Lunes de Dagoberto
En la noche del 27 al 28 de octubre de 1492 arribaron a las costas del oriente cubano, Cristóbal Colón y la tripulación que lo acompañaba, juntas llegaron la colonización y la evangelización, aunque difirieran en fines y métodos. Poco más tarde, el Grito de Fray Antonio de Montesinos en Santo Domingo, transformaría la vida de un encomendero del centro de Cuba que llevaba el nombre Bartolomé de Las Casas, defensor de la dignidad de los aborígenes y de todos sus derechos. Luces y sombras que fueron tejiéndose en una larga historia que llega hasta nuestros días. Europa “descubrió” a América y esta “descubrió” a Europa en un encuentro entre culturas que, entre la espada y la cruz, se fueron mezclando no sin muerte y dolor, no sin mutuo enriquecimiento y mucho mestizaje de sangre, culturas y religiones.
Así de plural, variopinta y matizada se han ido imbricando nuestras identidades. La diversidad y la mezcla no empobrecieron sino que produjeron un sustancioso “ajiaco” que hoy alimenta y fortalece el alma de nuestros pueblos.
Después de 527 años de aquel encuentro lleno de contradicciones y transculturaciones, Cuba debe “descubrirse” a sí misma, debe abrirse al mundo para que los cubanos conozcan por dónde van sus caminos y vericuetos, al mismo tiempo que el mundo debe abrirse a Cuba para conocerla tal como es y no solo con sus potencialidades turísticas e intereses económicos de cara a su futuro. Pero sobre todo, esta efeméride del descubrimiento de Cuba puede ser una invitación a que los cubanos nos “descubramos” a nosotros mismos, unos a otros, sin colonizarnos unos contra otros, sin espada y sin conquista de unos sobre otros.
En efecto, de nada vale que critiquemos, con razón, la violencia y la conquista hegemónica de una potencia europea y de una cultura diferente en el pasado, cuando una parte de Cuba quiere conquistar a la otra, no importa si minoría o mayoría, ambas deberían tener iguales derechos y deberes. Pero sobre todo, esta fecha nos invita a “descubrir” la verdad sobre Cuba, su verdadera realidad, su rostro mestizo, su alma transculturada, sus debilidades y daños antropológicos y sus inmensas potencialidades y fortalezas.
Vivir en la mentira, no solo decir mentiras, es la peor forma de convivir entre hermanos. Vivir en la búsqueda y el descubrimiento de la verdad sobre nuestra realidad y sobre nuestra identidad, es el mejor servicio que le podemos ofrecer a nuestra Patria.
Vivir en la verdad es “descubrir” que Cuba no es homogénea, que los cubanos pensamos de diversas maneras, creemos de diferentes formas, tenemos visiones económicas y políticas plurales y disímiles. Los conquistadores aspiraron a que todos los habitantes de América pensaran igual que Europa, creyeran como Europa, sintieran como Europa, actuaran como los europeos. Se equivocaban. Pasados los años de la conquista y la simulación, resurgieron mezcladas pero vivas, las culturas, las creencias y las visiones del mundo que sobrevivieron a duras penas aquella imposición acompañada de la vieja esclavitud, sin que como ocurre siempre y también hoy, brillaran luces proféticas y valerosos defensores de los Derechos Humanos de aquellos a los que llamaron “indios”.
Más de cinco siglos después se equivocan y fallan de nuevo los que, de un lado del espectro político o de otro, quieren imponer su ideología, su religión, su opción política, su modelo económico o su peculiar forma de relaciones internacionales. Las nuevas colonizaciones ideológicas que intentan hoy el dominio hegemónico y totalizante de las naciones repiten, con métodos diferentes, pero con iguales fines de dominación y hegemonismo e iguales resultados: el sufrimiento de los pueblos, la persecución del diferente, la represión de la libertad y la violación de los derechos humanos.
Al final, no nos quepa dudas, nos volveremos a descubrir y a aceptar en la natural pluralidad de las personas y naciones, en la diversidad de ideologías que jamás se pueden erigir en credos seculares y en el respeto al rico mestizaje cultural que ha hecho de nuestro hemisferio un “nuevo” mundo pero con las mismas lacras y manías económicas, sociales y políticas del llamado “viejo” mundo. Allá en la Europa milenaria y aquí en las Américas milenarias también, necesitamos “descubrirnos” a nosotros mismos y entre nosotros como lo que somos: la única familia humana, rica en su pluralidad, diversa en sus opciones políticas, económicas y sociales, ecuménica en sus creencias, democrática en su participación variopinta, pujante en sus culturas multicolores. Debemos “descubrir”, al fin, que la forma más humana y más civilizada de ser miembros de la única y polícroma familia de naciones es la libertad personal, la responsabilidad compartida, la justicia social, el desarrollo humano integral, la libertad religiosa, el respeto y promoción de todos los derechos humanos para todos y la convivencia plural y fraterna.
Desgraciadamente, este nuevo mundo que acabamos de describir en grandes pinceladas inconclusas y siempre perfectibles, es todavía hoy a más de medio milenio del encuentro entre nuestras culturas, un hermoso y fecundo “continente” aún por “descubrir”. Aunque haya ya voces proféticas y valientes “adelantados” que subiendo al palo mayor de la eticidad humana y aguzando la vista larga hacia el inatrapable horizonte, vislumbren, aún entre la niebla, a Cuba en libertad con su diversidad, con su vocación democrática, su soberanía ciudadana y su pacífica convivencia con el mundo con el que compartirá las procelosas aguas de su prosperidad y felicidad por venir.
Entonces, como en aquel amanecer del 28 de octubre de 1492, podremos repetir aquella entrañable frase del intrépido Almirante: “Esta es la tierra más hermosa que ojos humanos han visto”.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. - Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
- Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.