Cuidar la memoria histórica, garantía de futuro

Lunes de Dagoberto

Toda persona, grupo, Iglesia, Nación y comunidad internacional, tienen una historia pasada, un actuar en el presente y unas expectativas de futuro. El tiempo es una realidad humana que nos condiciona y nos preocupa. Por eso quiero reflexionar hoy sobre el cuidado de la memoria histórica de cada persona y comunidad.

En efecto, sin memoria histórica una parte de la vida humana y de la existencia de las organizaciones de la sociedad civil, iglesias y naciones, se pierde para siempre y deja sin raíces, sin savia y sin asideros, al presente y al futuro.

Cada persona y familia debe guardar los principales hitos vividos y compartidos por sus padres, abuelos y parientes. Organizar el árbol genealógico hasta dónde se pueda mirar atrás y recordar. Esto lo han hecho miles de compatriotas con el propósito de solicitar la ciudadanía de otro país, ojalá que podamos educarnos para hacerlo solo, o también, por amor a nuestra familia, por respeto a nuestros antepasados, por dejar a las futuras generaciones la herencia espiritual de aquellos que nos precedieron en la vida.

Los que han sufrido el exilio, las migraciones de todo tipo y ahora viven en la Diáspora, casi inmediatamente del desgarramiento de su tierra natal, comienzan a llenar su nueva residencia con recuerdos, con señales de sus raíces. Aprendamos de ellos el amor imborrable a la familia que les dio la vida, a los abuelos que marcaron su existencia y a la memoria histórica de lo que vivieron, sufrieron, gozaron y aprendieron en tiempos pasados. Convertir la nostalgia en memoria histórica y en lección de vida para los nuevos retos, es uno de los desafíos y de los logros que hacen más fuertes por dentro a los que se ven obligados a dejar atrás su terruño por diversas razones. Una familia sin memoria histórica es como polvo en el viento y como tinta que se evapora. El libro de la vida flota sin cimiento y sin herencia del espíritu.

Los pueblos, grandes o pequeños, también deben cuidar y transmitir su memoria histórica. La historia local contribuye al enraizamiento, al anclaje de sus originarios. Recuerdo un cartel grande que pasa de mano en mano en la Peña Pinareña que está atenta a estos menesteres de salvaguardar lo que somos. Ese letrero dice: “Prohibido olvidar”. Esa prohibición fraterna entre compatriotas de la Patria chica es una cuestión perentoria para seguir conservando y transmitiendo nuestra identidad y nuestra cultura regional. Hace unos días Pinar cumplió 320 años de su fundación a partir del primer documento probatorio de la existencia de los primeros signos de organización de nuestra comunidad primigenia: la Fe de Bautismo de la primera persona bautizada e inscrita en el primer folio del primer libro de la Iglesia parroquial de San Rosendo de Pinar del Río, el 2 de agosto de 1699, a quien pusieron por nombre “Thomás”. El semanario pinareño no tuvo ninguna referencia. Yo solo alcancé a ver un post del pintor Enrique Rosell que salvó la memoria histórica de la fundación de nuestro pueblo, protagonizada por sus propios habitantes, mientras en los últimos años algunos se empeñan en celebrar el aniversario del otorgamiento del título de Ciudad concedido por la Reina de España. Creo que ambas fechas deben ser conservadas, recordadas y transmitidas, pero con coherencia histórica, cronológica y cultural.

Las Iglesias son reservorios de la memoria histórica por antonomasia, porque son instituciones duraderas. En el caso de la Iglesia Católica, de duración milenaria que, con mucho atino y perseverancia han conservado documentos, edificaciones, obras de arte, música, tradiciones, costumbres, pero sobre todo valores que cimientan y edifican la memoria local, la historia de las naciones y las culturas de los pueblos. Sus monasterios, iglesias, museos y archivos, son parte invalorable de la memoria histórica. Una Iglesia sin memoria no es lo que debe ser. Es como una nave a la deriva, sin ancla, sin vela y sin timón.

Cada nación fundamenta su identidad y su cultura sobre la memoria histórica íntegra, sin etapas borradas, sin eventos no mencionables, sin manipulaciones interesadas, sin condicionamientos de una parte de la nación que intenta rehacer la historia o inventar su propia narrativa.

El pasado bien hilado, sin baches, con sentido histórico y carácter verídico y cultural, es y puede ser un pozo de sabiduría, una reserva de lecciones de la historia, que puede servir de inspiración, de advertencia, de experiencia y de arraigo al ser y el quehacer del hoy de nuestra nación. Y, además de servir de iluminación del presente, la memoria histórica puede y debe dar sentido, coherencia, creatividad, renovación y mociones proactivas para edificar el futuro sin caer en los mismos errores del pasado y sin inmovilismos que impidan superar el pasado y el presente en un porvenir que sea siempre desafiante, progresivo y nos conduzca de condiciones menos humanas a condiciones más humanas.

Cada ciudadano debe contribuir, según sus propias posibilidades y vocación al rescate, conservación y transmisión de la memoria histórica, alma y motor para las generaciones venideras.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.

 


  • Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
    Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
  • Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
    Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
    Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
    Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
    Reside en Pinar del Río.

 

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