Lunes de Dagoberto
En el futuro democrático de Cuba pudieran reaparecer, una vez más, tres enormes peligros para la libertad y la felicidad: la egolatría, el sectarismo y el mesianismo. Con frecuencia, en la Isla como en la Diáspora, pareciera como que se incuban nuevos totalitarismos y unanimidades. Es tan profundo el daño y la huella que nos ha dejado la forma de pensar y de vivir de estos 60 años que, a todos, nos queda mucho por aprender para vivir en democracia. El presente y el futuro de Cuba depende de que todos sus hijos aprendamos a pensar y a vivir como demócratas, a practicar cotidianamente la esencia de un ciudadano demócrata que es el respeto irrestricto a las opciones de los demás y el cultivo de la convivencia cívica.
En principio, es bueno recordar que no nacemos demócratas, que el egoísmo, inconsciente, pero perseverante, es uno de los límites de nuestra condición humana. Los niños, y hasta los adolescentes, lo primero que exigen es: “esto es mío” y lo primero que los padres y abuelos deberíamos enseñar es: “hay que compartir”. Lo segundo, que hace un infante o adolescente, en los primeros años de vida es montar una perreta, sea a gritos, sea cerrándose a toda comunicación, cuando no consigue lo que quiere o los demás no hacen lo que a él le gusta. Puede ser que en nuestro comportamiento ciudadano nos quede algo de esta niñez y adolescencia cívica. Todos podemos crecer y superar esas carencias.
Puede darse el caso de que la formación que recibimos no haya alcanzado para salir de ese círculo egocéntrico y manipulador. Y arribamos a la adultez cronológica pero dejamos que subsistan en nosotros sentimientos y actitudes infantiles. Toda sociedad civil incipiente se parece a un adolescente. Es necesario madurar cívicamente mediante la formación para la democracia. Esa educación consiste en “sacar fuera” lo mejor de nosotros y en ascender los procesos de personalización y socialización.
Dicen los psicólogos que hay tres pasos en el proceso de trascendencia personal, teniendo en cuenta la etimología de la palabra que viene del latín “transcendere” que significa “abrirse a” “traspasar un umbral”, “subir de un lugar a otro”: subir del ego al otro, subir del otro al nosotros, y subir del nosotros a Dios, la Otredad absoluta. Apliquemos esto a la situación de Cuba hoy:
La 1ra. trascendencia: salir del egoísmo a la relación
Ocurre en la niñez y pubertad y consiste, si hay una buena educación, en traspasar los límites de nuestro propio ego. “Subir” del ego al otro, a la relación con los demás. Sin perder nuestro yo, sino abriéndolo, desarrollándolo. Hay personas que nunca logran salir de las fronteras del yo, y su egolatría los ciega para poder ver que hay “otros yo”. La egolatría ciudadana es el virus de los autoritarios y totalitarios que, como adolescentes cívicos, no alcanzan a traspasar la puerta del hago esto “porque me gusta” o “porque yo quiero”.
Aquí está la raíz del problema de hoy en Cuba y en muchos países, los egos se desgastan entre sí mientras los que ostentan el poder se alegran y fomentan esas riñas y actitudes ególatras. La energía cívica y política se consume entre caudillos mientras la causa de todos nuestros males se fortalece por nuestra debilidad. No se trata de diluir las personalidades en un colectivismo sin rostro. Los egos tienen una gran fuerza para el liderazgo, pero esa fuerza solo es efectiva cuando se logra encauzar para desbordar nuestras fronteras personales en una entrega generosa y gratuita al servicio de los demás, de la causa de Cuba, de la convivencia del mundo.
La 2da. trascendencia: subir del otro al Nosotros
Es traspasar la fronteras de “los míos”, de solo los “que se quieran sumar a lo mío”, de “los que siempre me han apoyado”. Es subir del otro semejante al nosotros de la pluralidad. Sin perder ni el yo ni al otro, sino abriéndolos, relacionándonos en un nosotros diverso. Reducir nuestras relaciones humanas a la familia más cercana o al grupo de los que siempre nos complacen o coincide con lo que nosotros pensamos, queremos o decimos, es una pobreza cívica. Este encierro en mi proyecto, o en mi partido, o en mi religión, o mi país, en cierta forma, es una huella de la cerrazón infantil.
He aquí la segunda causa del problema de Cuba hoy y en muchos países: los sectarismos, los partidismos, los capillismos, los regionalismos, tanto de los que se cierran dentro de la Isla como de los que se ensimisman en su ambiente favoreciendo la dispersión del alma cubana en la Diáspora. No nos enteramos que Cuba vive y respira con dos pulmones, y que, sin uno de ellos, le falta aíre para la libertad y la participación democrática. No se trata de obviar la necesidad de los proyectos, ni la pertinencia de los partidos, ni el derecho de las comunidades religiosas, porque cada uno de ellos tiene una función insustituible dentro de la sociedad civil. Sin embargo, esa función se desnaturaliza y debilita cuando se encierran en el sectarismo y en el fanatismo. No se trata tampoco de “unificar” en un solo partido, en un solo proyecto, en una sola religión, porque esto sería repetir el modelo que ha fracasado.
Los diferentes grupos de la sociedad civil solo tributan al bien común cuando cuidan su identidad, perfilan bien su misión y objetivos, pero sobre todo, cuando han madurado de tal forma que ya son capaces de abrirse a otros grupos sin intentar absorberlos, ni mimetizarlos, ni “consolidarlos”. No se construye la unidad sin la diversidad. La unidad en la uniformidad es totalitarismo. No se construye unidad en la diversidad postulando que nuestro proyecto es el centro y que “está abierto a que los diversos se unan a mí o a mi proyecto.” Se construye unidad en la diversidad cuando se coloca a Cuba en el centro y todos los proyectos, partidos y grupos de la sociedad civil buscan cómo brindarle a Cuba su aporte específico. La señal de una sociedad civil que va madurando es cuando cada grupo o proyecto hace lo que sabe y puede hacer, y no aspira ni intenta que todos se le unan haciendo lo mismo. Unidad de fines con pluralidad de medios, es el secreto de la unidad en la diversidad.
Muchos se quejan de que no se logra la libertad por la división en la sociedad civil. Depende. Si esa división viene de populismos ególatras entonces no es la división en sí, es el caudillismo. Si esa división viene del sectarismo o de otras formas de intentos de “partido único” que pueden subsistir por la huella del daño antropológico, entonces no es la división en sí, es el sectarismo. A nadie se le ha ocurrido en ninguno de los países que han transitado de dictaduras o totalitarismos a la democracia que todos los grupos, partidos, iglesias, proyectos, se “unieran” al mismo ritmo, haciendo lo mismo, con apoyo de todos. Eso es un mito que opino que habría que acabar de desterrar de nuestra mentalidad y de nuestra visión del futuro de Cuba.
Cada proyecto de la sociedad civil, cada partido, cada iglesia, tiene su identidad, su misión, sus medios y debería cuidarse y promoverse el principio de que conservar la propia identidad y ser fiel a su propio rol, sin mimetismos ni “consolidados colectivistas”, es la mejor garantía para una democracia de calidad en el futuro de Cuba. El secreto es, digámoslo de otra forma: Centrarnos directamente en el fin que perseguimos y hacer cada cual pacíficamente lo que sepamos hacer y aquello que sea la misión del proyecto en el que participamos.
La tercera trascendencia: subir de lo contingente al Otro Absoluto
La experiencia de la historia humana y las lecciones de nuestras guerras por la Independencia en Cuba y todo lo que vino después, nos transmiten una llamada de alerta. Todo el proceso de apertura a los demás y de la construcción de un nosotros comunitario corre dos peligros mayores que el egoísmo, peores que el caudillismo y el sectarismo. Se trata del fanatismo y la superstición. Cuando un caudillo reprime la posibilidad de que cada ciudadano, y toda la sociedad, puedan abrirse a la Trascendencia religiosa, es decir a creer y dar culto a Dios, ese caudillo intenta convertirse en el “Otro Absoluto”. Entonces el culto a la personalidad del que se cree mesías, sustituye a la apertura al absolutamente Otro. El culto que se le rinde a un ser humano como cualquiera de nosotros se convierte en la peor de las supersticiones.
Cuando una ideología, un partido, o incluso una Iglesia, se intentan colocar en el centro y la cúspide de la sociedad, como única ideología que puede dar la felicidad, como el único partido que posee toda la verdad y puede juzgar a todos para decidir quién es bueno o malo, esa ideología y ese partido están usurpando el lugar y la misión que los creyentes atribuimos solo a Dios. No se trata de instituir una teocracia, ni de imponer una determinada confesión religiosa, se trata de que toda persona, todo pueblo, necesita una espiritualidad, una vida que trascienda lo provisorio y finito, lo limitado y corruptible que hay en esta vida.
Cuando intenta eliminar la espiritualidad de la vida de un pueblo, la corrupción, el fanatismo y la superstición ocupan rápidamente el lugar de esa espiritualidad y de Dios. La única forma de que no caigamos en la tentación de doblar la rodilla ante un hombre es abriéndonos a una realidad superior a nosotros mismos que nos promueva y dignifique plenamente. Cada cual verá cómo se abre a esta tercera trascendencia. La única forma en que evitamos que una ideología vieja o nueva, analógica o digital, se entronice como si fuera “una religión secular” es, liberándonos de los falsos dioses, los nuevos Iluminados, las falsas religiones laicas, o las funestas alianzas entre el trono y el altar, como nos dice el Padre Varela en sus Cartas a Elpidio.
Las propuestas
La sociedad civil cubana podría crecer en madurez personal, en un mayor respeto entre los diferentes, en una mayor mentalidad democrática, y en una mejor construcción de consensos en la diversidad, con estas y otras propuestas:
- Ser uno mismo, ser con los otros, ser para los demás, sin convertirnos en absolutos ni mesías.
- Salir de la adolescencia cívica y superar nuestros egos, arreglar nuestras incomunicaciones, eliminar nuestras “perretas políticas”, y sobre todo, no parecernos en la forma de pensar ni en los métodos de lo que queremos cambiar.
- Contribuir cada cual, y cada proyecto, con lo que sabe y puede hacer, al mismo tiempo que respeta la pluralidad y la diversidad de los que piensen, opinen o hagan los demás.
- Superar el sectarismo, no unificando sino tendiendo puentes. No intentar unir a todos en torno a mi proyecto, sino aprendiendo a hacer alianzas, a brindar apoyo y solidaridad, siempre desde lo que nos une y se sabe hacer.
- Cultivar nuestra espiritualidad, nuestra religiosidad, para abrirnos al Trascendente. Abrirse a Aquel que, para los cristianos, bajó a este mundo, sin dejar de ser Absolutamente Otro, para compartir nuestra humanidad, para ayudarnos a desarrollarla y a elevarla a su dignidad plena, enseñándonos a ser hijos y a vivir como hermanos.
- Subir estos tres escalones de la maduración ética y cívica. De esta forma evitaremos que, nunca más en Cuba, dominen los ególatras. Evitaremos que, nunca más en Cuba, nos impongan un solo partido o una única ideología. Evitaremos que, nunca más en Cuba, tengamos que doblar la rodilla, física, política y espiritualmente, ante ningún ser humano como si fuera Dios.
Tenemos mucho trabajo de formación y entrenamiento por delante, en nuestras familias, en nuestros proyectos, en nuestros partidos, en nuestras iglesias, porque hay un largo camino hacia la verdadera libertad con plena responsabilidad.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
- Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. - Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
- Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.