La crisis de Cuba y la importancia del diálogo

Martes de Dimas

El discurso del Gobierno cubano y de sus seguidores que atribuyen la causa de la crisis cubana al embargo estadounidense, si bien durante mucho tiempo permitió ocultar la inviabilidad del modelo totalitario, hoy está agotado. Además de no lograr sus objetivos, ha conducido al descrédito dentro y fuera de nuestras fronteras.

La tesis de que los grandes problemas no se resuelven hasta que no hacen crisis, parece no cumplirse en el caso cubano, donde después de seis décadas las dificultades en lugar de disminuir, aumentan por día. Por suerte una cosa es la apariencia y otra la realidad.

Los hechos son tan tozudos que en la medida que se reduce el pelotón de los creyentes en la responsabilidad del embargo, aumentan los que, sin negar sus efectos, comprenden que la causa fundamental de la crisis cubana tiene su raíz en el giro que sufrió el proceso revolucionario hacia el totalitarismo. Las condenas en la arena internacional y la protesta masiva del 11-J han puesto en evidencia dos enseñanzas: una, que la crisis cubana -la más profunda y prolongada de su historia- es inherente al modelo totalitario; dos, que sin libertades los cambios demoran, pero se imponen.

Los factores internos y externos que permitieron al gobierno cubano eludir los cambios, hoy no existen. La combinación entre ineficiencia del modelo, el conflicto con Estados Unidos, la pandemia de la Covid-19, la incapacidad e imposibilidad de pagar la deuda externa, de adquirir nuevos préstamos y atraer inversión de capital, imposibilitan sostener la misma conducta sin dejar de provocar una catástrofe social de incalculables consecuencias.

Ante el actual escenario, caracterizado por la irrupción de los cubanos en las redes sociales, el descontento popular creciente y el renacimiento de la conciencia cívica, el gobierno cubano, aunque continúa maniobrando en busca de un nuevo padrino en la arena internacional o una salidaal diferendo con Estados Unidos sin tener que cambiar -parece que esta es la razón de la visita oficial del presidente cubano Miguel Díaz-Canel a México- tendrá que enfrentar: la guerra civil latente o el diálogo-negociación.

Si la guerra es la continuación de la política por otros medios -como la definió Klausewitz-, la política es el arte de solución de conflictos mediante el diálogo y la negociación. Más allá de “victorias” efímeras y coyunturales, si las causas de los conflictos no se atienden, éstos resurgen con mayor violencia, lo que indica que el diálogo es ineludible.

Tan evidente es la necesidad del diálogo, que el gobierno cubano intenta sustituirlo con las reuniones que viene celebrando con grupos de trabajadores, campesinos, estudiantes, artistas y periodistas; en los que los participantes, el lugar y el tema lo decide el poder, y únicamente en presencia de la prensa oficial.

Ese pseudodiálogo, encasillado en límites preestablecidospor las autoridades, constituye un esfuerzo dilatorio, pero inútil, que no califica como diálogo, ni representan lo que los cubanos necesitan con urgencia: el restablecimiento de las libertades que fueron suprimidas cuando el gobierno, convertido en fuente de derecho, sustituyó la Constitución de 1940 por los estatutos constitucionales conocidos como Ley Fundamental del Estado Cubano, desde los cuales procedió a eliminar la propiedad privada, sustituir la sociedad civil y monopolizar la enseñanza, los medios de comunicación y las instituciones culturales.

En dirección contraria, el intento de cambiar, al margen del diálogo, implica el empleo de la violencia, para lo cual se requiere de una fuerza, al menos similar a la que el gobierno posee. En mi opinión, si esa fuerza existiera, su empleo conduciría, después de las pérdidas humanas y materiales a nuevos fracasos, porque en la violencia se imponen los más violentos, los que luego, convertidos en poder, como nos enseña la historia, pueden resultar peores que los vencidos.

La lección es clara: con una sociedad monopolizada por un Partido, que a la vez es Estado y Gobierno, y un pueblo reducido a la condición de súbdito, es imposible la paz, el bienestar y el progreso social, y por tanto la salida de la crisis. En la protesta masiva del 11-J, a diferencia de sucesos anteriores, como fue el “Maleconazo” de agosto de 1994, la motivación principal no era abandonar el país,si no el reclamo de cambios y libertades. Por tanto, cualquier salida de la crisis tiene que transitar por el restablecimiento de los puentes destruidos: las libertades, para que los cubanos, reconvertidos en ciudadanos, puedan participar como protagonistas del cambio.

El diálogo -arte de conciliar intereses- implica el reconocimiento mutuo de las partes en condiciones de igualdad, donde los participantes se alternan en el papel de emisor y receptor. Su aceptación, como esencia de las relaciones humanas, exige renunciar al mantenimiento de la supremacía excluyente y la disposición a ceder en algo.Hasta hoy el gobierno cubano se niega a dar ese paso, pero eso no significa que tal conducta sea sostenible. Considerarse en posición ventajosa y desde ella designar los participantes, la agenda, el lugar y las condiciones, es cualquier cosa menos lo que Cuba necesita.

Dialogar no es renunciar ni rendirse, sino una oportunidad de comunicación directa para aclarar posturas y realizar propuestas de cambios. Y como los cambios son permanentes, el diálogo constituye una necesidad del presente y del futuro, lo que obliga a potenciarlo como punto de partida, como concepto esencial, como principio rector y como estrategia permanente.

La fuerza se emplea para vencer, la negociación para solucionar; por tanto, no existen métodos para la solución de conflictos, sino un método: el diálogo y la negociación, que comprende la creación de climas de confianza, el respeto a la otra parte, flexibilidad, ponderación y objetividad en las demandas, como único camino viable, seguro y positivo para la solución de conflictos.

En el caso cubano, con el antecedente de seis décadas de totalitarismo, el diálogo requiere de un esfuerzo inmenso, dentro y fuera del territorio nacional. Es difícil, pero no hay otras opciones. Partir de la convicción de que la solución de la crisis pasa por el diálogo, constituye un paso importante.

Para el fin propuesto se requieren acciones conjuntas y simultáneas de parte del Partido-Estado-Gobierno y de los agentes del cambio. El primero, el máximo responsable,tiene definitivamente que profundizar las medidas implementadas hasta admitir la existencia de la empresa privada, sin subordinación alguna a la fallida empresa estatal; con derechos como la libertad para producir o brindar servicios, comprar y vender, al interior y al exterior, sin la intermediación del Estado. Los segundos, continuar generando acciones cívicas, convenciendo, ganado adeptos en la arena internacional hasta conquistar el derecho a la libertad de expresión y desde ella los principios básicos de la democracia: división de los poderes públicos y el derecho de los cubanos a elegir libremente a sus dirigentes.

La Habana, 20 de septiembre de 2010

 


  • Dimas Cecilio Castellanos Martí (Jiguaní, 1943).
  • Reside en La Habana desde 1967.
  • Licenciado en Ciencias Políticas en la Universidad de La Habana (1975), Diplomado en Ciencias de la Información (1983-1985), Licenciado en Estudios Bíblicos y Teológicos en el (2006).
  • Trabajó como profesor de cursos regulares y de postgrados de filosofía marxista en la Facultad de Agronomía de la Universidad de La Habana (1976-1977) y como especialista en Información Científica en el Instituto Superior de Ciencias Agropecuarias de La Habana (1977-1992).
  • Primer premio del concurso convocado por Solidaridad de Trabajadores Cubanos, en el año 2003.
  • Es Miembro de la Junta Directiva del Instituto de Estudios Cubanos con sede en la Florida.
  • Miembro del Consejo Académico del Centro de Estudios Convivencia (CEC).

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