La incredulidad tiene una base fuerte en Cuba. Ante cualquier dato que se ofrece, venga de la oficialidad o de la sociedad civil, que aquí necesita el apellido independiente, las primeras preguntas que se derivan cuestionan la fuente y, por tanto, la veracidad. Más allá de la capacidad innata del ser humano de cuestionar ciertas cosas para entenderlas mejor y proyectarse ante ellas, está la necesaria habilidad adquirida de dudar, porque han sido muchos años de verdades no contadas, verdades a medias y verdades ausentes.
El homo cubensis ha tenido que aplatanarse en un medio hostil para el disenso y el cuestionamiento social. Sin embargo como el pensamiento y la búsqueda de la verdad son inseparables de la libertad, el que quiere busca los mecanismos, a veces no tan óptimos, pero sí edificantes, para satisfacer la necesidad de conocer, discernir y encontrar la verdad que nos hace libres.
Hay en el cuerpo social, y en el alma del cubano, como si se tratara de un gen centinela, una alerta ante cada anuncio de plan, meta proyectada o meta cumplida. El carácter dubitativo permanente de este comportamiento responde a una consecuencia de la gestión y desempeño de un sistema que prefiere edulcorar las estadísticas para declararse adalid de múltiples causas, antes de presentar la verdad, por dura que sea, y mantenerse en los caminos que conducen a su constante búsqueda. Pongamos algunos ejemplos:
¿Cómo podemos creer que aumenta el producto interno bruto del país cuando la vida del ciudadano de a pie se torna cada vez más difícil? La crisis alimentaria se incrementa, el acceso a los servicios “gratuitos” de educación y salud, las dos banderas del país, se realiza bajo condiciones subóptimas. La educación con el empeño de forjar un hombre nuevo, con más ideología que instrucción y que educación ética y cívica. La salud con unos niveles de atención carentes de recursos, y en ocasiones con profesionales que arrastran las consecuencias de un sistema educativo ideologizado donde predomina la “integralidad” (concepto que se refiere a la integración política-ideológica) ante el verdadero conocimiento de la profesión. La construcción del país más culto del mundo, otrora meta de principio de este siglo ha demostrado que se quedó en ello, en puro constructo en el imaginario del poder. La potencia médica hoy puede ser que exporte médicos bajo la amplia categoría de internacionalismo, pero carece de una medicina o un insumo básico como un suero fisiológico, un material de sutura o una jeringa en sus institucione de salud pública.
¿Cómo podemos creer que en el comunismo, fase superior del socialismo, el hombre encuentra su realización plena? El sistema económico, político y social que impera en Cuba, a mi juicio difícil de clasificar, porque fusiona lo peor del socialismo, con lo peor de los sistemas que crítica, ha demostrado que la persona humana sigue siendo considerada como masa, vejada de derechos elementales e impedida de expresar que este sistema no funciona, aún cuando las consecuencias de su mal funcionamiento sean evidentes. Si el modelo fuera viable los planes no tendrían que cambiar tanto, la conducción del país sería pacífica y civilizada, y Cuba sería un país receptor de migrantes, no una Patria con sus hijos desmigajados por el mundo.
¿Cómo podemos creer en la existencia de un enemigo externo para justificar los errores internos? Los populismos describen entre sus características la reescritura de la historia, que implica la construcción de un enemigo externo que permita “dar sentido” al discurso de buenos y malos, vencedores y vencidos, ricos y pobres. En el caso cubano ese enemigo es archiconocido: el gobierno de los Estados Unidos. Nadie puede creer ese discurso, cuando la mayor comunidad de exiliados cubanos reside en ese país, cuando el cubano llega allí y no solo cumple sus sueños, sino que mantiene a la familia de aquí adentro. Nadie puede creer que el bloqueo – embargo es la causa de todos los males cuando hace un tiempo la moneda que valía en Cuba era la del enemigo. Nadie puede creer legítimo que las familias de afuera sustenten la economía doméstica a través del envío de remesas y disimiles mecanismos de envío de ayuda monetaria y de otra índole a la Isla.
¿Cómo podemos creer en la temporalidad de ciertos fenómenos? El uso del vocablo temporal, lejos de calmar los ánimos, tiende a exacerbar el descontento en Cuba. Muchas de las medidas que han sido aplicadas han partido de este mismo basamento que presupone llegar algún día a la normalidad; pero que se complica porque no partimos nunca de ella. Entonces, no se puede retornar a un estado en el que nunca estuvimos. Decir temporal es llegar para quedarse, es una prueba de resistencia más en este largo experimento social.
¿Cómo podemos creer que todo tiempo futuro será mejor? Si la temporalidad de las vicisitudes se traduce en cosa permanente, y los lemas que proclama el gobierno esgrimen continuidad, entonces el futuro se torna más incierto que lo que ya es en sí mismo. La promesa se viene abajo, y la triste realidad confirma que el paternalismo de Estado y la anomia social no conducirán jamás a la necesaria emancipación del alma humana, al crecimiento en dignidad y valores, y al estado de bienestar que merece el sufrido pueblo de Cuba.
Parecieran estos cinco puntos anteriores una píldora de alta dosis de pesimismo. Solo si los miramos con sentido crítico proactivo, pensando en el aporte que cada uno puede hacer como ciudadano libre, incansable buscador de la verdad, podremos desterrar esa incredulidad, no convirtiéndola automáticamente en verdad, sino transformándola día a día en confianza en las instituciones renovadas. Discernir cuáles son las acciones concretas, optar por la esperanza aún en las peores situaciones que estamos viviendo y, sobre todo, usar siempre la palabra, no para encubrir la verdad, sino para decirla, -como proponía el más universal de los cubanos- son algunas propuestas. Todo ello podría contribuir al tránsito de la incredulidad a la confianza perdida por años entre el ciudadano y sus representantes.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.