La Iglesia en Cuba decidió dedicar, cada año, el domingo del Bautismo de Jesús, que celebramos ayer, a todos los laicos cristianos. Vale decir, a todos los que hemos sido bautizados y tenemos la vocación de vivir los valores y virtudes del Mensaje de Cristo en las diferentes profesiones, oficios y ambientes de la sociedad. Los fieles laicos somos el sector más numeroso de la Iglesia que también está formada por religiosos consagrados a vivir un carisma específico (monjas, frailes, hermanos y hermanas) y por los pastores (diáconos, presbíteros y obispos).
Deseo compartir hoy con nuestros lectores algunos rasgos que, en mi opinión, deben componer el perfil de un laico comprometido con la fe que profesa en la Cuba de hoy, naturalmente, tratando de seguir las enseñanzas del Evangelio de Jesús:
El perfil del laico que Cuba y su Iglesia necesitan, hoy y mañana.[1]
Cuba, la que peregrina en la Isla y en la Diáspora, necesita un laico cristiano con estos rasgos fundamentales:
- Encarnado: Para transformar esa cultura de la huida, del éxodo masivo, de la “fuga mundi”, de la alienación, Cuba necesita un laico encarnado. Vale decir, implicado en el mundo en que vive. Insertado en la sociedad en la que convive, y dentro de ella en la familia y la Iglesia de las que forma parte. Un laico encarnado es una persona: bien informada, profundamente arraigada y valientemente comprometida, que “pasa haciendo el bien”, sirviendo “como uno de tantos”, pero “como si viera al Invisible” y “ya viviera en la civilización del amor que todavía contribuye a edificar”.
- Profético: Para transformar “los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento…” Cuba necesita laicos proféticos. Que anuncien el Reino y denuncien la injusticia y las estructuras inciviles. Un laico profético tiene mirada alta, vista larga, vive oteando el horizonte, anuncia lo nuevo y denuncia lo caduco o decadente. Debe ser, sobre todo, una persona propositiva. Es un profeta de la consolación y la esperanza que se afinca en un realismo trascendente y en una visión que penetra la desolación superficial. Que genera pensamiento y proyectos para Cuba. Que genera opinión pública, que sepa usar para el Evangelio los Medios de Comunicación Social (MCS) y las Nuevas Tecnologías de la Información y las Comunicaciones (TICs). Que esté dispuesto al martirio, civil o cruento, por ser coherente con lo que anuncia y propone.
- Místico: Para transformar “las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad”. Cuba necesita un seglar con una mística interior. Todo laico encarnado tiene que ser un místico en el sentido pleno de esta categoría del alma. Es decir, aquel que vive de una “fuerza interior” que lo mueve y empuja en el “Camino”. Comúnmente se identifica a un laico que vive la mística cristiana cuando se dice de él: qué espíritu tiene, qué buen animador es, qué ganas le pone a lo que hace, qué fuerza interior lo sostiene en la adversidad, qué coherencia interior expresa, que carisma tiene, cómo le siguen algunos voluntariamente… Esa vida interior, esa oración sobre y desde el mundo, cumple con su vocación y oficio sacerdotal. Es un pontífice, es decir, un hacedor de puentes entre los diferentes proyectos de la sociedad civil y entre los hombres y Dios. Esa piedad laical (digámoslo sin complejos) tiene, por lo menos, tres aspas que mueven los soplos del Espíritu por donde quiera: la contemplación del Transcendente, la ofrenda de su vida y obras, y la intercesión por su pueblo.
- Servicial: Para “convertir, al mismo tiempo, la conciencia personal y colectiva, la actividad en la que están comprometidos, su vida y ambiente concretos”, Cuba necesita laicos serviciales. No caudillos, ni nuevos mesías, ni cacique con pocos indios. Hombres y mujeres que sean capaces de una entrega generosa y constante a Cuba y a su Iglesia. Un hombre público, quiero decir, una persona al servicio de la sociedad. Este servicio debe mirar con especial compasión, misericordia, a los más pobres, vulnerables, necesitados. Lo sabemos hacer mejor cuando se trata de las obras de misericordia corporales, pero poco se escucha de apoyo a obras de caridad educacional, de empoderamiento de la sociedad civil y menos cuando estas no forman parte de una opción política determinada. Debemos recordar, como dijo un Papa, que “la política es una forma eminente de la caridad”.
- Dialogante: Para transformar la cultura de la confrontación y la lucha de clases que ha sido entronizada durante medio siglo, se requiere de laicos entrenados en el diálogo y la negociación que no caigan en la tentación de la violencia verbal, conceptual o física. Ser un laico dialogante no quiere decir complaciente, ni acomodaticio. Es respetar al otro, es ser tolerante, buscar el diálogo como actitud en la vida, como método de trabajo y como lenguaje en las relaciones humanas. Un laico cristiano es un negociador ético y responsable, firme y flexible.
- Incluyente, que une en la diversidad: Para transformar la cultura de la división, la uniformidad y la exclusión, Cuba y su Iglesia necesitan laicos educados para ser promotores de la inclusión que es la base de la democracia y de un Estado de Derecho. Un laico cristiano es, por antonomasia, un constructor de una República “con todos y para el bien de todos”. Es un cohesionador de la sociedad civil, un creador de espacios de confluencias y construcción de consensos. Un laico cristiano es un albañil que construye, bloque a bloque, paso a paso, la unidad en la diversidad, porque no existe otra unidad verdadera y humanista que no sea tejiendo los multicolores hilos de la pluralidad social. Es, como decía el Papa Francisco en Cuba a los jóvenes alguien que no participa ni promueve “capillismos religiosos ni ideológicos”.
- Perdonador y reconciliador: Para transformar la cultura del odio, la venganza y el ojo por ojo, la cultura de la trinchera interpersonal y la “guerrilla” intergrupal, Cuba y su Iglesia necesitan laicos que aprendamos a perdonar de verdad, no de palabras, sino de obras, a perdonar setenta veces siete, a perdonar no solo los pequeños errores de las relaciones interpersonales y familiares, sino y sobre todo, los gravísimos errores políticos, económicos y sociales. Cuba necesita laicos que abran, y transiten en primera fila, el camino de una reconciliación nacional que pase por las estaciones de la memoria, la justicia, el perdón y la magnanimidad. Sin laicos reconciliados y reconciliadores no habrá República nueva, ni esperanza en el futuro de Cuba, ni amor posible, ni nación próspera.
- Sembrador de esperanza madura: Para transformar la cultura de la frustración, el desánimo y la huida imparable de la Isla, Cuba y su Iglesia necesitan de laicos cristianos que sean sembradores coherentes de la verdadera esperanza. No de la ilusión vana, ni del optimismo utópico, ni de los espejismos infantiles. Eso no es esperanza y los laicos debemos denunciarlos. Pero al mismo tiempo, debemos vivir como aquellos que “han visto al Invisible”, que equivale a decir: debemos ser laicos con raíz penetrante y encarnada en la realidad, con “alma curada de espanto” como decía el Padre Varela, con vista larga y profética, con un proyecto de vida afincado en el presente y arraigado en la Isla. Un laico sembrador de esperanza madura es aquel que no se deja arrastrar por el ambiente de la postración del “siempre ha sido así”, ni en la anemia del “eso nunca pasará”, ni en la paraplejia de “eso es imposible”.
- Con un amor adulto y fiel a la Iglesia: Para transformar la cultura de capillismos infantiloides y de la especie de funcionariado eclesial, esa transmutación de los estilos y métodos de los gobiernos y las políticas al interior de la vida eclesial, Cuba y su Iglesia necesitan laicos cristianos que sean capaces de un amor adulto, corresponsable, profético y fiel al interior de la Iglesia que somos nosotros mismos en comunión con los pastores. El amor a su Iglesia es la garantía de su vocación y misión en el mundo, un amor consciente, que ejerce el criterio y el discernimiento al interior, que se traduce en la discreción del hijo ante las enfermedades de la madre, en la paciencia del hijo ante los resbalones de la madre, en el silencio del hijo ante los maltratos de la madre, pero sobre todo, en la ternura del hijo que acaricia las arrugas de la madre, en los trabajos del hijo que lucha en la calle poniendo en práctica las enseñanzas y las virtudes que le enseñó en casa la Madre y Maestra.
- Con un amor adulto y fiel a Cuba: Para transformar la cultura del desarraigo y la confusión entre Patria, revolución e ideología. Cuba y su Iglesia necesitan laicos cristianos que ayuden, en primer lugar, a aclarar esos conceptos, como lo recomendó el recordado y querido Mons. Pedro Meurice, arzobispo primado de Cuba, de feliz y santa memoria. No podemos amar a la Cuba que no existe, ni la del pasado, ni la que nos imaginamos en el presente, sino la Cuba real, empobrecida pero rica en potencialidades, desarraigada pero fiel a sus raíces y a su memoria histórica, analfabeta cívica y políticamente pero sedienta de nuevas enseñanzas y propuestas que le iluminen el futuro. Debemos amar a Cuba tal como está: dañada antropológicamente pero con un acervo y una herencia humanista cristiana que puede redimirla, curarla y engrandecerla. La prueba de fuego de la encarnación y el compromiso de un laico cristiano es su amor responsable y su fidelidad inquebrantable a la Cuba real.
En resumen, Cuba y su Iglesia necesitan laicos que sean “luz, sal y fermento” (cf. Mt. 5,13-14) en medio de la sociedad donde vivan, sea en la Isla o en la Diáspora:
– Luz para abrir caminos, para dar visión a corto y largo plazo, para dar seguridad y confianza, para ayudar a leer los signos de los tiempos, para facilitar la comprensión de lo complejo que pasa a su alrededor.
– Sal para dar sabor a la vida cotidiana, con frecuencia amarga y desabrida. Para poner sabiduría en el pensamiento, las palabras y las obras. Sal para resaltar el gusto por vivir y los sabores y saberes de los demás. Para curar las heridas y condimentar el ajiaco que une la diversidad sin desintegrar el sazón de cada componente de la sociedad.
– Fermento para fecundar toda obra buena, venga de donde venga. Para hacer parir lo estéril, para ayudar a crecer la virtud y el derecho. Para multiplicar las iniciativas buenas y las propuestas viables. Levadura para que la masa crezca y se convierta en ciudadanía.
Trabajemos y recemos para que todos los días de nuestra vida, y no solo un domingo al año, reflexionemos y vayamos perfilado en nuestra alma, en comunidad, estos rasgos de la vocación y misión de los laicos cristianos en Cuba.
Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.
[1] Esta reflexión forma parte de mi conferencia en la IV Semana Social Católica en la Arquidiócesis de Miami en 2016.
Dagoberto Valdés Hernández (Pinar del Río, 1955).
Ingeniero agrónomo. Premios “Jan Karski al Valor y la Compasión” 2004, “Tolerancia Plus” 2007, A la Perseverancia “Nuestra Voz” 2011 y Premio Patmos 2017.
Dirigió el Centro Cívico y la revista Vitral desde su fundación en 1993 hasta 2007.
Fue miembro del Pontificio Consejo “Justicia y Paz” desde 1999 hasta 2006.
Trabajó como yagüero (recolección de hojas de palma real) durante 10 años.
Es miembro fundador del Consejo de Redacción de Convivencia y su Director.
Reside en Pinar del Río.