¡Qué bueno que nos reconozcamos como personas compasivas! Sentir compasión nos es dado solo a los seres humanos, y es ella quien en muchas situaciones marca la diferencia y hace que unos parezcamos “más humanos” que otros.
Es más fácil sentir compasión cuando vemos a un anciano en dificultades, una persona enferma, o cualquier manifestación de dolor ajeno. Muy pocos dudamos a la hora de ayudar o apoyar a alguien. De una manera u otra tratamos de hacer algo. Hay muchas personas caritativas en el mundo.
Pero hay una compasión que es más difícil de mostrar y es aquella que manifiesta alguien que ejerce cierta autoridad sobre otros, por ejemplo, un director a la hora de tomar medidas para corregir una equivocación de su equipo de trabajo, o un profesor para exigir disciplina, un padre o un amigo que te corrige y hasta un jefe de una unidad militar que debe cumplir y hacer cumplir órdenes. Todos no lo hacen igual, porque existen unas personas con mayores grados de humanidad que otras. Por eso vemos en diversas circunstancias impiedad por parte de unos y conmiseración por parte de otros. Lo mejor es que se puede escoger qué actitud asumir.
Ser compasivos no significa sentir lástima. Compadecer es padecer con el otro, comprender cada circunstancia y tomar decisiones o asumir actitudes que realmente no aplasten a otra persona, no la humillen o no hieran su dignidad. Actitudes que no nos hacen débiles, sino que fortalecen nuestra humanidad. Probemos a hacerlo hoy mismo.
Livia Gálvez Chiú (Pinar del Río, 1971).
Licenciada en Contabilidad y Finanzas.
Miembro del Consejo de Redacción de Convivencia.
Reside en Pinar del Río.
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