).
Esta arcana misión religiosa se hace criterio de juicio definitivo y eterno con Jesús al poner estas acciones como rasero del juicio final en Mateo 25, 31-40. ¿Si estas son las actitudes y obras que, desde el Antiguo Testamento, marcan el querer de Dios para sus fieles, elevado por Cristo a contenido del juicio universal de las naciones, cómo podemos pensar, creer y decir que la Iglesia no debe meterse en lo político, es decir, en la búsqueda y construcción del bien común de la polis?
– Inculturación de la fe en Cuba: Varela, Martí, el ENEC y CRECED
Por tanto, la inculturación de la fe en Cuba ha tenido su itinerario a lo largo de los siglos. Personas, instituciones y acontecimientos marcan el paso lento, imperfecto, pero inconfundible de ese proceso. Una relación de estos protagonistas, por supuesto siempre inacabada, puede encontrarse en el III Informe del CEC sobre “Cultura en el futuro de Cuba” publicado en nuestro sitio web. Este proceso de biunívoca síntesis vital: inculturación del Evangelio y evangelización de la cultura, de las culturas de los pueblos, al decir de san Juan Pablo II, sirve para medir la autenticidad y la plenitud de la vivencia de la fe:
“La fe que no se hace cultura: no ha sido plenamente acogida, no ha sido totalmente pensada, no ha sido fielmente vivida” (Juan Pablo II, 16 enero 1982, cf. EN,20; GS,53; ENEC,471).
Inspirados en el proyecto ético y cívico de nación pensado, fundado y trabajado por Varela y de Martí, los dos pulmones del Centro de Estudios Convivencia (CEC) están tratando, modestamente, de dar continuidad y actualización a ese Itinerario de Inculturación, pensamiento y propuestas para el presente y el futuro de Cuba. Es una forma de aplicar la DSI a las actuales y futuras circunstancias de nuestro país.
El ENEC (1986) y su complemento en la Diáspora el CRECED, han sido pasos trascendentales y vigentes de este caminar en el proceso nunca acabado de la inculturación del Evangelio-evangelización de la cultura, tal como insuperablemente lo describió el beato Pablo VI en el documento medular que emanó del Sínodo sobre Evangelización, que fue publicado el 8 de diciembre de 1975 y que no nos cansaremos de citar, vivir y orar como columna vertebral de todos nuestros proyectos en Cuba:
“Evangelizar significa para la Iglesia llevar la Buena Nueva a todos los ambientes de la humanidad y, con su influjo, transformar desde dentro, renovar a la misma humanidad: “He aquí que hago nuevas todas las cosas”… La finalidad de la evangelización es por consiguiente este cambio interior y, si hubiera que resumirlo en una palabra, lo mejor sería decir que la Iglesia evangeliza cuando, por la sola fuerza divina del Mensaje que proclama, trata de convertir al mismo tiempo la conciencia personal y colectiva de los hombres, la actividad en la que ellos están comprometidos, su vida y ambiente concretos… para la Iglesia no se trata solamente de predicar el Evangelio en zonas geográficas cada vez más vastas o poblaciones cada vez más numerosas, sino de alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación” (EN, 18-19).
He aquí la tarea ingente y gradual que nos propone la Iglesia como “finalidad” del proceso de evangelización del mundo contemporáneo. Esta es la tarea que conforma el núcleo de la vocación y misión de los laicos cristianos. Esta es la misión de las Universidades católicas, de los Centro de Estudios de inspiración cristiana, de las Semanas Sociales Católicas y de la labor cotidiana de toda la Iglesia. Confieso que desde 1975 en que estudié, valoré y asumí, a mis 25 años, estas dichosas palabras del beato Pablo VI, ellas han constituido el centro y el fin de toda mi vida cristiana. Todo lo poco que he podido pensar, rezar, hacer y vivir ha sido por ello y para ello. Todos mis compromisos durante estos más de 40 años como padre de familia, como ingeniero, como yagüero, como catequista, como ministro de la Palabra y de la Eucaristía, como miembro del Apostolado Seglar Organizado (ASO), como fundador de la Comisión Católica para la Cultura, del Centro Cívico y Vitral, de las Semanas Sociales Católicas, de Justicia y Paz, del Centro de Estudios Convivencia y su revista, ha tenido su inspiración y su mística en esa frase colosal: “alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la palabra de Dios y con el designio de salvación” (Ibídem).
El capítulo de “Fe y Cultura” del ENEC que tuve el honor de escribir su borrador que, por supuesto, fue corregido y aprobado por los delegados al Encuentro Nacional Eclesial Cubano, es un aplicación de estas enseñanzas a las circunstancias concretas de Cuba. Escrito en 1986 mantiene hoy toda su vigencia porque poco ha cambiado en la esencia del contexto cubano. Digo poco para lo que esperamos, no nada.
Quiera Dios que estas iniciativas de las Semanas Sociales, de los Centros de Estudio y la incorporación del trabajo de las Universidades católicas den continuidad y profundidad a estos esfuerzos por inculturar el Evangelio en Cuba, Isla y Diáspora, y aplicar coherentemente la DSI. Así lo expresa el CDSI:
“Las «Semanas Sociales» de los católicos representan un importante ejemplo de institución formativa que el Magisterio siempre ha animado. Estas constituyen un lugar cualificado de expresión y crecimiento de los fieles laicos, capaz de promover, a alto nivel, su contribución específica a la renovación del orden temporal. La iniciativa, experimentada desde hace muchos años en diversos países, es un verdadero taller cultural en el que se comunican y se confrontan reflexiones y experiencias, se estudian los problemas emergentes y se individúan nuevas orientaciones operativas” (CDSI, 532).
– La pastoral social y el profetismo en Cuba: de lo asistencial a lo cívico y político
Deseo destacar un aspecto del trabajo de la Iglesia en Cuba, Isla y Diáspora, (perdonen la perseverante especificación de los dos pulmones) respecto a la pastoral social y el ministerio de profetismo en ambas orillas.
Por lo que veo y siento, la pastoral social de la Iglesia en Cuba ha puesto su acento y su prioridad en lo asistencial y algunos aspectos de la promoción humana, especialmente en las personas con capacidades especiales, ancianos y enfermos. Es comprensible estos acentos por lo menos por dos razones de peso: una, la necesidad creciente debido a la crisis económica y social galopante, y dos, por los riesgos y continuas amenazas que sufre la Iglesia en la Isla y creo que también en otro cierto sentido en la Diáspora, debido a la represión, las presiones políticas y la falta de comprensión y educación sobre los tres aspectos de la única misión de la Iglesia: sacerdotal, profética y servicial.
Así lo enseña clarísimamente el CDSI:
“La referencia esencial a la doctrina social determina la naturaleza, el planteamiento, la estructura y el desarrollo de la pastoral social. Esta es expresión del ministerio de evangelización social, dirigido a iluminar, estimular y asistir la promoción integral del hombre mediante la praxis de la liberación cristiana, en su perspectiva terrena y trascendente. La Iglesia vive y obra en la historia, interactuando con la sociedad y la cultura de su tiempo, para cumplir su misión de comunicar a todos los hombres la novedad del anuncio cristiano, en la realidad concreta de sus dificultades, luchas y desafíos; de esta manera la fe ayuda las personas a comprender las cosas en la verdad que «abrirse al amor de Dios es la verdadera liberación». La pastoral social es la expresión viva y concreta de una Iglesia plenamente consciente de su misión de evangelizar las realidades sociales, económicas, culturales y políticas del mundo” (CDSI, 524).
Según esto, toda pastoral social debe atender a una doble tarea: asistencia y promoción cívica, caridad personal y política, es decir, con incidencia en las estructuras, los ambientes y las asociaciones de la nación y el mundo. Testimonio y palabra, formación y acción. Por supuesto que estos pares no son contradictorios entre sí, sino que son complementarios y enriquecedores de la única naturaleza humana que se desenvuelve en los planos personal, interpersonal y comunitario. El Compendio considera como necesario el equilibrio entre estos pares como “necesidad” para hacer “coherente” y “creíble” el mensaje evangelizador.
“El mensaje social del Evangelio debe orientar la Iglesia a desarrollar una doble tarea pastoral: ayudar a los hombres a descubrir la verdad y elegir el camino a seguir; y animar el compromiso de los cristianos de testimoniar, con solícito servicio, el Evangelio en campo social: «Hoy más que nunca, la Palabra de Dios no podrá ser proclamada ni escuchada si no va acompañada del testimonio de la potencia del Espíritu Santo, operante en la acción de los cristianos al servicio de sus hermanos, en los puntos donde se juegan estos su existencia y su porvenir». La necesidad de una nueva evangelización hace comprender a la Iglesia « que su mensaje social se hará creíble por el testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna»” (CDSI, 525).
En el plano de la aplicación de la DSI en campo de pastoral social, subrayo “pastoral”, es decir, labor de pastores y fieles, el Compendio presente tres aspectos para esa acción: Anuncio, confrontar con las realidades y proyectar acciones:
“La doctrina social dicta los criterios fundamentales de la acción pastoral en campo social: anunciar el Evangelio; confrontar el mensaje evangélico con las realidades sociales; proyectar acciones cuya finalidad sea la renovación de tales realidades, conformándolas a las exigencias de la moral cristiana. Una nueva evangelización de la vida social requiere ante todo el anuncio del Evangelio: Dios en Jesucristo salva a todos los hombres y a todo el hombre. Este anuncio revela el hombre a sí mismo y debe ser el principio de interpretación de las realidades sociales. En el anuncio del Evangelio, la dimensión social es esencial e ineludible, aun no siendo la única. Esta debe mostrar la inagotable fecundidad de la salvación cristiana, si bien una conformación perfecta y definitiva de las realidades sociales con el Evangelio no podrá realizarse en la historia: ningún resultado, ni aun el más perfecto, puede eludir las limitaciones de la libertad humana y la tensión escatológica de toda realidad creada” (CDSI, 526).
Sería bueno preguntarnos todos, pastores y fieles: ¿La pastoral social y nuestras asociaciones laicales están incluyendo en su organización, en sus objetivos y acciones estas tres dimensiones del Evangelio social que nos enseña la DSI: anuncio de la Buena Noticia en cada ambiente, confrontar y transformar esos ambientes y proyectar acciones para su mejoramiento en el futuro?
Me alegra que en la Isla, los obispos estén dando este año un énfasis especial a la vocación social del laicado. El Almanaque que hace la Conferencia de Obispos Católicos de Cuba (COCC) dedica cada mes a un ambiente donde los laicos nos desarrollamos y donde debemos ejercer nuestra vocación y misión: Los laicos y el mundo de la salud en enero, los laicos y la política en febrero, y así todo el año. Es necesario que la Iglesia rescate en la Isla las Semanas Sociales, los centros de pensamiento, las organizaciones laicales, las interdiocesanas de laicos, la dimensión social de las publicaciones, entre otras labores de pastoral social.
– Doctrina social y formación
En cuanto a este punto, podríamos afirmar que la inmensa mayoría de las omisiones en la pastoral social y en el compromiso de los laicos y sus organizaciones, son producto de un gran analfabetismo religioso, especialmente por no incorporar en todos y cada uno de los centros de formación, espacios educativos, catequesis, seminarios, noviciados, convivencias, retiros y encuentros el perfil formativo en la DSI. Eso mutila y reduce la plena dimensión del Evangelio, lo dice diáfanamente el CDSI:
“La doctrina social es un punto de referencia indispensable para una formación cristiana completa. La insistencia del Magisterio al proponer esta doctrina como fuente inspiradora del apostolado y de la acción social nace de la persuasión de que esta constituye un extraordinario recurso formativo: «Es absolutamente indispensable —sobre todo para los fieles laicos comprometidos de diversos modos en el campo social y político— un conocimiento más exacto de la doctrina social de la Iglesia». Este patrimonio doctrinal no se enseña ni se conoce adecuadamente: esta es una de las razones por las que no se traduce pertinentemente en un comportamiento concreto” (CDSI, 528).
Una de las omisiones más recursivas y graves es la ausencia de la doctrina social de la Iglesia en nuestros catecismos. Tanto la catequesis de niños, adolescentes y jóvenes, el catecumenado, los cursillos presacramentales adolecen de ser intimistas, individualistas e incluso pietistas. No es solo mi criterio sino que está dicho y repetido de diversas maneras en el Compendio citado:
“El valor formativo de la doctrina social debe estar más presente en la actividad catequética. La catequesis es la enseñanza orgánica y sistemática de la doctrina cristiana, impartida con el fin de iniciar a los creyentes en la plenitud de la vida evangélica. El fin último de la catequesis «es poner a uno no solo en contacto, sino en comunión, en intimidad con Jesucristo»… Con esta perspectiva de fondo, en su servicio de educación en la fe, la catequesis no debe omitir, «sino iluminar como es debido… realidades como la acción del hombre por su liberación integral, la búsqueda de una sociedad más solidaria y fraterna, las luchas por la justicia y la construcción de la paz». Para este fin, es necesario procurar una presentación integral del Magisterio social, en su historia, en sus contenidos y en sus metodologías” (CDSI, 529).
¿Está la DSI en los contenidos de nuestros textos catequéticos y en el espíritu de nuestros catequistas para que en el futuro de la Iglesia los laicos que formemos hoy no padezcan del “síndrome de la sacristía” o por el contrario de “la politiquería sectaria”?
– La formación cívica y política de los laicos debe estar en la base de toda obra educativa de la Iglesia a dos niveles
Una de las más frecuentes confusiones, fruto de la deficiente formación moral, cívica y religiosa, es trastocar los dos niveles a los que los laicos y toda persona de buena voluntad pueden y deben ejercer su vocación y compromiso político. Estos dos niveles se interrelacionan entre sí pero no deben ser confundidos ni mixtificados con falta de identidad y campos claros para la acción. Muchas veces en nuestras comunidades eclesiales e incluso en ambientes sociales y políticos se confunde lo cívico con lo partidista. Las palabras del recordado y santo arzobispo de Santiago de Cuba, el inolvidable Mons. Pedro Claro Meurice Estiú, presentando al Papa san Juan Pablo II la realidad del pueblo cubano en la Plaza Antonio Maceo el 24 de enero de 1998, hace ahora 20 años, mantienen toda su vigencia: “Le presento, además, a un número creciente de cubanos que han confundido la patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido en las últimas décadas, y la cultura con una ideología”.
Esa confusión no es solo fruto de la falta de formación ética y cívica, sino que es una suplantación inducida por el poder para asumir roles que no le corresponden por derecho. Luego el estudio y la aplicación de la DSI también sirve para definir conceptos, cometidos e interrelaciones. Los laicos todos, los sacerdotes, religiosas y obispos, al estudiar y asumir la DSI como elemento indispensable de nuestra propia educación cristiana, nos apropiamos de instrumentos de lucidez y criterios de discernimiento para diferenciar las diferentes realidades en que vivimos. Por su parte, el CDSI tiene a bien distinguir dos niveles de compromiso político de los laicos, ambos válidos, ambos le conciernen a la Iglesia y a sus enseñanzas sociales. Cada cual verá su vocación y se preparará convenientemente para ejercerla según el espíritu y los cristianos. Esta es la forma en que lo presenta el CDSI:
El nivel cívico no partidista, como animadores de la sociedad civil:
“La doctrina social ha de estar a la base de una intensa y constante obra de formación, sobre todo de aquella dirigida a los cristianos laicos. Esta formación debe tener en cuenta su compromiso en la vida civil: «A los seglares les corresponde, con su libre iniciativa y sin esperar pasivamente consignas y directrices, penetrar de espíritu cristiano la mentalidad y las costumbres, las leyes y las estructuras de la comunidad en que viven». El primer nivel de la obra formativa dirigida a los cristianos laicos debe capacitarlos para a encauzar eficazmente las tareas cotidianas en los ámbitos culturales, sociales, económicos y políticos, desarrollando en ellos el sentido del deber practicado al servicio del bien común” (CDSI, 531).
El nivel político en sentido estricto en la formación de partidos y en la aspiración por servir desde el poder político:
“Un segundo nivel se refiere a la formación de la conciencia política para preparar a los cristianos laicos al ejercicio del poder político: «Quienes son o pueden llegar a ser capaces de ejercer ese arte tan difícil y tan noble que es la política, prepárense para ella y procuren ejercitarla con olvido del propio interés y de toda ganancia venal»” (CDSI, 531).
Como podemos apreciar del cuerpo íntegro de la DSI, no hay sector, ambiente o vocación humana y social que no encuentre luces, “los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida” para la acción transformadora del Evangelio de Cristo en todos los niveles y servicios en la sociedad.
– María de la Caridad, en el fiat, al pie de la cruz y en el Pentecostés de Cuba
En este camino, como en el Vía Crucis de su Hijo, como en la historia de Cuba y su Diáspora, peregrina con nosotros, como la primera redimida, como la primera evangelizadora laica, como la estrella de nuestra esperanza, María de Nazaret, madre de Jesús y Madre nuestra, Virgen de Belén, de la cruz y de Pentecostés, modelo incomparable de laica comprometida, de misionera orante y encarnada, de servidora solícita de las necesidades espirituales y materiales de todos, especialmente de los más necesitados y sufridos. El Magnificat es su proclamación de fe, su análisis de la realidad y su visión profética del Reino de su Hijo al decir:
“Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava. Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes por mí: su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación. El hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos” (Lc 1, 46-55).
Ella nos repite en esta coyuntura histórica inédita para Cuba en la Isla y en la Diáspora: “Hagan lo que Él les diga”.
Que María de la Caridad del Cobre, Reina y Madre de todos los cubanos, nos enseñe, nos anime, nos acompañe y nos encomiende en esta hora de Cuba para que el pueblo que ella eligió en medio de la tormenta pueda construir un futuro libre, próspero y feliz.
Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y “Patmos” 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.