La esperanza, como todo sentimiento humano, es muy polémico, subjetivo y requiere de un ejercicio constante para que llegue a constituir una actitud diaria ante la vida. Es difícil su cultivo, sobre todo cuando también se carece de otras virtudes y valores como la serenidad y la confianza. Es más difícil aún cuando mirando a los alrededores pareciera como que no hay tabla de salvación a la que agarrarse.
Decía un sabio, en su definición de la esperanza, que el arte de la espera es “pasar a la acción con entusiasmo y no tumbarse al lado del camino confiando en que otros solucionen los problemas”. Y es aquí donde también entra a jugar su papel ese otro sentimiento que hace binomios con la mayoría: la responsabilidad.
A veces en la vida el ambiente no es propicio para la esperanza. En Cuba, esencialmente en los momentos actuales el clima social no es favorable para generar esperanza, confianza en el futuro y mucho menos tranquilidad espiritual. La situación se torna difícil, expectante, como la madre que está a la espera del alumbramiento con los dolores de parto. La actitud debería ser esa: el tránsito del dolor a la luz de la felicidad. Y solo lo propiciará la esperanza de que el futuro debe ser mejor que el ahora, pero pongo mi aporte personal para que así sea.
Para muchos sicoanalistas, que dan mucho valor a la inteligencia emocional (esa de la que muchos cubanos, dado el practicismo con el que se vive, tenemos muy poca) hay un conjunto de acciones en la vida que contribuyen a la forja de la esperanza. Entre ellas: saber esperar; los pensamientos positivos u optimismo; la capacidad de proyectarse en la vida que transforma los sueños o anhelos en realidad; y la conciencia verdadera de que cuando una puerta se cierra otra se abrirá.
En esta época que vivimos en el conflicto esperanza versus desencanto muchos encuentran como solución el anclaje al pasado, buscando no salir de la zona de confort y evitando el cambio que siempre genera incertidumbres. Otros se comportan con actitud pasiva, no dan rienda suelta a la imaginación y pareciera que se ha secado el alma de raíz. Por último, una tercera actitud que debe ser la que predomine: la de aquellas personas que haciendo un eficaz análisis de la realidad, adversa, cambiante y difícil, realiza su proyecto de vida aquí y ahora confiando en que “La esperanza no defrauda” como dicen las Sagradas Escrituras.
Reflexionando sobre este conflicto humano que es el enfrentamiento constante entre la esperanza y el desaliento en la Cuba actual, me viene a la mente un soneto que alguien, en días difíciles me regaló y hasta hoy no he dejado de recordar:
Si para recobrar lo recobrado
debí perder primero lo perdido.
Si para conseguir lo conseguido
tuve que soportar lo soportado.
Si para estar ahora enamorado
fue menester haber estado herido,
tengo por bien sufrido lo sufrido,
tengo por bien llorado lo llorado.
Porque después de todo he comprobado
que no se goza bien de lo gozado
sino después de haberlo padecido.
Porque después de todo he comprendido
que lo que el árbol tiene de florido
vive de lo que tiene sepultado.
Con la esperanza de volvernos a encontrar el próximo jueves.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.
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