No es nuevo referirnos a la juventud cubana como una “generación desconectada”. La mayoría de los jóvenes nacidos en las décadas del 80, 90 y posteriores no se encuentra identificada con este proyecto de “hombre nuevo”. Los discursos, repetidos hasta el cansancio, la imposición de una ideología sin derecho a la discrepancia haciendo alarde de todo lo contrario, la falta de libertad para escoger un proyecto de vida, han provocado que una gran parte de la población cubana, y me atrevo a decir que no son solo los jóvenes, haya dejado de confiar en las promesas de la Revolución.
Hace muchos años el pueblo exige entre sus demandas, desde diferentes grupos y formas, una serie de cuestiones relacionadas con la vida política, económica y cultural del país. Una de las primeras, esenciales y repetidas, ha sido el reclamo de unas elecciones libres y democráticas. Claro está que para ello otros derechos tendrían que estar ya satisfechos, como el permiso para asociarse o fundar partidos políticos que coexistan con el Partido Comunista y que representen verdaderamente los intereses de los ciudadanos. Luego del “proceso eleccionario cubano” vivido en el último período, vimos cómo no tuvimos participación en la elección de nuestros máximos representantes, que las decisiones informadas a la Asamblea Nacional fueron acatadas, como suele suceder, tras el voto unánime de los participantes, y se expresó continuar con el legado de los máximos representantes del gobierno.
Sin embargo, hace mucho escuchamos que “el modelo no funciona ni para nosotros mismos”. ¿Cómo aferrarse a la continuidad? ¿Cómo perpetuar “algo” que no tiene vida, o le falta oxígeno, o ha demostrado, por todas partes, que no encuentra una salida viable? Lo demuestran los indicadores económicos, los planes de inversión, la calidad de la salud, el sistema de educación y muchas esferas de la vida económica, política y social del país. Prefiero entender que es un viejo discurso que hay que mantener, a la vez que hacia lo interno, crece la conciencia de que hay que cambiar, sí o sí, y se trazan otras estrategias para mantenerse en el poder.
El establecimiento de límites de mandato para gobernar, propuesto por el expresidente Raúl Castro Ruz, denota que “algo no estaba bien” con la perpetuidad para gobernar. Prefiero dar el beneficio de la duda y creer que, no sé si por presión interna y externa (que la hay), o por mostrar solo señales de un ligero cambio, que tiene que ser más profundo, abarcador y con la participación de todos, a los máximos dirigentes de Cuba también les parece bastante clara la idea de que la situación, tal y cómo está, es insostenible. No creo tanto así como que se vaya a “cambiar todo lo que debe ser cambiado”.
Los principales titulares que hemos leído desde que vio la luz el Proyecto de Constitución de la República de Cuba han tratado sobre la eliminación de la palabra comunismo del nuevo texto constitucional. Si no es comunismo, y se reafirma también que no transitaremos nunca hacia el capitalismo, ¿hacia dónde vamos? Es una gran confusión que, pienso para seguir dejando el beneficio de la duda, podamos esclarecer en lo adelante, porque hasta en las repetidas consignas se habla del comunismo como la fase superior del socialismo y es el modelo político por el que se han sacrificado muchos cubanos a lo largo de estos 60 años.
Deben incluirse, para que no vuelva a ser la reforma constitucional una maniobra impopular o cosmética, las peticiones y propuestas de todos los ciudadanos libres que estamos dispuestos a proponer nuevos caminos de coexistencia próspera, pacífica democrática y civilizada para Cuba. Deben ser tenidas en cuenta las propuestas de los dos pulmones de la única Nación cubana: la Isla y la Diáspora, que durante muchos años han tenido como punto de encuentro y consenso la redacción de una nueva Constitución que sea incluyente, pluralista y respete la verdadera libertad de los cubanos. Confiemos en que así sea.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.