CUBA: HACIA UN PERSONALISMO COMUNITARIO Y TRASCENDENTE

Lunes de Dagoberto

Creo que Cuba tiene, en su historia, firmes y fuertes raíces para la refundación de la República una vez que hayamos salido de esta oscura etapa de nuestra existencia. Ya reflexionamos que esas raíces se afincan en el proyecto de nación que soñaron y prepararon Varela y Martí.

Ahora bien, algunos me han preguntado si basta solo con regresar al pasado. Me preguntan si toda raíz viva necesita de un tronco fuerte por donde suba la savia de los padres fundadores hasta las ramas, las flores y los frutos de una república actualizada tras más de un siglo de existencia, aprendiendo de todos los errores que hemos cometido a lo largo del siglo XIX y el siglo XX, e incluso durante lo que va del siglo XXI, en el que perseveramos en viejos y nuevos errores antropológicos, sociales, políticos, económicos y culturales.

Hablé la semana pasada del vicio enraizado del caudillismo y el mesianismo que busca líderes iluminados y superiores en lugar de elegir líderes que sean servidores públicos. Pues bien, hoy les comparto lo que creo que actualiza y fecunda el proyecto raigal de Varela y Martí: un proyecto personalista comunitario y trascendente para Cuba.

¿Cómo sería un proyecto personalista comunitario y trascendente?

Enmanuel Mounier ((1905-1950) filósofo francés fue el fundador del personalismo y de la revista Esprit (1932). Mounier recibió una gran influencia del también filósofo católico francés Jacques Maritain (1882-1973) que a su vez recibió las fuertes influencias de Aristóteles, Santo Tomás de Aquino y Henri Bergson. Junto con Maritain y Mounier fueron también personalistas Maurice Nedoncelle, Gabriel Marcel, Karol Wojtyla y Romano Guardini. Podemos decir que, mucho antes, tanto Varela como Martí basaron su proyecto de nación en la suprema dignidad de la persona humana, por tanto el personalismo actual está en plena sintonía con los fundadores de la nación cubana. Esa sintonía es como de la raíz al fruto, sin confundir las épocas ni la maduración del pensamiento.

El personalismo comunitario trascendente de Mounier surge más que como una filosofía, como una corriente de pensamiento antropológico, ético y político. Nació entre las dos guerras mundiales como respuesta coherente e innovadora frente al individualismo y el colectivismo. En efecto, durante el siglo XX se hicieron radicalmente irreconciliables dos formas de vida: una que consideraba al hombre y a la mujer como individuos aislados, como corredores solitarios en una competencia desalmada y sin solidaridad ni fraternidad social; y segunda, su forma contraria, en que se colectivizó a la sociedad, se generó un estilo de convivencia masificado y masificador en el que el individuo es solo una pieza de la gran maquinaria estatal, llevada al extremo del totalitarismo como sistema político y como mecanismo de control del ser humano.

El personalismo comunitario y trascendente trata de corregir y superar ambos extremos poniendo como valor fundamental de su filosofía: la dignidad suprema de la persona humana. El personalismo es todavía más que una filosofía teórica, es una ética de vida, un modelo de convivencia, una forma flexible y humanizadora de organizar la sociedad.

El personalismo establece la diferencia entre individuo y persona: el individuo es un lobo solitario, un francotirador, mientras que la persona es un ser en relación, es un ser abierto a los otros, aprende a vivir en comunidad, practica la amistad cívica y la fraternidad universal. Por eso esta filosofía de vida se llama personalismo.

El personalismo establece la diferencia entre colectivismo y convivencia, entre masa y comunidad. Frente al colectivismo marxista-leninista despersonalizante propone una convivencia pacífica, solidaria y justa en comunidad de personas. Por eso este estilo de vida se llama comunitario.

El personalismo comprende a la persona humana como un ser único e irrepetible, que forma una indisoluble unidad entre cuerpo y espíritu, que concibe a la persona como un espíritu encarnado, como una existencia transida, atravesada, por su apertura a la Transcendencia. Por eso este estilo de vida se llama trascendente.

En efecto, considera que las facultades cognoscitiva, emocional y volitiva, están abiertas y fecundadas por tres niveles de trascendencia, es decir por el traspaso de tres muros o puertas que limitan a la persona: la primera trascendencia es poder salir del propio egoísmo personal para abrirse a la relación interpersonal, para poder vivir en familia y con amigos.

La segunda trascendencia es poder salir del estrecho círculo de las relaciones interpersonales, familiares, amistades, para abrirse a la sociedad, a la vida cívica y política, para poder vivir en comunidad.

Y la tercera, más grande y profunda trascendencia, es poder salir de las limitaciones humanas que tendrán siempre todas las anteriores relaciones, escapando de todo materialismo existencial y filosófico para abrirse al Otro Absoluto, que llamamos Dios. Esta apertura a la Trascendencia espiritual y religiosa redimensiona a las otras dos trascendencias, las abre todavía más, las hace más humanas y las coloca en el plano sobrenatural, las fecunda, les da sentido y horizonte sin fin.

Se puede decir que el concepto de persona humana que proponemos para Cuba se basa en un desarrollo humano integral que incluye todas las facultades y dimensiones del ser humano. Por ello, el carácter trascendente está ya incluido en el concepto de persona. Sin embargo, debido a la larga experiencia de materialismo existencialista y de ateísmo inducido, adoctrinado, considero que sería necesario resaltar la dimensión trascendente de este proyecto de sociedad para Cuba.

Propuestas

Esta columna pudiera parecer muy teórica, o demasiado complicada. Incluso tengo un amigo que escuchándome y leyendo esta propuesta para el futuro de Cuba, que sostengo y enseño desde hace muchos años, le ha llamado “Utopía”. La ha calificado de un “proyecto utópico”. Agradezco mucho esa crítica que siempre nos ayuda a revisar nuestras propuestas, que nos hacen tener los pies bien puestos sobre esta tierra.

Sin embargo, tengo dos convicciones profundas que nacen de mi fe y mi amor a Cuba:

La primera, viene de los padres fundadores, sobre todo de Varela y Martí y es mi primera propuesta: Que toda nación para fundarse o renovarse necesita primero pensarse, preverse, necesita un pensamiento coherente, estructurado, autóctono, actualizado, porque no se puede refundar sin una filosofía orientadora, aunque siempre esa filosofía o más bien, ese estilo de vida, como el personalismo comunitario y trascendente quiso ser considerado, debe mantenerse abierta a la revisión, no puede ser una estructura de pensamiento dogmática ni cerrada al cambio, como la que se nos ha impuesto en estas últimas seis décadas. Para los cambios en Cuba son estrictamente necesarias una visión general y unas propuestas concretadas en objetivos, estrategias y acciones.

Y mi segunda convicción, que es también propuesta, consiste en: Esa visión que pudiera parecer “utópica” no es otra utopía cerrada y totalitaria. Es, en realidad, una motivación subsistente, una meta a alcanzar pero siempre movible, una especie de horizonte inspirador para poder levantar la vista y elevar el espíritu de la nación hacia altos ideales y perennes valores y virtudes que tiren del alma de Cuba siempre más hacia adelante y hacia arriba. Una nación sin horizonte y sin visión se hundirá en lo cotidiano y en la oscura desesperanza que provoca el encierro del espíritu.

Además, debería estudiarse el personalismo comunitario y trascendente en los centros educativos de la Iglesia y en la formación que ofrece la sociedad civil y los medios y redes de comunicación social, e incluso en el sistema de educación pública cuando el Estado cubano se abra a otras filosofías.

Debemos enseñar en nuestras familias, y en todos los ambientes, la diferencia sustancial que existe entre individuo y persona; entre colectivo y comunidad; entre el encarcelamiento del alma y la trascendencia inherente a la esencia de toda persona humana.

Incluso, pasando a algo tan concreto como es el lenguaje, los que creemos en esta visión de la vida deberíamos desterrar las palabras individuo, colectivo y masa.

Una forma de evaluar toda propuesta filosófica, todo proyecto político, todo desempeño cívico, todo modelo económico y social, todo proyecto cultural o específicamente religioso, puede ser a partir del valor fundamental del personalismo comunitario y trascendente: la dignidad plena y la primacía de la persona humana.

Esto se traduce en pocas preguntas: ¿Esta filosofía que ahora se nos propone o impone respeta la dignidad suprema de la persona humana o va contra su naturaleza y desarrollo integral? ¿En este proyecto, o en otros programas alternativos, lo político está al servicio de la persona o se somete al ciudadano al proyecto político? ¿Este modelo económico o los que se nos propondrán, están al servicio del desarrollo pleno de la persona o se considera a esta como un instrumento subordinado a los intereses económicos? ¿Las organizaciones de la sociedad civil están al servicio de la persona o al revés? ¿Estos proyectos, culturales, docentes o religiosos están al servicio de la persona humana en todas sus dimensiones: corporal, moral y espiritual, o se manipula y se sirve de la subordinación de la persona?

Otros muchos instrumentos de evaluación de proyectos de la vida cotidiana, por muy concretos que sean, pueden ser ponderados o calificados usando la inspiración del personalismo comunitario y trascendente que tiene en Cuba una visible raíz vareliana y martiana.

Y para no confundir utopía con ilusión, ni trastocar los horizontes con la nada existencial, quiero recordar una frase que he repetido mucho, hace muchos años:

Entre la utopía abierta que nos llama y la realidad concreta que nos desanima, están los pequeños pasos que mantienen viva nuestra esperanza.

Paso a paso, con la vista en alto y los pies en la tierra: esa es y debería ser nuestra mística.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere. 

 


  • Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
  • Ingeniero agrónomo. Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
  • Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
  • Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
  • Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
  • Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
  • Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
  • Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
  • Reside en Pinar del Río.

 

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