Ha pasado mucho tiempo desde que fueron reportados los primeros casos de Coronavirus en Cuba. Han sido muchos los eventos acontecidos paralelamente a la situación sanitaria. Múltiples las estrategias trazadas, aunque los efectos aún no son los esperados. Este tiempo difícil para Cuba, y para el mundo (argumento que siempre sirve de consuelo al gobierno para hablar de crisis pandémica) ha venido también a demostrar la capacidad política de los gobernantes, el valor que cobran la gobernabilidad y la gobernanza, y la necesaria interrelación multidisciplinar no solo en tiempos de COVID-19, sino en todo momento de la vida de una nación.
La pandemia, ya lo hemos dicho muchas veces, ha venido a confirmar lo que ya había sido anunciado por académicos, sociedad civil y hasta por los propios dirigentes: el problema de Cuba es estructural, “el modelo no funciona ni para nosotros mismos”. Entonces ¿por qué habríamos de pensar que la gestión ante el virus tendría que ser exitosa? Con todo el empeño en silenciar desde una etiqueta en internet hasta una opinión pública, el propio gobierno deberá reconocer que la crisis sanitaria es real, y que se ve agudizada por el solapamiento de la crisis económica que vive Cuba durante varias décadas de monopolio en los servicios y hegemonía en el poder.
La pandemia ha servido como un mecanismo de apertura y cierre ante determinadas situaciones de presión social. Ha sido tan politizado el manejo que podría hablarse de gestión política a la par que de gestión sanitaria; y algunos consideran que la primera ha imperado sobre la segunda. Las medidas adoptadas difieren grandemente entre las diferentes provincias del país. Cuestiones como la movilidad ciudadana regulada por permisos, horarios laborales cambiantes de un mes a otro, trabajo por cuenta propia abierto y cerrado en reiteradas ocasiones, así como múltiples servicios vitales cerrados porque no son considerados urgencias o imprescindibles, han sumido a la población en una situación de desesperanza y decepción. Si alguna vez el ciudadano depositó la confianza en la fortaleza que tuvo en un tiempo la salud y la educación, hoy podrá decir que la pandemia ha demostrado que no éramos tan fuertes, que vulnerables son todos los países, mucho más los que han priorizado a lo largo de los años otras líneas como la construcción de hoteles y la preparación militar. Esa disposición combativa, hablando en términos del propio ejército, la han tenido nuestros médicos, todo el personal de la salud que siente y padece en carne propia el efecto de la emergencia, todo el personal de los servicios complementarios a la salud y del desempeño normal de un país crítico atravesando una nueva crisis de magnitud superior; pero la fórmula de hacer más con menos no funciona ni para quienes la propusieron por primera vez.
La pandemia ha devenido en un experimento social, según el criterio ciudadano que pesa siempre demasiado a la hora de medir el impacto social de un fenómeno. Ha sido un estirar la liga para ver hasta dónde puede llegar, con cerrazón, apagón, falta de medicinas y falta de alimentos. Es como el experimento en el laboratorio en el que ciertas condiciones se controlan para medir el efecto de aquellas que se varían. Algunos han visto toda esta situación como un medidor de la capacidad de resistencia del cubano, de la adaptación a la adversidad, de la superación de las crisis constantes, hasta un día. Y así pasó el 11J, que se mezcló el grito de libertad con el apagón, el colapso -negado reiteradamente- de hospitales e instituciones de atención sanitaria, y la ausencia de un plato de comida que llevar a la mesa, y la gente salió a las calles. Muchos de los participantes en las protestas populares aún permanecen detenidos y otros tantos en espera de juicio. Ellos han demostrado que la liga no da más, y que anda muy mal un país que no le teme al virus para lanzarse a las calles y reclamar libertad y cambio de sistema. Así, sin confusión ni financiamiento extranjero. Nadie tiene que ser pagado para decir la verdad.
Entonces ahí el virus, político, fue traído a colación para esgrimir que el primer delito puede ser la propagación de epidemia. Mismo delito que no es aplicado cuando han sido convocadas las caravanas, marchas, tánganas, regatas, actos de reafirmación revolucionaria a lo largo de toda la Isla. Es un problema de ambigüedad. Pareciera que el virus es “revolucionario”, y solo afecta a quienes deciden ejercer sus derechos a la libre expresión, y no a quienes responden con la fuerza del puño, el palo y la violencia del grito ensordecedor que no merece réplica. A un mes de los sucesos del 11J, y atravesando uno de los momentos más críticos de la pandemia de la COVID-19 en Cuba, deseamos que esta sea tratada con menos cariz político y, sobre todo, reiteramos que ningún cubano desea enfermarse. Menos marchas políticas y más corazón, pero grande para el amor, la tolerancia, la justicia, la paz y la libertad.
- Yoandy Izquierdo Toledo (Pinar del Río, 1987).
- Licenciado en Microbiología.
- Máster en Bioética por la Universidad Católica de Valencia y el Centro de Bioética Juan Pablo II.
- Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
- Miembro del Consejo de Redacción de la revista Convivencia.
- Responsable de Ediciones Convivencia.
- Reside en Pinar del Río.