Tengo varios amigos que me dicen que nosotros los cubanos no podemos asumir “las riendas de nuestras vidas”. Que en un sistema totalitario, por su misma esencia, “todo” está en sus manos, es decir, nuestra existencia se convierte en un “instrumento” sobre el que deciden a mansalva. Nadie puede decidir sobre su presente y mucho menos sobre su futuro. De un día para otro se abren o cierran posibilidades. Lo que fue ilegal y perseguido durante años, de un día para otro es “legalizado” e incluso se convierte en el centro de la gestión de la vida personal y nacional. Un solo ejemplo, la tenencia de los dólares. Pero hay otros muchos casos en que la voluntad de una persona o de un pequeño grupo cambia nuestras vidas: salir o no salir del país, mantener la ciudadanía o ser apátridas, la persecución o la admisión de las preferencias sexuales.
Es verdad que los sistemas totalitarios son, por naturaleza, autoritarios, manipuladores e irrespetuosos de la individualidad. En lugar de poner a la persona humana por encima de la política, la economía, la cultura, las relaciones internacionales, intentan por todos los medios hacer lo contrario. La famosa frase de “dentro” todo y “fuera” nada, es una fiel descripción de el fin que se busca.
Una vez dicho esto, quiero dar testimonio de que, aunque esta sea la esencia, la misión y el fin de este proyecto socio-político, la realidad cotidiana puede ser diferente. Todo depende de la fuerza de voluntad, la educación ética y cívica y el espíritu de sacrificio de las personas que deciden, por cuenta propia, tomar las riendas de su vida.
En efecto, conozco cubanos que pagando un gran costo vital han decidido ser libres a pesar de no tener libertades, ser responsables de sus vidas aunque no le permitan asumir otras responsabilidades políticas o económicas. Conozco personas que han decidido tomar el control de su alma, valdría decir, del santuario de su subjetividad, aunque ello le cueste grandes y diarios sacrificios y no poca angustia. Me refiero a ciudadanos comunes y corrientes que cansados de ser marionetas, incluso inconscientes, de las estructuras del poder, “luchan” pacífica y laboriosamente cada mañana por subsistir, por pensar con cabeza propia, por elegir sus prioridades, por escoger sus proyectos e intentar creer, actuar y existir lo más independientemente posible. Esos son los “anónimos” pero en su familia y en su barrio tienen nombres y apellidos y los controladores lo saben. Hay otros, menos en cantidad pero que, como decía Martí, llevan en sí el decoro de muchos hombres. Esos son héroes cotidianos, no necesitan premios ni noticias, su “premio” es ser ellos mismos y su “noticia” que es posible ser libre tras el control del totalitarismo. Esto es lo que san Juan Pablo II, por experiencia propia, llamó martirio civil, porque el cruento es más fácil de identificar.
Respetando todas las opiniones, estoy convencido de que aún bajo las más severas arbitrariedades, con la mayor indefensión del ciudadano cuando la ley se pone al servicio de la política, es posible tomar las riendas de la propia vida y, con ello, hacer posible en algún grado lo que para muchos parece imposible. Y para los que consideren que este estilo de vida y esta visión de la existencia es simplemente ingenua o quijotesca, les digo que es verdad y que para que el mundo sea mundo no puede haber sanchos sin quijotes, ni redentores sin crucificados, ni crucificados sin resucitados. La clave es que siempre y en toda circunstancia depende de cada uno de nosotros mismos escoger qué hacer con nuestra vida, nuestra única y apasionante existencia. Siempre recuerdo esa obra cumbre del sicólogo vienés Viktor Frankl “El hombre en busca de sentido” y su estimulante testimonio mientras vivió en un campo de concentración nazi: dejarse aplastar por la cruz impuesta o usarla como pedestal para levantarse unos centímetros sobre ella y servir de apoyo a los demás. Mientras haya más represión, esta será señal de que más cubanos han decidido tomar las riendas de su vida. Y en Cuba, aumenta.
Por eso doy fe de cubanos y cubanas que, estando clavados por las prohibiciones de todo tipo, traspasados por las lanzas de la descalificación mediática, desnudados con saña para exhibir al escarnio público su intimidad, bebiendo diariamente la hiel que desprende una esponja sostenida en la punta visible de una larga caña que intenta ocultar el rostro del que reprime, toman las riendas de lo que queda de su crucificada existencia para dejar a sus amigos al cuidado de su madre, para dejar a la madre cubana que pierde a su hijo otros muchos que le darán calor y hogar en sus casas. Aún más, conozco cubanos que sacando fuerzas de debilidad y saltando resilientemente sobre su propia naturaleza caída, perdonan de corazón al enemigo, intentan que se conviertan y vivan. Y así, con la fuerza del amor doliente e invencible, van redimiendo, desde lo pequeño, a la Nación que sufre y anhela su total liberación.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007 y A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.