Hace más de 20 años, uno de nuestros obispos católicos de entonces, Monseñor Pedro Claro Meurice Estiú, daba la bienvenida en la ciudad de Santiago de Cuba al Papa Juan Pablo II. En sus palabras, breves, concisas y certeras, trataba de mostrarle al Santo Padre las vivencias de la tierra que le recibía, y que servían, además, de radiografía para toda la nación. “Le presento… -decía- a un número creciente de cubanos que han confundido la Patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido las últimas décadas, y la cultura con una ideología. Son cubanos que al rechazar todo de una vez, sin discernir, se sienten desarraigados, rechazan lo de aquí y sobrevaloran todo lo extranjero. Algunos consideran esta como una de las causas más profundas del exilio interno y externo”.
Estos son temas recurrentes para los cubanos. Dolorosamente no han caducado. Siguen siendo las mismas dolencias de entonces las que aquejan a la Cuba de hoy, solo que con la herida más honda por el incremento de la crisis del cuerpo y del alma de la nación. La primera variante puede ser entendida como la disminución de la calidad de vida, la crisis económica que alcanza límites insospechados, la falta de mecanismos democráticos que garanticen una gestión política eficiente, entre otros signos. La segunda variante puede ser entendida como la falta de libertades de expresión y de asociación, la censura a todo movimiento que discrepe del pensamiento y la práctica oficial, extendido a múltiples sectores de la sociedad civil, el daño que ocasionan la falta de motivación, la ausencia de proyecto de vida aquí y ahora, y la desesperanza que cunde por todos lados.
En esa mezcla confusa, definida por Monseñor Meurice, hay dos elementos esenciales que son la Patria y la cultura, bastante polémicos ambos términos por estos días. La Patria, entendida como la tierra que nos vio nacer, donde tenemos el derecho de vivir libremente, no es Patria para unos y no para otros, es de todos. Esa confusión tiene lugar cuando un Partido, es decir, una parte, se adueña del todo, y entonces no hay pluralismo, sino absorción del resto por la parte. Y entran a debate aquellas dudas -que tienen algunos autodesignados jueces- de quién cabe dentro de la Patria, cuáles símbolos la representan, y qué es lo más urgente y necesario. “La Patria es dicha, dolor y cielo de todos y no feudo ni capellanía de nadie” -decía José Martí. Mejor ir a las fuentes primigenias, al proceso de formación de la nacionalidad y Nación cubanas, que estar esgrimiendo argumentos renovados sobre una verdad y un derecho fundamentado en la tradición cubana. La más reciente “guerra de las canciones” a propósito de “Patria y Vida” denota la debilidad de un sistema que intenta mostrar fortaleza produciendo respuestas políticas a través de la música y la cultura. Esto demuestra que esa confusión semántica aún continúa.
Por otro lado, hablar de cultura en la Cuba de hoy parece ser que se refiere a la cultura de la Revolución. Aquella parametrización del arte que establecía “dentro de la Revolución todo, contra la Revolución nada” lejos de caducar parece que sirve de instrumento de medición, o de censura (llamémosle indistintamente en dependencia del operador), para limitar la creación artística.
Los estudiosos de la sicología de los pueblos, del comportamiento social, de los actores sociales, definen como populismo a esa reescritura de la historia, a esa nueva semántica acomodada al punto de vista que se defiende, a esa tergiversación que enfrenta a unos y a otros. Eso también es confundir la cultura con la ideología, que desecha la riqueza del pluralismo y la inclusión para ponderar la uniformidad.
La politización de todo alcanza límites insospechados. Lo vimos con las mencionadas canciones, y lo estamos viendo con la manipulación política que se le está dando a la producción de candidatos vacunales cubanos contra la COVID-19. Esa mezcla de símbolos sagrados como la Virgen de la Caridad, Patrona de Cuba, con democracia y soberanía, con vergüenza y valor, no es necesaria cuando se trata de hacer ciencia por la vida. Primero ella, el respeto a la persona humana, y la política para los políticos. O acaso es válido preguntarse si una vez que se produzca la vacuna no estará disponible para todos. La respuesta ya ha sido dada: habrá para todos y será de forma voluntaria. Entonces debe separarse también este tema de cualquier condicionamiento político.
Y así un sinnúmero de ejemplos que preocupan cuando se enlistan y son tantos. No debemos pasar la vida entre tanta confusión, porque estaríamos cometiendo uno de los pecados más grandes: confundir el mal con el bien, y viceversa. Primero, y siempre, está la persona humana, su bienestar que es el fin de la política bien practicada. Retomando a Monseñor Meurice en sus palabras a Juan Pablo II: “Durante años este pueblo ha defendido la soberanía de sus fronteras geográficas con verdadera dignidad, pero hemos olvidado un tanto que esa independencia debe brotar de una soberanía de la persona humana que sostiene desde abajo todo proyecto como nación”. El día que ciertamente sea colocada la persona humana en el centro de todas las relaciones, podríamos estar hablando de política y no de ideología. Cuando llegue el momento de que valgamos por lo que somos, y no por nuestra proyección política, estaremos hablando de una sociedad democrática y feliz.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.