Esta frase de Maxwell siempre me ha llamado la atención porque describe los vaivenes de la masa sin criterio y, aunque él no era cubano, perfila magistralmente las veleidades de personas sin criterios de juicio y con una terca vocación para el desánimo y para el arribismo camaleónico.
Dice así:
“Cuando quieras emprender algo, habrá mucha gente que te dirá que no lo hagas;
cuando vean que no te pueden detener, te dirán cómo lo tienes que hacer;
cuando, finalmente, vean que lo has logrado, dirán que “siempre” confiaron en ti.”
La descripción retrata la misión de “personas-alfiler” que parece que han nacido para desinflar las iniciativas, nos recuerda, con frecuencia, que los que se adelantan a su tiempo no hubieran hecho nada si se hubieran dejado apagar por el “qué dirán” de los “individuos-inercia”. El mundo viviría aún en la caverna. Cuba no está exenta de esta rémora social, unos por propio talente, otros, por ser enviados a repetir lo único que saben hacer bien: frenar.
Luego viene la primera mutación cuando, dando vuelta a la veleta y viendo que “la cosa” marcha, nos volvemos “personas-directivas” e irrespetuosas de la libertad de los demás, del estilo de cada uno, de la inherente pluralidad de opciones, formas de hacer, de pensar, de sentir y de creer. Los cubanos no sugerimos, decretamos cómo hacerlo; no acompañamos sino conducimos; no aconsejamos sino pontificamos “cómo se ha hecho eso toda la vida”. El giro de nuestra versatilidad mutante nos convierte en rectores y “todólogos” de la vida de los demás… y si no se hace como nosotros decimos, eso seguramente saldrá mal. Lo que nos sale bien, muy bien es: juzgar.
Pero, si por ventura, el proyecto, la propuesta, la visión, se realizó y resultó exitosa y perseverante… entonces dando otro giro de veleta, como si nada hubiéramos dicho antes sobre esa misma iniciativa, le aseguramos a los animadores del proyecto, sin el menor “pudor ético”, que “eso mismo” es lo que a ellos se les había ocurrido, que ellos sabían perfectamente que iba a salir bien y que siempre confiaron en los talentos del emprendedor, en su capacidad para hacerlo como lo hizo y en la virtud de su perseverancia. Estos “cambia-colores”, como les llamó el Padre Félix Varela en El Habanero, terminan con otra de las cosas que saben hacer bien: una imparable ovación vacía.
No vale la pena reaccionar a estos bandazos de la falta de criterio y de discernimiento ético. Esconden, en el fondo, una triste manquedad de espíritu, una discapacidad para animar proyectos y una fuerte manía para frenar y juzgar a destiempo. Caer enredados en las veletas del ambiente o en las “sillas del camino” solo retardará el proceso, distraerá las fuerzas y nos masificará en una vida sin fermento, sin fecundidad y sin sentido.
Cuba, es decir, nosotros los cubanos, necesitamos aprender a pensar con cabeza propia, a superar los complejos de subalternidad, a abandonar la pueril manía de los cangrejos en el cubo, tirando hacia abajo a los que tienen el talento, el valor y la perseverancia de crecer y subir, para servir, para liberar, para tirar la mano al que se cansa y dar aliento al que desespera. Debemos convertirnos de “apaga-fuegos” a encendedores de luz, a promotores de proyectos de vida, a reconocer las virtudes, los proyectos y los triunfos de los demás con alegría, que es el mejor antídoto de la envidia de las personas con esas miserias humanas.
Al final, estas actitudes de veleta y oportunismo arribista no son más que un grave analfabetismo cívico y una más grave anemia ética. Una propuesta podría ser una sistemática y plural educación ética y cívica que restañe las profundas heridas del daño antropológico que produce todo paternalismo, familiar, eclesial o de Estado, y que acuña el modelo totalitario que intenta controlar, dirigir y ponerle freno a nuestras vidas.
A pesar de todo lo anterior, yo soy de los que, como Jesús, como Varela y como Martí: “Tengo fe en el mejoramiento humano, en la vida futura, en la utilidad de la virtud, y en ti.”
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.