La sistemática represión contra todos los sectores de la sociedad, y no solo contra la oposición tradicional, se hace vida cotidiana en Cuba y aumenta exponencialmente por razones obvias que surgen, sobre todo, de la situación interna. Sobreviene entonces la peligrosa tentación de que “aquí no podemos hacer nada o casi nada”. Aunque ese momento exacto no ha llegado quiero compartir estas convicciones. Esa percepción ha surgido de manera cíclica cada vez que la “olla coge presión”. Los que hemos vivido bastante recordamos las persecuciones por causa de la fe, por razones políticas y de preferencias sexuales, de las décadas de los 60´s y 70´s.
Parecía que la Iglesia desaparecería y que los llamados “gusanos”, “lacras” y “escorias”, que en realidad eran cubanos y cubanas con todos sus derechos, se extinguirían. No sucedió así y la sociedad civil creció y ganó espacios. Luego, en el “período especial” de los 90´s parecía como si la vida se paralizara. No sucedió así y la sociedad civil creció y ganó espacios. Más tarde, en la primera década del siglo XXI se esperaba que con la primavera negra de 2003 y la ola de encarcelamientos se “aplastaría definitivamente”, como se dijo, a los “grupúsculos”. No fue así y siguió creciendo la sociedad civil y ganando en visibilidad y espacios. Y así sucesivamente.
La vida nos ha demostrado que “nada ni nadie podrá impedir el triunfo de la verdad y a la justicia”. Un día vimos en la autopista de Pinar del Río a La Habana una valla que lo decía claramente. Después de divulgarla en aquella revista Vitral, el cartel desapareció junto con su armazón y su base de concreto. Pero aquella certeza que anunciaba aquella pancarta, perdura, es hoy más evidente y se ha extendido en la voz popular más que nunca. Es lo que nos manifiestan personas solidarias.
Hay momentos en la historia de los pueblos en que pareciera que “no podemos hacer”, en que “no nos dejan viajar”, ni dentro ni fuera del País. En que los espacios de acción y reunión son cerrados o confiscados. En que acosar y desestabilizar pareciera el “pan nuestro de cada día”. Entonces se fortalece una convicción que aprendí en mi familia y en mi Iglesia: En estas circunstancias de inmovilización lo más importante es ser y estar.
En efecto, cuando el hacer es disminuido por el hostigamiento y la fuerza incivil, el simplemente ser es lo más importante. Ser uno mismo. Ser como se piensa. Ser coherente con nuestras creencias y principios. Ser, en una palabra, fieles a uno mismo, a la Verdad, a la Justicia, a Dios. Ser fieles a lo que somos se transforma en la más efectiva y vehemente “acción” en medio del naufragio y la oscuridad. Lo que se aprieta y sigue siendo, se cohesiona y se fortalece.
Tengo también la convicción de que estar, es decir, permanecer, incluso sin hacer nada o casi nada, adquiere en medio de la nada, la categoría del testimonio martirial. No me refiero solo a permanecer en un lugar físico que, por otra parte, es una opción personal que no se puede exigir a nadie y es un derecho humano inalienable. Me refiero también al no ceder a la tentación del “insilio”, ese esconder el alma, ese escapar de uno mismo, eso que se llama alienación. Claro que no es igual al martirio cruento que ya hemos sufrido como pueblo, sino se trata de ese “estar” en medio de la “candela”, atado de pies y manos, creyendo, orando, resistiendo, esperando, ofreciendo, perdonando, amando. Tengo la más profunda certeza de que esa permanencia, aunque sea en medio de la más sofocante inactividad, es suficiente y eficaz acción liberadora. Liberación para el que se ofrece en el ara de la Patria y liberación para los que encienden y atizan la candela al encontrarse con la inconmovible realidad de que tienen que contar, sí o sí, con los “otros”. Eso libera y abre su mente y su actuar, y le da la oportunidad de volver a la realidad de que la diversidad y la discrepancia no se pueden eliminar.
El tiempo está a nuestro favor. Y los vientos que atraviesan a nuestros pueblos en todo el mundo hinchan las velas de la libertad, la verdad, la justicia y el amor. Yo he optado por la esperanza.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007 y A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.