Con motivo de la VIII Cumbre de las Américas que se celebrará los días 13 y 14 de abril en Lima, Perú, se ha suscitado un debate sobre la inclusión y el diálogo en los Encuentros de la sociedad civil paralelos a la reunión de Jefes de Estado.
Quiero dar mi opinión acerca de estas dos actitudes básicas y esenciales para la democracia, aún más, para una convivencia civilizada y pacífica. Precisamente, no se puede buscar paz preparándose para la guerra: sea verbal, mediática o física. Ser un país, un grupo o una persona mínimamente civilizada y pacífica supone:
– La inclusión: Excluir a priori es una señal de debilidad y una prueba irrebatible de discriminación y violación de los más elementales derechos del diferente. “Me quedé con el bate al hombro, me dejaron fuera del juego”, dice el refrán popular cubano. Incluir a los que discrepan y expresan serenamente su crítica es un síntoma de seguridad en la convicción y las ideas que defendemos.
– El respeto mutuo en la diferencia: “respetar para que me respeten” dice el refrán popular cubano. Respetar al que piensa diferente, al que critica lo que yo considero perfecto, es el primer signo de un país o un grupo civilizado. Ofendiendo, provocando, amenazando, excluyendo, no se honran las virtudes del respeto y la tolerancia. Respetar al que discrepa es señal de seguridad en lo que se cree.
– El diálogo franco: Dialogar no es conceder es convivir. Es incluir, es respetar. “Hablando la gente se entiende”, dice otro refrán popular cubano.
– Quien se cierra al diálogo abre, aún sin quererlo la puerta a la violencia. No se dialoga para vencer y aplastar al diferente. Se dialoga porque se tiene la convicción profunda de que el debate público civilizado es parte inseparable de la democracia. No siempre se dialoga para “conseguir” algo. Se dialoga también para conocer mejor al diferente, para presentarle respetuosamente otra visión del problema y para agotar todos los recursos para encontrar posibles coincidencias que no quiere decir aprobación de las ideas o los métodos del otro. El diálogo es la puerta y la exploración previa que busca si es posible una negociación con resultado, pero no debe estar condicionado por logros preconcebidos sino por la fidelidad a los principios de cada cual, por la actitud de respeto y por la voluntad de avanzar hacia posibles soluciones. El diálogo no es incondicional, ni la negociación es incondicional, nada en la vida humana es incondicional. Porque precisamente la inclusión, el respeto, la coherencia entre lo que se dice y se hace, y la honradez, son condiciones para un verdadero diálogo.
En fin, todos, de un lado y del otro, deberíamos dar ejemplo de que Cuba es una nación civilizada. ¿Cómo defender la educación que ofrecemos o recibimos si excluimos, irrespetamos al que critica, amenazamos y agredimos gestual, verbal o físicamente?
Todo el que está seguro de lo que piensa y cree, convive, respeta y dialoga con los diferentes, con los discrepantes, con los que critican lo que consideran mejor. Porque si los hijos de un mismo país solo estamos dispuestos a convivir en un mismo espacio, respetar y dialogar con los que piensan, creen y actúan igual que nosotros, ¿qué mérito tenemos?
Inclusión y seguridad en lo que se defiende son los dos pulmones de la convivencia pacífica. La exclusión deja sin oxígeno al diferente y ahoga al que excluye en su propia unanimidad.
Respeto y seguridad en lo que se cree son las dos caras de una misma moneda. Como lo son el irrespeto al diferente y la inseguridad en lo que se piensa.
Diálogo y seguridad en lo que se piensa son las huellas digitales del ciudadano demócrata. Como los ataques y las descalificaciones son la tembladera en que se hunden en su inseguridad los que no quieren una convivencia civilizada y pacífica.
A pesar de los antecedentes y el actual clima de confrontación difundidos en todos los lenguajes, desde el diplomático al mediático, a pesar de lo que pasó en la Cumbre de Panamá y de los cotidianos actos de repudio que son vergüenza de la cultura cubana, a pesar de todos los pesares, me resisto a dejar morir mi “fe en el mejoramiento humano y en la utilidad de la virtud” como expresó Martí a su hijo en medio de las peores circunstancias.
Cuba no es así, el talante de los cubanos es, por lo general, respetuoso, acogedor, familiar, lo que en Cuba llamamos “sociable”. Cuba es apasionada pero no fanática, ni en religión, ni en política, ni en casi nada. La Cumbre de Perú es otra oportunidad para demostrarlo, los de un lado y los del otro.
Lo que seamos capaces de hacer en un momento determinado los cubanos, con nuestra proverbial diversidad y discrepancias, sea en una Cumbre o en el barrio de un disidente, puede ser una señal de lo que pudiera pasar en toda Cuba en momentos críticos.
Aprovechar la oportunidad para entrenarnos en la inclusión, el respeto, la tolerancia y el diálogo civilizado sería enviar un mensaje convincente y esperanzador a todos los pueblos de la tierra que están evaluando constante y a veces imperceptiblemente, el talante y los resultados de los proyectos políticos, económicos y sociales.
Los últimos resultados electorales, las decisiones parlamentarias y jurídicas más recientes que han transformado la faz de América Latina y otras regiones del mundo… ¿no serán la consecuencia directa de los desastres, fracasos y violencias perpetradas en algunos de nuestros países?
Estamos a tiempo. Yo soy de los que creo en la nobleza del pueblo cubano y de los demás pueblos de las Américas.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.