Todo ser humano aspira a ser feliz. Eso es un anhelo intrínseco de la naturaleza humana. Es lo que motiva a crecer y desarrollarse como persona desde el principio de los tiempos. Es la aspiración suprema en esta tierra.
Sin embargo, en ocasiones, hay formas de organizar la sociedad que se basan en otros valores contrarios o lesivos a la felicidad.
En Cuba, se repite mucho como “logros” la salud, la instrucción, la alimentación, el deporte… Ya hoy también muy deteriorados. Pero el costo de esos mínimos servicios restringe la libertad personal y las libertades cívicas y políticas, económicas, sociales y culturales.
De nada sirven esas dádivas materiales, ni estas libertades y derechos, si no ayudan a cada persona a buscar su felicidad y la de su familia y semejantes. No se trata de un concepto idílico y utópico de la felicidad. Todos sabemos que esa felicidad no existe en ningún lugar de este mundo. Escucho con frecuencia: lo que quiero es salud y tranquilidad para poder vivir. Esa es una aspiración manca. Algunos animales tienen salud y tranquilidad, están “vivos y sueltos” y no podemos rebajar nuestra condición humana a la vida vegetal o animal.
La felicidad se busca desde el trabajo y el sacrificio pero estos adquieren sentido en cuanto son el pago por alcanzar la mayor cuota de felicidad possible. Y esa si debe ser una principal aspiración de todo ser humano. Alcanzar la felicidad en el desarrollo de nuestras virtudes, capacidades y talentos. Buscar la felicidad en la entrega a nuestra familia, a un proyecto que respite la dignidad de la persona humana, a un porvenir libre, próspero y feliz.
La tranquilidad de una vida sin sentido, la “paz de los sepulcros” en que una pesada losa aplasta las justas aspiraciones de todo ser humano, no es ni debe ser la aspiración de la persona humana. No nos acostumbremos a la calamidad.
A lo largo de los siglos y milenios la humanidad avanza hacia una mejor comprensión de esta aspiración. Los fundadores de Cuba, Varela, Martí y todos aquellos patricios del siglo XIX, se inspiraron en esta visión de la dignidad y la felicidad de todo ser humano. La Declaración Universal de los Derechos Humanos lo consagra para siempre. También la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, cuyo borrador redactó Thomas Jefferson, cuyo Manual Parlamentario tradujo y comentó para América Latina nuestro Félix Varela, dice textualmente:
“Sostenemos como evidentes estas verdades: que los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.”
Que este alta conciencia alcanzada por la humanidad y aún no realizada plenamente en ningún lugar de este mundo, sea la que nos anime siempre a trabajar por avanzar, como decía el Papa Pablo VI, “de condiciones menos humanas a condiciones más humanas.”
Cuba también lo necesita.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.