Es muy difícil hacer una crítica personal que no provoque cierta tensión. Es normal que tampoco nos divierta ser criticados. Nuestro ego sufre un poco aunque en el fondo entendamos que aceptar que nos critiquen forma parte de nuestro crecimiento como personas, y si después de aceptarlo, por supuesto, hacemos lo necesario para lograr mejores resultados.
La sociedad cubana ha perdido el entrenamiento en esto. No nos atrevemos a criticar errores de altos funcionarios del gobierno, principalmente por temor, incluso a veces no nos sentimos con derecho a hacerlo. Debemos tener algo claro: todos estamos expuestos a la crítica y todos podemos criticar.
Pero criticar es un arte. Si no se domina bien, en muchas ocasiones el efecto es el contrario al que se desea. Su fin nunca debe ser menospreciar al otro, alimentar el ego, o infundir miedo, y la burla no tiene cabida en ello. La crítica oportuna, respetuosa, se hace normalmente en privado y su único objetivo debe ser la búsqueda de mejores resultados. Si nos centramos además en criticar actos y actitudes en vez de atacar a las personas, mejoraremos en este ejercicio.
Muchas veces las críticas en los distintos ambientes parecen juicios en los que se grita o se ofende delante de otras personas logrando solo humillación y rechazo. Esto sucede lo mismo en los centros educativos, en los lugares de trabajo, en los hogares. Estamos en pañales en este asunto.
Es muy importante que todos aprendamos. Cuba daría un gran paso adelante si en cada espacio en el que se desenvuelva nuestra vida ejercitamos nuestra capacidad de criticar y de ser criticados y veamos esto como un camino para enmendar errores y solucionar problemas. Que el arte de criticar colme todos nuestros ambientes en pos del bien de todos los cubanos.
Livia Gálvez Chiú (Pinar del Río, 1971).
Licenciada en Contabilidad y Finanzas.
Miembro del Consejo de Redacción de Convivencia.
Reside en Pinar del Río.