ANTE LA PANDEMIA: LIBERTAD Y RESPONSABILIDAD

Lunes de Dagoberto

Ante una crisis-sobre-crisis que estamos viviendo ahora mismo en Cuba, vuelve a hacerse patente algo que subyace, crece, regresa ante cada desafío: la falta de educación ética y cívica y los síntomas de un daño antropológico causado por un Estado paternalista que ha estructurado el control total sobre los ciudadanos.

En efecto, ahora se trata de la pandemia del coronavirus que exige de todos, ciudadanos, sociedad civil y Estado, lo mejor de nosotros mismos. Pero esto es una historia vieja, una crisis que se suma a las carencias crónicas que venimos padeciendo por más de medio siglo. ¿Cómo podemos sanar ese daño interno y enmendar ese analfabetismo ético y cívico en unas semanas de pandemia?

Ojalá que este sea el catalizador, el punto de inflexión, la crisis de maduración, que nos despierte de ese letargo, que saque de nosotros lo mejor que tenemos, que eduque nuestras conciencias para vivir la soberanía ciudadana y la responsabilidad social que toda nación necesita, aún más en tiempos de pandemia.

Diversas lecturas de la pandemia

Algunos de nuestros compatriotas que tienen formación bíblica comparan estos tiempos a los del diluvio universal, símbolo de reordenamiento de la convivencia humana y del equilibrio de la naturaleza (Génesis 7-9), fijémonos que siempre después de un diluvio arrasador existe un “arca de Noé”, una paloma con un ramo verde de esperanza y un arcoíris símbolo de la alianza de vida entre el Creador y su creación.

Otros comparan la situación que venimos sufriendo hace años con las siete plagas de Egipto (Éxodo 7-12), sin embargo, ninguno de esos momentos críticos eran ni castigos de Dios, ni la negación de su cuidado sobre nosotros. Ambos símbolos bíblicos, hoy usados por milenaristas y falsos profetas, son crisis de crecimiento, son muerte y resurrección, son corrección de nuestros fallos y recomienzo de una vida nueva. Noé y su arca pueden representar la responsabilidad social de los que en lugar de salvarse solos, construyen para salvar a otros y a la naturaleza. Las plagas de Egipto precipitaron la liberación del pueblo de Israel, esclavo del Faraón.

He aquí lo que pudieran ser las dos raíces, columnas o fundamentos, para poder hacer una lectura positiva de todo lo que estamos sufriendo: Libertad y responsabilidad. He aquí la columna vertebral de la naturaleza humana. El Creador nos ha dotado de su misma condición: Todos los seres humanos somos libres y responsables, las dos caras de una misma dignidad creada a “Imagen y semejanza de Dios”. Y esto no es solo una reflexión para los creyentes o los que practicamos una religión. Esto tiene también una lectura ética y cívica que nos puede servir a todos: Si todos los seres humanos estamos dotados de la misma libertad y responsabilidad de un Ser Trascendente, esto debería significar que ningún ser humano está sobre otro, que nadie es mejor que nadie, que nadie puede confiscar o reprimir la libertad de un semejante y que todos, sin distinción de raza, sexo, opción política o religiosa, todos somos responsables los unos de los otros.

La responsabilidad ciudadana brota del buen uso de la libertad que tenemos inscrita en nuestra naturaleza y que nadie nos puede quitar ni conceder, ni coartar. Pero esa libertad no significa libertinaje para actuar sin ética y sin respeto a los demás que gozan de la misma cuota de libertad. La libertad está bien usada cuando no daña a los demás ni a mí mismo. La libertad tiene un límite que es el espacio que tienen los otros para ejercer todas sus libertades.

Ni el ciudadano ni el Estado pueden desordenar estas reglas básicas de convivencia, de lo contrario, se va desintegrando el tejido social, unos se colocan por encima de otros, unos huyen y escapan del dominio de otros, nadie entiende el lenguaje de la decadente propaganda y comienzan a violarse las libertades de los demás, y estos con razón, creen en el derecho de defender la suya, entonces la convivencia humana se convierte en una Torre de Babel, el desorden, la indisciplina, en la polarización y la lucha de clases entre seres humanos que tenemos una única clase: la de ser hermanos. En esa situación de crisis-sobre-crisis nos parece que cada cual habla en otro idioma y nos preguntamos: ¿por qué la gente no entiende? ¿Por qué cada cual hace lo que le da la gana ante una pandemia mortal? ¿Por qué en una sociedad que se considera en una etapa superior salen a flote las mismas miserias humanas y el mismo individualismo de las demás sociedades?

Otra lectura: ¿Represión o educación y cambio?

Una respuesta más allá de las medidas que con toda razón hay que tomar y acatar para salvar vidas, una lectura que vaya más allá de la “represión”, como expresó el Presidente cubano la semana pasada, pudiera ser, creo yo, bajar a las raíces del problema, pasar de la política a la antropología, del ruido social al silencio del alma de los cubanos… y allí encontraremos las causas profundas de lo que estamos viviendo ahora, cuando todo se agudiza por una pandemia “venida desde lejos”.

En el hondón del alma de la nación, los cubanos podemos encontrar esas dos carencias: el analfabetismo ético y cívico, por el cual desconocemos los valores humanos, las virtudes cívicas, las normas del buen vivir, las reglas del convivir. No es que los cubanos seamos más “malos” que los demás. Se trata de que durante más de medio siglo, el adoctrinamiento político desterró los principios morales considerados “burgueses”, durante 60 años la propaganda sustituyó a la información que forma ciudadanos en la pluralidad de pensamiento. Se trata de que el “mando único” en el pensar bloqueó el ejercicio del discernimiento personal y por tanto de las opciones que surgieran de ese discernimiento como decisiones libres y responsables.

Durante 60 años otros decidieron por nosotros, otros pensaron por nosotros, el paternalismo totalitario intentó controlar toda nuestra vida. Así se creó la “cultura del pichón” en la que no se enseñó a volar con alas propias a los cubanos sino a que un Estado providente como Dios, le traería todo al nido invalidando el ser y el quehacer de los “pichones”. Ni se dio pescado, ni se enseñó a pescar. Y eso ha provocado la segunda causa profunda de la actual indefensión de los cubanos: causó un daño antropológico que consiste en:

El daño antropológico en Cuba a causa del totalitarismo es el debilitamiento, la lesión o el quebranto, de lo esencial de la persona humana, de su estructura interna y de sus dimensiones cognitiva, emocional, volitiva, ética, social y espiritual, todas o en parte, según sea el grado del trastorno causado. El mismo ha surgido y se ha instaurado como consecuencia de vivir largos años bajo un régimen en el que el Estado, y más en concreto, un Partido único, pretende encarnar al pueblo, orientar unívocamente toda institucionalidad, interpretar el sentido de la historia y mantener el control total sobre la sociedad y el ciudadano. De esta forma subvierte la vida en la verdad, menoscaba su libertad, y vulnera los derechos y deberes cívicos, políticos, económicos, culturales y religiosos de las personas, lo que hiere profundamente su dignidad intrínseca, al mismo tiempo que provoca una adaptación pasiva del ciudadano al medio y una anomia social persistente.”[1]

Esto es lo que el psicólogo social Pichon-Rivière llama “adaptación pasiva” al medio en que se vive a “toda conducta ‘desviada’ (que) es la resultante de una lectura distorsionada o empobrecida de la realidad. Es decir, la enfermedad implica una perturbación del proceso de aprendizaje de la realidad, un déficit en el circuito de comunicación, procesos estos (aprendizaje y comunicación) que se realimentan mutuamente”[2] No se trata de aguantar y acodarse a las circunstancias. Se trata de aprender de la realidad y transformarla.

Propuestas de soluciones ante la crisis

No debemos quedarnos en la queja inútil y estéril. Precisamente, esa libertad y responsabilidad que debemos ejercer todos los cubanos nos convoca a pasar del análisis de la realidad a la propuesta. Esta pandemia pudiera ser la encrucijada para tomar algunas decisiones que conduzcan a la nación cubana a mayores grados de libertad y de responsabilidad, “cara y cruz” de la dignidad humana. No solo en Cuba, esta puede ser una oportunidad para acelerar y profundizar en el cambio de época hacia mayores grados de humanización. Sabemos que hay muchos países con muchos problemas, pero nosotros tenemos la responsabilidad de comprometernos con los nuestros y ayudar a los demás, pero no usar los problemas de los demás para justificar los que son nuestros.

La primera propuesta trata precisamente de recuperarnos de ese daño antropológico accediendo a una mayor calidad de nuestra salud psico-social, el mismo autor nos describe esa sanación como “el proceso en el cual se realiza un aprendizaje de la realidad a través del enfrentamiento, manejo y solución integradora de los conflictos. La adaptación activa a la realidad, que implica la transformación constructiva del medio y la modificación del propio sujeto es, entonces, el criterio básico de salud.”[3] (N.b.: no debe entenderse que el ideal es “adaptarse”, cuando el mismo es el acompañante obligado de toda conducta acomodaticia, conservadora, fundamentalista).

En resumen; la tan demandada transformación constructiva del medio en la sociedad en que vivimos, no seguir en lo mismo. No se puede mejorar solo con la continuidad se necesita renovación, cambio, cosas nuevas y mejores. Acompañado de la modificación del ciudadano, sin imposiciones, ejerciendo su propia libertad y responsabilidad.

Una segunda propuesta es instaurar un programa sistemático de educación ética y cívica plural, no ideologizada, incluyente y humanista. La educación puede más que la represión. La ética puede más que la fuerza. El civismo puede más que la ley.

José Martí, el Apóstol de la Independencia de Cuba, diseña premonitoriamente el proceso para sanar el daño antropológico que en su tiempo era causado por el colonialismo y la guerra, pero que ahora mantiene toda su vigencia referido al que se ha causado por 60 años de totalitarismo:

“Hay que deshelar, con el calor de amor, montañas de hombres; hay que detener, con súbito erguimiento, colosales codicias; hay que extirpar, con mano inquebrantable, corruptas raíces…”[4] ahora se necesitan más que nunca templos de amor y humanidad que desaten todo lo que hay en el hombre de generoso y sujeten todo lo que hay en él, de crudo y vil.” [5]

He aquí los dos remedios que, como dos pilares de la República, uno de los fundadores de la nación cubana avistó para Cuba: amor y humanidad.

El Padre Félix Varela, “el que nos enseñó a pensar primero”, el padre de nuestra cultura y nacionalidad, había adelantado otros tres pilares que, unidos a los señalados por Martí, dan cimiento y sostén a la reconstrucción del edificio futuro de la nación cubana:

“Así pensaba yo, mi caro Elpidio… sobre la historia lamentable de los errores humanos… de los sufrimientos de la virtud siempre perseguida, y de los triunfos del vicio, siempre entronizado… el orbe nos presenta un inmenso campo de horror y de exterminio… Mas, entre tantas ruinas espantosas, se descubren varios puntos brillantísimos, que jamás oscurecieron las sombras de la muerte…: los sepulcros de los justos,… sus almas puras, que volaron al centro de la verdad; cuyo amor fue su norma y por cuyo influjo vivieron siempre unidos y tranquilos. Sobre las losas que cubren estos sagrarios de la virtud, resuelven sus imitadores el gran problema de la felicidad y arrojan miradas de compasión sobre los que…  corren tras sombras falaces, y, burlados, se dividen; divididos, se odian, y odiados, se destruyen.”[6]

Verdad, amor y virtud son las tres piedras angulares que siembra el santo sacerdote y profeta de nuestra liberación en los cimientos más antiguos y profundos de Cuba. Y si esos son los cimientos, tengo la convicción de que los cubanos podremos edificar una nueva sociedad si somos fieles a esos fundamentos.

Hagámoslo… y la cruz de la pandemia se convertirá en resurrección de Cuba a una vida nueva. Nueva de verdad.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere. 

[1] Valdés D. (2019). “El daño antropológico causado por el totalitarismo en Cuba”. Tesis de Maestría en la Universidad Francisco de Vitoria. p. 103.

[2] Pichon-Rivière, E. (1981) “El proceso grupal. Del psicoanálisis a la psicología social (I)”, Ediciones Nueva Visión, Buenos Aires, 1981, 6° edición. p. 21, 174. Citado por Pablo Cazau en Diccionario de Psicología Social.

[3] Ídem. p. 121.

[4] Martí, J. (1881) Discurso pronunciado en el Club del Comercio, en Caracas. Venezuela. 1881, marzo 21. O. Completas. Centro de Estudios Martianos. Karisma Digital. La Habana, 7 de noviembre del 2001. Tomo 7. p. 285.

[5] Martí, J. (1884) La Nación. New York. 1884, septiembre 5. O. Completas. Centro de Estudios Martianos. Karisma Digital. La Habana, 7 de noviembre del 2001. Tomo 10. p. 80. Varela, F. (1835) “Cartas a Elpidio”. Tomo I Sobre la Impiedad. Carta primera: “La impiedad es causa del descontento individual y social”. 1ª Edición: Imprenta de D. Guillermo Newell. Nueva York. 1835. Segunda edición: Biblioteca de Autores Cubanos de la Universidad de La Habana. 1944. p. 5.

[6] Varela, F. (1835) “Cartas a Elpidio”. Tomo I Sobre la Impiedad. Carta primera: “La impiedad es causa del descontento individual y social”. 1ª Edición: Imprenta de D. Guillermo Newell. Nueva York. 1835. Segunda edición: Biblioteca de Autores Cubanos de la Universidad de La Habana. 1944. p. 5.

 

 


  • Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
    Ingeniero agrónomo.
  • Máster en Ciencias Sociales por la Universidad Francisco de Vitoria, Madrid, España.
  • Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
  • Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
    Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
    Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
    Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
    Reside en Pinar del Río.

 

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