Carta a Karina Gálvez

Lunes de Dagoberto

Querida Karina:

Hoy, 11 de diciembre de 2017, primer día de tu nuevo trabajo, está vez como sancionada, quiero compartir contigo algunos sentimientos y convicciones que muchas veces te he dicho personalmente pero que esta vez resuenan dentro de mí con especial profundidad.

Primero, quiero reiterarte que te admiro por lo que eres y por la consistencia de tu ser. Me uno al orgullo de tu padre Eloy que desde otra dimensión te contempla, con signos  elocuentes, como uno de sus dos mejores frutos y coronas. Sabes que tu familia, tu equipo, que es también parte de ella, y todos tus amigos, valoran en su justa medida tu sencillez, tu inteligencia, tu honradez, tu inocencia consciente, tu entrega y tu sensibilidad. Todo lo que has hecho ha sido para el bien, pero aún así, tu ser supera a tu quehacer.

Segundo, ahora que eres “auxiliar general”, y tu contenido de trabajo consiste en limpiar el piso por las mañanas y ayudar de recepcionista por las tardes, me recuerdas el tiempo glorioso de mis diez años de yagüero, que ahora valoro como los mejores y más consistentes de toda mi vida. Desde esa bendita experiencia que otros consideraron “castigo” te digo: no hay trabajo que humille al trabajador y todos definen a quien lo impone. Es mejor limpiar que mancillar. Ya sé que será duro al principio, hasta que la valoración de los mismos que te rodean, y aún de los que te quieren y admiran estando lejos físicamente, te vaya convenciendo de que tus mañanas de “limpieza” pulen tu alma y acrisolan tu voluntad… y que tus tardes de “recepción” abrirán a muchos las puertas de tu corazón acogedor y generoso, reconociendo, poco a poco, tu nuevo oficio de Verónica, enjugando las lágrimas de otros en lugar de ensimismarte en el padecimiento de las propias.

Te parecerá entonces escuchar en el hondón de tu alma aquellas dulces palabras de Jesús de Nazaret: “Bienaventurados ustedes cuando por causa mía los maldigan, los persigan y les levanten todo tipo de calumnias, alégrense, y muéstrense contentos, porque su recompensa será grande en el reino de los cielos.” (Mateo 5, 11-12) o quizá las oigas traducidas como una encarnación de esta valoración de Cristo en tu vida: Bienaventurados ustedes que limpian y acogen porque les aseguro que serán acogidos relucientes en el Reino de los cielos.

Además  te comparto muy especialmente, no busques ni explicación, ni razón, ni consuelos tontos, ni en ti, ni entre los que aún no valoran o no conocen a la única razón y consuelo de nuestras vidas que es Dios. Únete conscientemente a la sinrazón redentora de la cruz de su Hijo. Siente con Él, el escarnio de esas gentes y el sudor luminoso de la noche de Getsemaní, extiende tus brazos para limpiar como la Verónica todo rostro sangrante y abre tu corazón como aquel que atravesó la lanza del soldado, para que salga lo mejor de ti y así compartas la misión corredentora de María, acompañando, comprendiendo y  animando a cuantos se admiran de  tu sacrificio.

Pero sobre todo: no pierdas esta oportunidad gloriosa  y martirial de parecerte a tu único Maestro y Señor. No desperdicies, te lo ruego, quedándote absorta en la superficie, lo que después te darás cuenta que será lo mejor de toda tu vida, aunque ahora te parezca lo más absurdo. No lo vivas a rastras, sino yérguete sobre esa cruz y desde ella dale sentido a tu proyecto de vida, recuerda el libro que tanto leímos, meditamos y repartimos: “El hombre en busca de sentido” de Viktor Frankl, quien lo experimentó desde aquel campo de concentración.

Y ofrece, ofrece, que es la suprema forma de oración. Ofrece cada mañana, cuando emprendas el camino de tu calvario, ofrece tu sacrificio por Cuba, por su Iglesia, por la felicidad y la prosperidad que todos esperamos. Ofrece ser “auxiliar” para que tu “limpieza” y auxilio, contribuya a limpiar los corazones de todos los cubanos, especialmente de los que han intentado mancharte con una desmesurada “sanción”. Ofrece ese pequeño martirio civil, silencioso y cotidiano, en primer lugar, por los que te han interrogado, reprimido y condenado, y repite con Jesús, aún sin palabras: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lucas 23,34). 

Pero, recuerda  siempre que después, cuando pase el tiempo del dolor humano que saca fuera el “Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado” (Mateo 27, 46); cuando pase el acto supremo del ofertorio: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” para que pueda ser yo misma  hasta el final (cf. Lucas 23,46); cuando pase estos tiempos de tinieblas, vendrá  inexorablemente,  casi imperceptible pero absolutamente seguro, el amanecer de la resurrección de Cristo y de Cuba, y resonarán aquellas gloriosas palabras del ángel a unas pocas mujeres, valientes como tú: “¿Por qué buscan entre los muertos al que vive, Él ha resucitado” (Lucas 24,5). Cuba también resucitará.     

Lo sabemos,  lo creemos y lo proclamamos, sobre todo con nuestras vidas, todos los que hemos puesto el sentido de nuestra existencia y toda nuestra esperanza en Dios, único Señor del tiempo y de la Historia.

En este camino silencioso y glorioso que hoy emprendes, te ruego que no olvides a tus padres, a tu hermana, a tu cuñado y a tus sobrinos que serán los que mejor comprenderán esta historia porque saben que, aunque parezca lo contrario, “nadie te quita la vida”, sino que eres tú quien “la entregas voluntariamente” (cf. Juan 10,18). Ruega también por tus hermanos y hermanas del Centro de Estudios Convivencia a los que, como a partir de hoy lo harás de otra forma, has servido y trabajado como “auxiliar general”, ofreciendo tres veces tu casa, limpiando, acogiendo, enseñando, pensando, proponiendo. Y lo seguirás haciendo, aún cuando lo que te dejen hacer sea “ser y estar”. Y ruega por Cuba, tu querida patria, a la que has entregado lo mejor de tu vida. Ella te contempla orgullosa, aunque ahora te parezca que calla. Para ella y para todos sus hijos de la Isla y de la Diáspora, amanecerá el día de su total liberación.

Mientras tanto y siempre, cuenta con la compañía, el apoyo, el cariño y la admiración de tu hermano y amigo “el yagüero”.

Te quiere tal como eres y serás,

Dago

Hasta el próximo lunes, si Dios quiere.

 

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