LA CORRUPCIÓN: ENFERMEDAD DEL ALMA

Lunes de Dagoberto

La última reunión del Consejo de Ministros de Cuba trató entre otros temas el de la corrupción. El presidente Díaz-Canel expresó que “el enemigo principal de la Revolución es, precisamente, la corrupción. No podemos convivir con ese fenómeno, porque es expresión de deterioro de valores, de tolerancia e impunidad.” La Contralora General de la República expresó que el origen de la corrupción “radica en las fallas de las conductas de las personas y en las fisuras de los sistemas de control.” (Ambas citas de Granma 31 de mayo 2018, p. 6).

Este fenómeno no es nuevo en el mundo, tampoco en Cuba bajo un sistema que pretendía erradicar esos fenómenos que según su discurso pertenecían al “hombre viejo” fruto del capitalismo. Recuerdo que ya en un editorial de la revista Vitral, hace más de una década, se trataba el tema. (cf. Vitral No. 59, enero-febrero 2004). En ese número de hace casi quince años, decíamos:

“Desde 1998, en su inolvidable visita a Cuba, el Papa advertía a la Iglesia sobre su deber de asumir posiciones proféticas ante esta falla personal y social. Todos los ciudadanos, sin embargo, tienen este mismo deber, pues todos somos de alguna manera responsables de que la corrupción nazca y crezca. Lo primero es identificarla. Es decir, ponernos de acuerdo sobre qué es la corrupción. Algunos aseguran que la corrupción es el mal de la libertad. Es decir, surge precisamente porque se liberan los controles autoritarios y las personas e instituciones no saben, no han aprendido a usar la libertad.”

Aprender a usar la libertad solo puede darse cuando somos libres y tenemos libertades. Por eso la corrupción es directamente proporcional a la falta de libertad. La corrupción existe en cualquier tipo de sistemas políticos y económicos pero se incuba, con mayor facilidad y mejores condiciones, en países de regímenes autoritarios o totalitarios, así como en proyectos y familias donde falta la libertad, los órganos de  justicia no son independientes o las instituciones son débiles o manipuladas por la política, los intereses económicos o la ideología.

En cuanto a las causas y remedios para la corrupción, mantiene toda su vigencia el citado editorial de Vitral en su número 59 de 2004. Por esa actualidad mantenida me permito citarlo in extenso:

“Cerrarle el paso a la corrupción es tarea de años. Se necesita paciencia histórica y perseverancia incansable. No basta, ya lo hemos dicho, con controles que puedan coartar la necesaria libertad y el derecho de las personas y los pueblos. Las auditorías, las inspecciones y los tribunales pueden servir, y de hecho sirven, para prevenir, para atajar o para castigar a los responsables corruptos, pero no curan la corrupción. Si aceptamos que la raíz de la corrupción es la formación de valores y principios morales (como ha reconocido el nuevo presidente de Cuba) que capacitan a las personas para rechazar por sí mismas las tentaciones de prevaricación, entonces comprenderemos que otro de los ámbitos que deben prevenir la corrupción es un sistema de educación que priorice la formación ética y cívica de los estudiantes, no sólo con asignaturas que estuvieron y están alejadas de los programas escolares, si no por la actitud de los profesores y directores, por el tipo de relaciones entre maestros y estudiantes, por el ambiente en los internados y albergues y el estado de estos ambientes. Todos tenemos suficientes elementos para considerar la desintegración moral y la relajada concepción humanista de estos ambientes. Es increíble que en el sistema de educación de un país no exista la materia de Ética, y que durante varias décadas estos asuntos fueran considerados como rezagos pequeño-burgueses. Sin contar que la religión y las creencias no sólo fueron abolidas de las opciones de los padres para la formación escolar de sus hijos, sino que fueron y son consideradas como «problemas» en la educación de las jóvenes generaciones. La Iglesia y las demás organizaciones autónomas de la sociedad civil, son y deben ser también espacios donde se debe formar para la eticidad y la honestidad pública tanto de los ciudadanos, como de los empresarios y funcionarios del Estado. Formar para la probidad cívica, para la transparencia como valor en las gestiones de las empresas públicas y particulares, formar para no dejarse sobornar por un artículo electrodoméstico o por una «comisión de venta», educar para no dejarse vencer por la tentación de un privilegio o el acceso a un puesto administrativo, para no dejarse comprar por prebendas o tráfico de influencias, es un reto y un deber de toda la sociedad civil. Ella debe educar para la honradez y controlar la transparencia de los presupuestos y las gestiones. Este no sólo es un incalculable servicio cívico sino un indeclinable deber moral.”

“Si en una sociedad, u organización cualquiera, nos encontramos un ambiente de simulación, un clima de doble moral, unas personas que no dicen lo que piensan, ni actúan como sienten; si en una sociedad o empresa cualquiera vivimos en la dinámica constante de la mentira, de la ocultación pervertida de la verdad por proteger intereses y poder, estamos en presencia de una sociedad o institución que resbala peligrosamente hacia mayores grados de corrupción. Esto está demostrado por la experiencia histórica de muchos países.”

“Educarnos y educar para vivir en la verdad, educarnos y educar para poder vivir en la honestidad, educarnos y educar para poder vivir y trabajar con transparencia es el gran desafío para garantizar que en el futuro de Cuba no tengamos que lamentar la corrupción, achacándole a la libertad y a la democracia lo que es fruto y consecuencia de décadas y siglos de simulación y de materialismos de todo tipo. En fin, décadas de abandono del cultivo de la espiritualidad de la gente y de la abolición del derecho público de la religión, en aras de una esperada sociedad distinta, han venido a desembocar en una sociedad que enfrenta hoy, luego de la larga espera de un paraíso que no llegó nunca, las mismas lacras y otras manifestaciones de corrupción que desde el principio combatió.”

“¿Qué ha fallado? La concepción del hombre, de la persona humana, que había en la raíz del proyecto que puso en el materialismo dialéctico y en el «desarrollo» económico de las fuerzas productivas los dos ejes fundamentales del avance de la sociedad. Mientras abandonaba, en la cuneta de la historia y de la sociedad, aquella dimensión subjetiva, espiritual, inmarcesible, inseparable de toda persona humana: su alma.”

“He aquí, en nuestra opinión, el origen y la fuente de toda corrupción y de todo mal. Apresurémonos en redimir la subjetividad de las personas, es decir, rescatar y curar su alma dañada por el materialismo y por el ateísmo filosófico o práctico. Curar con eticidad y espiritualidad. Curar y cultivar el alma de las personas con la verdad, la bondad y la belleza; y curar el alma de un pueblo que, por su tradición y por sus talentos, por su talante y por su historia, merece tener un espíritu sano y robustecido por valores trascendentes.” (Vitral no. 59)

Hago otra vez mío este editorial que escribí hace una década y media. Su asombrosa vigencia se convierte hoy en un grito profético acerca de esa manifestación del daño antropológico causado por el totalitarismo, y es una alarma reiterativa para salvar nuestro presente y porvenir.

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.   

 


Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.

 

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