Recientemente he tenido la apreciación de que, con frecuencia, la diferenciación de los roles en la sociedad civil, el ser un proyecto diferente a otros y ser independiente, pareciera como si tuviéramos que vivir en una urna de cristal, en un “espacio químicamente puro” para evitar contaminaciones y manipulaciones de otros grupos o personas coterráneas o foráneas.
El proyecto Convivencia, al igual que cualquier proyecto independiente de cualquier sociedad civil en cualquier latitud del mundo, tiene su propio perfil, su propio rol o vocación en medio de la nación en que vive y se interrelaciona. Toda sociedad civil sana y creciente va diferenciando cada vez más los roles, desempeños, servicios y objetivos de cada una de sus organizaciones. Eso no es división, es diversidad.
Ser diferentes, independientes y diversos no significa, para nada, ser exclusivos ni excluyentes. Todo proyecto con vocación social está insertado e interrelacionado en la sociedad de la que forma parte y con el resto del mundo, de lo contrario es un quiste, un absceso, que solo sirve para enfermar al resto del cuerpo social.
Convivencia es nuestro nombre y nuestro programa. Por tanto, tenemos vocación de relaciones humanas y grupales, respetuosas de nuestras especificidades y diferencias. Interrelacionarse con proyectos diferentes no nos contamina, más bien nos enriquece. No podemos vivir en relación con los demás con la paranoia de que podemos ser manipulados o abducidos. Quienes tienen su vocación, su misión, sus objetivos y métodos de trabajo bien definidos no tienen porque temer a manipulaciones dentro o fuera del país.
La seguridad en sí mismo, la madurez del proyecto en que participamos, la autoridad moral de los que nos hemos mantenido fieles a lo que somos, en las duras y en las maduras, nos permite relacionarnos sanamente con todos y mantener nuestros principios, nuestras opciones y nuestro perfil social.
No es sano creer que por no relacionarnos con personas diferentes vamos a mantener el espacio en que trabajamos libre de represión u hostigamiento. La persecución no surge de nuestras relaciones con los demás, sino de la naturaleza del sistema que tiene vocación totalitaria sobre la vida y proyectos de todos los ciudadanos. En esa dinámica en que nos invitan a excluirnos y a excluir de nuestras relaciones humanas y sociales, buscando aislarnos en una imposible “atmósfera químicamente pura” lo único que se busca es dividir, crear un clima de paranoia y desconfianza mutua. Aislar, acuartonarnos, etiquetarnos y desmembrar el tejido de la sociedad civil que va siendo en Cuba cada más diverso, complejo, tupido y enhebrado.
Mantener y entretejer el entramado de la sociedad civil es precisamente hilvanar la materia prima de la democracia. Ningún ser humano, ningún proyecto social o político, ninguna sociedad terrenal es, ni puede ser, químicamente pura. Eso lo intentó hacer el monje Savonarola, en la Florencia del temprano Renacimiento, tratando de alcanzar una sociedad pura. El terrible experimento terminó en la hoguera. Jesús de Nazaret, ante el intento de sus doce apóstoles de separar el trigo de la cizaña, les expresó que no toca a nadie hacer de “Juez de Vivos y Muertos” sino solo a Dios que es un Padre bueno que deja que en este mundo convivan, sin falsos maniqueísmos, todos los seres humanos sin exclusión. Eso es convivencia pacífica. Eso quiere ser con todos, desde el respeto a la diferencia, el Centro de Estudios Convivencia.
Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
Licenciado en Microbiología.
Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
Responsable de Ediciones Convivencia.
Reside en Pinar del Río.