El pasado 9 de noviembre recordábamos la caída del muro de Berlín, que constituye uno de los hechos más importantes del siglo XX. Este hecho simbolizó el fin de la Guerra Fría y la reunificación de un país dividido durante 40 años. El muro, sin duda, fue símbolo de la debilidad del totalitarismo y del fracaso del comunismo soviético y europeo, y el mundo cambió.
Aquel 9 de noviembre de 1989, la población alemana de manera pacífica, sin derramar sangre ni disparar un arma de fuego, acabó con décadas de opresión y muerte. Desde entonces el mundo entero mira hacia las piedras de aquel muro, dispersas por el planeta, como un símbolo inequívoco de las irrefrenables ansias de libertad del alma humana, de que ningún muro es eterno, y de que el cambio en paz es posible.
Desde aquel joven alemán que quedó en la Alemania comunista separado de su familia y que inspiró la conocida canción de Nino Bravo: “Libre”, hasta el 9 de noviembre de hace 32 años el Muro de Berlín fue el símbolo macabro de la ignominia y la soberbia. Regado con la sangre de tantos mártires, la pared infranqueable se convirtió en símbolo de libertad, resurrección y vida nueva.
Cada fragmento del Muro de Berlín, conservado y venerado en todas las latitudes del mundo, es una carta de esperanza enviada al corazón de todos los que se desaniman, caen víctimas de la violencia o creen que la opresión es un yugo eterno.
Pues no. Todo cambia. Todo muro bloqueador de la libertad y de la dignidad sagrada de la persona humana cae y caerá. La historia lo demuestra y enseña.
Otra cosa es el cómo caerán los muros que aún susbsisten como fósiles de otra época y de otro mundo ya superado y decadente.
Solo hay dos caminos para la libertad: la vía pacífica o la violencia. Está claro que soy de los que apuesta y apostará siempre por el diálogo y la transición pacífica. Ya sabemos que aquellos países donde sus regímenes cerraron la puerta al cambio en paz, abrieron la puerta a la violencia. Y todas aquellas naciones modernas y civilizadas que le ha dicho un no rotundo a la violencia, y han escogido el camino del diálogo auténtico y la negociación pacífica, han salvado a sus sociedades del derramamiento de sangre, de la confrontación y de la herida que dejan para siempre los enfrentamientos civiles entre los hijos de un mismo pueblo.
Cuba no puede ser menos que esos pueblos cultos y con sentido común que lograron transiciones pacíficas como la extinta Unión Soviética, toda Europa Central y del Este menos Rumanía, triste ejemplo de lo contrario, España, Portugal, las dos Alemanias y tantos otros.
Cuba, Estado y sociedad civil, los de la Isla y los hermanos de la Diaspora, todos, debemos apostar y trabajar para resolver los problemas de Cuba ordenada, civilizada y pacíficamente.
Nuestros hijos y nietos merecen que les dejemos una Patria y una Vida firmemente fundadas en la Verdad, la Libertad, la Justicia y el Amor.
Así, con la participación de todos podremos salir de esta crisis terminal, y alcanzar pacíficamente que caigan todos los muros que bloquean a Cuba, de modo que podamos cumplir el sueño del Apóstol: inscribir en nuestra bandera esa fórmula del amor triunfante: “Con todos y para el bien de todos”.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.