Ayer concluyó la sesión de la Asamblea Nacional de Cuba en la que se aprobó el nuevo Consejo de Ministros y se realizó el debate de los parlamentarios cubanos, que según la vieja constitución, son también constituyentistas, de un anteproyecto de nueva Constitución de la República.
Comparto mis primeras impresiones con una mezcla de pena y dolor por Cuba:
- La Asamblea parecía más bien una “escuelita” en que una buena parte pedía “aclaración de dudas”. En una asamblea con función constituyente, como es el caso, los que se declaran representantes del pueblo deben proponer y defender con sus razones propias, las adiciones, supresiones, modificaciones, que consideren necesarias para el bien de la Nación y que respondan a lo que sus electores esperan de una nueva Ley de leyes. No hubo referencias explícitas que expresarán: “mis electores me han pedido que traiga esta propuesta”. No podía ser porque el texto aún no lo conocen sus electores.
- No he escuchado muchos comentarios en “la calle” sobre este debate, es mucho el agobio por la supervivencia de la mayoría de los cubanos para estar pendientes de unas sesiones monótonas, monocordes, sin debate real y apasionado, sin discrepancias notorias o sustanciales. Todo transcurrió como una liturgia: una larga letanía a dos coros en que se invocaba una duda o una opinión y se recibía una explicación o una aclaración de parte del claustro formado por la Comisión redactora ante lo cual no hubo ninguna réplica firme y argumentada en que se mantuviera lo sugerido o preguntado. Las nuevas modificaciones se remitieron a la consideración de la misma Comisión. No pocos renunciaron al uso de la palabra ya solicitada porque sus dudas habían sido aclaradas anteriormente. Probablemente haya sido el debate constituyentista más desabrido del mundo.
- Frente al televisor, los ciudadanos cubanos que nos decidimos a sacrificar un largo tiempo, fuimos durante este fin de semana espectadores del debate de un anteproyecto de Constitución cuyo texto provisional no conocemos porque no se ha publicado. Por momentos tuve la impresión de que era el “debate” de un anteproyecto de Carta Magna de otro país porque no podía tener una visión íntegra de un texto desconocido en su totalidad. La impresión se desvanecía inmediatamente al comprobar que la casi totalidad de las intervenciones y las respuestas eran las mismas y en el mismo tono de los últimos 60 años.
- Los titulares de la prensa extranjera e independiente destacaban, casi unánimemente, la eliminación de la palabra “comunismo” de la nueva carta magna. Y el diario Granma del sábado mostraba un gran titular que rezaba: “Cuba no volverá jamás al capitalismo”. La confusión cunde. Entonces si no vamos hacia el capitalismo ni al comunismo, ¿hacia dónde vamos? La respuesta oficial dice: “hacia la construcción de un socialismo próspero y sostenible”. Pienso: ¿Sesenta años después? Otra pregunta: ¿Cuba tendrá un partido, por cierto que dice el novísimo anteproyecto que continuará siendo único, que llevará el nombre de comunista cuando la construcción de ese modelo, meta de la formación partidista, ha sido abolido del proyecto de Constitución o se cambiará el nombre por “socialista”? ¿Qué socialismo?
- Un diputado miembro de la Comisión redactora y presidente de la Comisión de Asuntos Constitucionales y Jurídicos de la Asamblea, contestó a una duda que “al ser el partido fuerza superior, la Constitución no puede trazarle directrices” (Granma 21 julio 2018. Suplemento Especial, p.1). Otra duda: ¿Está el Partido por encima de la Constitución de tal forma que esta no podrá trazarle directrices a esa parte de la nación cubana y a todas las demás sí?
- El reconocimiento de la propiedad privada, personal, mixta y cooperativa, y la eliminación de prohibir “la acumulación de la riqueza” que los lineamientos más actualizados habían proscrito hace muy poco, junto a la acumulación de la propiedad, parecen ser, entre otras, las concesiones de necesidad insoslayable para salir de la crisis de “un modelo económico que no funciona ni para nosotros mismos”. Parecería como si el modelo vietnamita con visos tropicales fuera el horizonte al que se espera llegar.
- Se ha introducido, también según dice la prensa, un término nuevo, igualmente hecho de retazos: el “Estado Socialista de Derecho”. Así como se lee. Es como si el Estado y el Derecho, que ya escarmentamos que no podían ser ni confesionales ni ateos, persistieran en la confesionalidad política e ideológica, discriminando y excluyendo a los que no profesen esa creencia política. Si el Estado sirve a todos, entonces no puede preferir una ideología, eso es propio de los partidos. Si el Derecho se rige por el principio de que “la ley es igual para todos”, entonces la legalidad no puede tampoco profesar un credo político porque no sería igual para los que libremente sean políticamente diversos. La aceptación de la diversidad en Cuba tiene todavía descartes de algunos tipos de diversidad.
- La unanimidad no se hizo esperar. Como siempre, la Asamblea votó, sin un solo voto en contra, ni abstenciones, que el anteproyecto se convierta en Proyecto, sea debatido en los centros de trabajo y estudio estatales y en las organizaciones de masa hasta mediados de noviembre, sin decir la fecha del referéndum en el que los ciudadanos podremos dar nuestro sí o nuestro no, de acuerdo a lo que nos dicte nuestra conciencia.
Ante esta sesión de la Asamblea Nacional de Cuba viene a mi mente aquella famosa enseñanza de Jesucristo cuando dijo: “Nadie remienda ropa vieja con un pedazo de tela nueva, porque el pedazo nuevo agrandará la rotura. A vinos nuevos, vasijas nuevas” (Mateo 9, 16-17).
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.