Cuba tiene un cardenal

Lunes de Dagoberto

Por tercera vez en la historia de más de 500 años de la Iglesia en Cuba, es elevado un cubano a la dignidad de Cardenal de la Santa Iglesia Romana. El primero fue el camagüeyano de estirpe mambisa, Su eminencia el Cardenal Manuel Arteaga y Betancourt de 1946 -1963; el segundo fue el matancero S.E. el Cardenal Jaime Ortega y Alamino de 1994 a 2019; y el tercero, otro camagüeyano, S.E. Juan de la Caridad García Rodríguez, actual arzobispo de La Habana.

Cuba y su Iglesia son comparativamente pequeños, aunque de un probado testimonio de fidelidad en la persecución y en una sociedad declarada oficialmente atea primero, y teóricamente como un Estado laico después. Contar con tres purpurados es ya un gran reconocimiento por parte de los Pontífices y de la Iglesia Universal y este último nombramiento a solo un mes y cinco días del fallecimiento de su predecesor, es un signo muy claro y elocuente de la atención y pastoral solicitud del Papa Francisco con Cuba y su Iglesia. No cabe dudas de que se trata de un gesto inusitado en la tradición, aunque posible porque depende de la voluntad del Santo Padre.

El nuevo miembro cubano del Colegio Cardenalicio, especie de senado del Papa y colegio elector de los sucesores de Pedro al frente de la Iglesia de Roma que preside a todas las Iglesias en la Caridad, es un obispo pastoral, cercano, sencillo y misionero. Es un hombre que ha experimentado en las siete décadas de su vida todos avatares y vericuetos de la vida nacional y del peregrinar de la Iglesia en Cuba. Es hombre abierto a la acogida de todos sin distinción de credo, ideología o creencias. Hombre de Dios en el corazón de su pueblo y hombre de pueblo al servicio de su Iglesia.

En el Cardenal García no encontraremos a un político, no lo es. No encontraremos tampoco a un jefe o funcionario de alta jerarquía, tampoco lo es. Gracias a Dios que encontraremos lo que en realidad es y debe ser: un pastor.

Cualquiera de las frases utilizadas para etiquetarlo políticamente ha sido desmentida por sus hechos discretos, perseverantes y valientes, sin alarde ni exceso de protagonismo. Su sencillez muestra sus prioridades: los más necesitados, los más alejados y vulnerables, todo el que sufre y necesita apoyo y consuelo. Personalmente pienso que si un obispo es pastoral, es decir, se caracteriza por su preocupación por la vida y la fe de su pueblo, esa cercanía lo conducirá directamente, sin mediaciones políticas o sectarias, a los gozos y esperanzas, a las tristezas y angustias que vive nuestro pueblo. En ese sentido, lo mejor para Cuba, para la Iglesia de La Habana de la que es arzobispo, y la de toda la Isla y su Diáspora, es que el nuevo Cardenal sea pastoral y comprometido con los más pobres, no solo de pobreza material, sino también de pobreza moral, cívica y espiritual.

Cuando terminé mi servicio al Santo Padre en el Pontificio Consejo Justicia y Paz, el Papa Benedicto XVI nombró a Mons. Juan García, por entonces segundo arzobispo de Camagüey, como miembro pleno de ese importante dicasterio. Ahora, recientemente, ha sido nombrado miembro de la Congregación para el Clero. Fue fundador del Centro misionero de Camagüey y desde su llegada a La Habana dedica cada viernes a trabajar como personal de servicio en un hogar de niños con capacidades especiales. Los sacerdotes, religiosas y laicos de La Habana han encontrado a un hombre llano y profundo, callado y sonriente, que vive intensamente su compromiso y amor por el Evangelio de Jesucristo.

Considero que el Papa ha tenido muy presente la coyuntura histórica en que se encuentra Cuba y se ha apresurado a fortalecer y honrar a nuestra sufrida y fiel Iglesia con un Cardenal, cuyas vestiduras rojo púrpura simbolizan su voluntad de servir a Cristo y a su Iglesia hasta el derramamiento de su propia sangre si así fuera necesario. Muchas veces ese martirio no es cruento ni visible, es callado, silencioso y silenciado, pero sistemático, cotidiano y minucioso. Es lo que San Juan Pablo II, quien lo vivió en carne propia llamó “martirio civil”. También para esa ofrenda sacrificial son nombrados los cardenales.

Lo que más se menciona al nombrar a un cardenal de la Iglesia es que será un elector y posible candidato para ser Sucesor de San Pedro, el primer Papa por ser el Obispo de Roma; pero lo que menos se menciona es esa otra vocación y misión martirial, y profética callada y cotidiana que le van dando, paso a paso, una enorme autoridad moral y espiritual.

Cuba, su futuro inmediato y su mediato porvenir, necesitará sin duda este servicio de su nuevo Cardenal. Los laicos comprometidos con la sociedad en que viven y con la Iglesia a la que pertenecen y aman, necesitan un pastor que los acompañe y apoye, no que los suplante, en su misión cultural, social, política y económica según la Doctrina Social de la Iglesia; sus hermanos en el Episcopado necesitan un pastor que comparta la carga del cuidado pastoral y la entrega de la vida por sus ovejas; los sacerdotes necesitan un obispo-cardenal que sea a la vez padre, compañero de camino e inspirador de la permanencia y el servicio sacerdotal en Cuba; los religiosos y religiosas necesitan un pastor-cardenal cuya vida y hábito les anime y valore en su testimonio de pobreza, castidad y obediencia al Evangelio sin mediatizarlo con la mundanidad de la que habla el Papa Francisco.

Los tiempos que se avecinan no serán fáciles. Oremos para que Cuba, su Iglesia y el pueblo del que forma parte aquí y en la Diáspora, puedan poner sus ojos, su cansancio y sus esperanzas en las rojas vestiduras del Cardenal que dan sentido a la vocación cristiana en la Cruz y que como el pueblo de Dios en el desierto cuando venga la adversidad y la mordida de la serpiente, podamos mirar al báculo elevado del Pastor como el bastón de Moisés que lo mismo servía para golpear la roca más dura para sacar de ella el agua vivificadora, como para dividir las aguas del Mar Rojo para liberar a su pueblo de la esclavitud de Egipto, como para elevar la serpiente de bronce, prefigura de Cristo en la cruz para que todo el que sea herido en el alma o en el cuerpo sea alentado y atendido por el solícito cayado de nuestro Cardenal Pastor.

Felicidades y oraciones, apoyo y compañía para el nuevo Cardenal que tiene Cuba.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.

 


  • Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
    Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
  • Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
    Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
    Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
    Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
    Reside en Pinar del Río.

 

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