EL ÉXODO CUBANO: CAUSA Y CONSECUENCIAS

Lunes de Dagoberto

Lo que Cuba está viviendo hace un año no tiene nombre. Lo que hemos estado viviendo los cubanos desde hace 64 años sí lo tiene: la tragedia del totalitarismo. Cuando hablo de este año innombrable me refiero especialmente al mayor éxodo masivo de la larga historia de este desastre nacional. Deseo reflexionar sobre su impacto en la sociedad cubana y sobre la causa profunda de tal estampida imparable.

La causa de todos los éxodos en Cuba

La solución de un país no puede estar en la huida. Todos los cubanos somos responsables, de alguna forma y en diferente magnitud, de la crisis sistémica que ha provocado que se active, permita y negocie con un éxodo que ha sido, a lo largo de más de medio siglo, válvula de escape, puerta de salvación y desgracia para Cuba.

Es bueno aclarar que todos somos responsables de la tragedia que vive Cuba desde hace 64 años años porque hemos aguantado, disimulado, negociado y aceptado, todo tipo de violaciones a la dignidad y los derechos de todos los cubanos y, aún más, hemos escondido nuestra religión o la hemos convertido en ritos vacíos, en culto alienante, al tiempo que hemos callado y mirado para otra parte mientras reprimen a nuestros compatriotas. La huida ha prevalecido sobre el sacrificio que cuesta cambiar nuestra realidad.

Escapar antes que arriesgar. El mar o la selva, los coyotes, las deudas y los patrocinadores antes que la represión, la cárcel y la muerte. Es verdad, que algunos cubanos han elegido desde el primer minuto el ara del sacrificio por la libertad, pero también es verdad que no todo el mundo tiene vocación de mártir.

Por todo lo anterior, y en la búsqueda de la causa de nuestra tragedia nacional, conviene hacer más consciente que es una parte minoritaria de nuestro pueblo la que ha sido mucho más responsable de ella. Esa pequeña parte se ha aferrado a una ideología y a un sistema que, teniendo todo el tiempo, por más de 60 años, no ha logrado garantizar un hábitat humano de libertad, trabajo, prosperidad y democracia. Es más, lo que se ha logrado es todo lo contrario.

Esta es la verdadera y decisiva causa de todos los éxodos obligados o voluntarios de millones de cubanos y es la causa profunda del exilio, de los balseros, de los muertos en el Estrecho de la Florida, del vía crucis de la Selva del Darién, de “los volcanes” y ahora de “los patrocinadores”. Es la causa de todo lo que ha sufrido el noble, emprendedor y resiliente pueblo cubano. Esta es la causa, no una causa.

Se puede argumentar y en realidad aspirar a que la estampida sea por una mejoría económica porque es un derecho humano, pero es necesario reconocer que aquí no se puede garantizar ese derecho con el trabajo legal y honrado porque la economía está sometida al control hegemónico por parte del Estado.

Se puede argumentar que la salida es por reunificación familiar porque es otro derecho de toda persona, pero es necesario reconocer que la división de la familia cubana tuvo su mayor, sostenida y arbitraria causa desde el momento que pensar diferente dividió a padres e hijos, a hermanos y esposas, a abuelos y nietos. Y el poder satanizaba, perseguía y castigaba a todo el que tuviera relación con esa parte de la familia convertida en gusanos y escoria. No podemos perder la memoria.

Se puede argumentar que el éxodo es porque los jóvenes no tienen futuro aquí, que no pueden luchar, trabajar por sus sueños, y es verdad. Pero la causa de esa frustración existencial está en que los sueños se los planifican, controlan, desvelan desde el Estado, convirtiendo la vida en pesadilla.

Otros muchos argumentos pueden esgrimirse para justificar los éxodos masivos e imparables en Cuba pero, en mi opinión, lo verdaderamente honesto, definitorio y decisivo es identificar y llamar por su nombre a la causa que provoca todas esas situaciones trágicas.

Impactos del éxodo imparable

Una vez hecha consciente la causa primera y más radical de la estampida de los cubanos, sería irresponsable no hacer también conscientes los impactos que provocan en el presente y el futuro de Cuba. Mencionaremos solo algunas de esas heridas en el alma y el cuerpo de la nación cubana:

– El éxodo hiere el alma de la nación que “se desmigaja” por el mundo remedando la dolorosa frase de José Martí. Así como el alma humana necesita encarnarse en un cuerpo con identidad única e irrepetible, el alma de los pueblos necesita un hogar nacional, una tierra donde hundir sus raíces, crecer, florecer y dar fruto. El desarraigo es una parte del alma de los cubanos que muere. Herir el alma de una nación es un crimen abominable: el alma de Cuba se desangra.

– El éxodo divide, hiere y en ocasiones inflige un sufrimiento evitable a las familias cubanas. Desintegrar el núcleo familiar es tirar piedras al nido solo por hacer daño a las crías que allí anidan. Es inenarrable y criminal que la política desintegre el nido familiar. Los niños privados a la fuerza de su nido caen al vacío de una cultura extraña, de otra lengua, de otro hogar, y lo peor de todo, con frecuencia son privados de alguno de sus padres con el buen propósito de “darle un mejor futuro”. No debemos olvidar, sin embargo, que ese futuro debían fraguarlo en su nido, no en tierra extraña. Algo le faltará al “futuro mejor”: algo que es parte del alma, sus raíces, su nido. Aprender a volar sin raíces y sin nido es más trágico que levantar las alas apoyados en su nido: familia y nación.

– El éxodo desangra a la nación de la parte activa, emprendedora, laboralmente productiva. Digámoslo claro: estos éxodos masivos son escapatoria para hoy y sociedad envejecida para mañana. La economía cubana del futuro está siendo expoliada, no solo de sus recursos materiales, sino de su más importante capital: el talento humano. Es verdad, que queda mucho talento en Cuba pero volvemos a la causa primigenia: el talento está maniatado por la ideología hecha poder omnímodo.

– El éxodo seca la cultura cubana. Me refiero a la concepción amplia de cultura como la forma de vivir, el estilo de relacionarse, las tradiciones y costumbres, la forma de festejar, y hasta la forma de creer. Si nos fijamos cada una de esas expresiones culturales ha sido reprimida, manipulada, adoctrinada o simplemente condenada al ostracismo o al olvido. Pero como toda sociedad de hoy tiene “poros”, por ellos se cuelan costumbres extrañas que van ocupando el vacío que ha causado una ideología convertida en religión política y en poder totalitario. Y también me refiero a las expresiones artísticas, literarias, artesanales, folclóricas, que han sido censuradas, reprimidas, disecadas por el cierre de espacios físicos, acceso a los Medios, o a recursos para su desarrollo. Peor aún, me refiero al cierre de los espacios espirituales, de los escenarios plurales, de la asfixia de los ambientes sanos y diversos para el arte y la literatura. La cultura se asfixia, y los artistas y escritores salen en estampida en busca del oxígeno de la libertad y la diversidad.

– El éxodo también debilita a las comunidades religiosas, a sus actividades de culto, docentes, culturales y sociales. Las Iglesias van quedando como el resto de la sociedad de la que forman parte. Y también como en el resto de las manifestaciones culturales y espirituales, se va colando la mundanidad en nuestra forma de ser religiosos. Entiendo por mundanidad no las formas humanas de convivir, sino aquellas deformaciones en el ser humano y en su forma de relacionarse, de trabajar, de reunirse, de descalificarse, de meter en las Iglesias los métodos y estilos indoctrinados por el totalitarismo en nuestros centros de trabajo, escuelas y espacios públicos. Tal mundanidad convierte a nuestras comunidades religiosas en una caricatura desvirtuada y simuladora. Ocurre igual que en los demás ambientes: el vacío del buen espíritu que dejamos es ocupado por “espíritus extraños”.

Otros graves impactos produce el éxodo masivo que no ha parado en Cuba desde hace 64 años. Despertemos. Los éxodos no pueden ser monedas de cambio o motivo de chantaje político, en ningún sentido y por ningún gobierno. Negociar con la desgracia de la estampida y el desarraigo es criminal. Tomemos en serio el grave daño que, con el tiempo, se puede volver irreversible. Sembrar sobre lo devastado es peor que escardar la mala hierba que ha crecido durante décadas.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.

 


  • Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
  • Ingeniero agrónomo. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
  • Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
  • Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
  • Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
  • Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
  • Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
  • Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
  • Reside en Pinar del Río.
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